viernes, 3 de julio de 2015

Solos y desesperados: vacas sin cencerro 2

Hace unas semanas escribía sobre las vacas sin cencerro. La madre de Leo compara, en La flor de mi secreto, a las personas que están solas y no hacen nada por salir de su ostracismo con las vacas sin cencerro. Vayamos un poco más allá. Hay gente que tiene pareja, se siente sola, perdida porque su cencerro no tiene badajo, pero hacen lo posible por encontrar el camino. Y un tercer grupo, formado por especímenes con y sin pareja pero que no saben gestionar la soledad. Son los peores. La gente que se siente sola y no sabe estar sola normalmente da el coñazo a los demás. Y esto lo digo como sufridora de esa gente, no como especialista en el tema.

Oso marrón de peluche sentado, triste, sobre una mesa de cafetería.
The panda and the bear - 10, por Andrew Baldacchino
Una amiga del instituto era uno de estos casos. Su vida, es decir, mi vida, iba bien cuando teníamos clases. Al llegar las vacaciones se aburría porque no tenía nada que hacer mientras que a mí no me llegaban las horas del día. Quedábamos, claro, menos de lo que ella quería y más de lo que yo necesitaba para… para respirar. Luego se echó un novio y se convirtió en una de esas amigas que después de darte el coñazo te olvidan porque tienen a alguien que les mete mano. Y cuando el noviete en cuestión las deja porque son unas plastas que absorben todos los nutrientes físicos y no físicos, vuelven a darte el coñazo. Mirándolo bien, su manera de no salirse del camino de la manada es ser pesadas, absorbentes y obsesivas, mientras otras preferimos participar en un grupo de urban knitting, cantar en un coro o meternos en un grupo de teatro.

En el edificio donde trabajo hay un par de personas parecidas. Creo que el más grave es el de la recepcionista de las mañanas. Llega a tal punto que no puede ver una película sola y no me refiero a ir al cine y sentirse observada por los demás, sino a espatarrarse tranquilamente en el sofá, disfrutar del silencio que le ha dejado por unos minutos su familia y ver lo que a ella le da la gana sin luchar por el mando. El silencio la devora, el mando la golpea y termina llamando a su hermana o a una amiga o a quien sea. No es que no tenga cencerro sino que cuando no tiene a nadie que escuche el tintineo, se le cae el mundo encima. Por suerte su soledad no me afecta porque no somos amigas, nunca me llamará para irnos de compras. Tampoco me pillaría desprevenida.

Oso marrón de peluche sentado, triste, en un banco
The panda and the bear - 11, por Andrew Baldacchino
El último caso es el de la nueva secretaria del super jefe. ¿Qué nombre le puse a esta? Ah, sí, Violeta. Hace tres o cuatro semanas fui a llevarle unos documentos para firmas y me sugirió que podíamos quedar un día con Sandra para tomarnos un café. Hasta ahí sin problema. Del café pasó a sugerir que podía ser también una cerveza un fin de semana. Ahí ya puse cara rara. Una cerveza con compañeras puede estar bien, aunque no es mi costumbre. Primero suelo hacer cierta amistad con mis compañeras y luego paso a las cañas, sobre todo después de la experiencia con la Rotten. La cosa se empezó a poner inquietante cuando pasó a hablar de las horas de la comida, que son larguísimas, que igual un día podíamos ir de compras… ¡Ahí le has dado! No me digas más, niña, pero no has encontrado a una amiga porque odio ir de compras. Hace años que no voy de compras con nadie, sólo con mi madre. He pasado por una tarde de cuatro horas mientras Menchu elegía camisetas de tirantes en Alcampo; varias tardes recorriendo Madrid con Verónica en busca del vestido de novia ideal, que no existía; muchas tardes eligiendo modelos con la del segundo párrafo para que al final se comprara camisetas básicas y criticara mi supermodelo el día la fiesta. Compras no. Odio ir de compras hasta cuando es para mí. Y se lo dije. Le metí un corte y me quedé más ancha que larga. Mejor ahora, antes de que coja confianza.

No volvió a mencionar lo de las compras y más le vale no hacerlo si es un poco lista, pero cada vez que tiene oportunidad insiste: “A ver si nos vemos, a ver si quedamos un finde, a ver si nos tomamos algo, no podemos dejar de vernos”. No podemos dejar de vernos. Esa me llegó al alma, a la que está detrás del alma de las compras y me puso tensa, en alerta y en contra. Ya no va a haber caña el fin de semana. A no ser que vea un cambio de actitud. En el curro le ayudo lo que sea, sigo pensando igual que en el post que escribí sobre sus comienzos, pero yo decido con quién comparto mi tiempo libre y no va a ser con una desesperada.

Oso marrón de peluche sentado de espaldas junto a un oso panda de peluche. Al fondo, las luces de una gran ciudad en la noche.
The panda and the bear - 6, por Andrew Baldacchino
Los desesperados no gustan, si lo estás, disimula. Yo disimulo. Los desesperados son los que se convierten en esas vacas sin rumbo. Como dice la madre de Leo, hay que hacer cosas. Con actividades te relacionas, dejas de sentir un poco de esa soledad con lo cual, si eres razonable, dejas de darle el peñazo a la gente, y cuando dejas de dar el peñazo te vuelves más agradable y puede que consigas un amigo, o varios. Hacer una amistad es como ligar pero sin tensión sexual. Te acercas, hablas casi sin mostrar tus verdaderas intenciones y cuando menos te lo esperas, tienes un amigo. ¿O no pensamos que los desesperados y desesperadas de bar son asquerosos y huimos de ellos?


Nota: las tres fotografías están tomadas del perfil de Flickr de Andrew Baldacchino. Se puede ver que el orden de la historia que creó con ellas es el contrario a como las subí yo. 

2 comentarios:

  1. Hace un tiempo conocí a una persona así, que le aterraba la soledad. No podía hacer nada sola, ni tan siquiera dormir. Hablando con ella, y por las pistas que dejaba caer, llegué a la conclusión de que su verdadero temor era que le ocurriera algo malo (un ataque al corazón, una caída, un corte en la mano, la noticia de un familiar fallecido, etc...) y no tuviera a nadie cerca para socorrerla. Como si colocar personas a su alrededor la mantuviera a salvo de todo mal. O puede que, más que ayuda, lo que buscara fuese consuelo. O sea, que le importara a alguien lo que le estaba sucediendo.

    De cualquier forma, jamás entendí esa animadversión hacia la soledad. Mi filosofía vital es disfrutar de lo que tienes y no sufrir por lo que no tienes. Si te toca estar solo, sácale el máximo partido a sus muchas ventajas. Si te encuentras acompañado, pues disfruta de esa amistad. Lo ideal, como casi todo en la vida, es mantener un sano equilibrio. Estar solo cuando a uno le apetezca y poder acompañarte de amigos cuando tengas necesidad. Y me parece igual de enfermizo querer estar siempre acompañado como no salir de casa.

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    1. Completamente de acuerdo contigo, Mazcota. Sería mejor si le sacáramos el lado bueno a las cosas, cuando en realidad la mayoría de las veces estamos descontentos con A y cuando pasamos a B, seguimos descontentos.

      Quizás no nos preparan para lidiar con la soledad, pero tampoco buscamos ayuda. También tengo amigos que son lo contrario, huyen de la compañía y la falta de socialización también es mala. Perder las habilidades comunicativas es lo menos que les puede pasar.

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