jueves, 24 de septiembre de 2015

Me he comprado un vestido

Fotografía antigua de una mujer con la falda por las rodillas
Nina Farrington, George Eastman House Collection
Antes del verano me compré un vestido. Es vaporoso, veraniego, estiloso y a todo el mundo le gusta. Mis amigas me dicen que les encanta, las enemigas me clavan puñales con la mirada y mis habituales masculinos han empezado a mirarme. Quizás otra persona se sentiría alagada. A mí tanta atención me incomoda, sobre todo porque conlleva dos cosas: la primera, que la gente está muy pendiente de lo que vestimos y en cuanto te sales de lo habitual, se monta una revolución. La segunda, que bajas un poco de peso y gente que ni se dignaba a mirarte, te saluda y busca tu conversación.

En mi entorno hay dos casos muy concretos. La primera, Magdalena, flaca, estirada y tiesa como un palo, me llamó gorda a la cara en una ocasión. Desde hace unos meses me saluda mencionando mi nombre “hola, Dorotea”, y se hace la simpática. Cuando nos encontramos en la cocina habla y habla y habla. Sé que he adelgazado por la báscula y la ropa, pero me miro y me veo igual, así que no entiendo qué ve ella para admitirme en su club.

El segundo caso es John, un profesor que va por los pasillos mirándonos tan desde arriba, que no nos ve. Me saludaba por educación (igual que yo a la del segundo párrafo) hasta que hace dos meses, en la fotocopiadora, descubrió mi ¿nuevo aspecto? Su mirada me hizo correr a mi zulo a encerrarme hasta la hora de la salida. Desde ese día siempre que me ve (porque ahora me ve), se esfuerza en parecer simpático. El otro día venía detrás de mí y me adelantó para saludarme haciendo un gesto con la mano, no vaya a ser que mi nueva belleza me haya cegado. Puede que sea por mi carácter, pero estas cosas en el entorno laboral me incomodan, sobre todo cuando la mirada de deseo se repite sin ser recíproca. En la calle también me incomoda pero son desconocidos que no vuelvo a ver y se puede pasar de ellos.

Revista antigua: Dos caballeros hablan en lo alto de una escalera sobre sobre tres damas
F.B. (pg. 38), nº 3052, p. 2, escaneado de Brendan Riley
Mi médico me puso a dieta hace un año. La consecuencia principal es que mi salud ha mejorado notablemente y esto es lo realmente importante. El adelgazamiento ha sido la consecuencia secundaria. Me siento mejor conmigo misma, más ligera, han desaparecido las pesadillas por los resultados y además tengo más opciones para comprar ropa estilosa gastando menos. Por otro lado, me ha dado un pequeño bajón porque he tenido que renovar el armario, algunas prendas han salido de mi casa sin estrenar y las que tengo desde hace un año me quedan fatal. No puedo tirarlo todo porque no me da el presupuesto para una renovación total. Punto en el que pensar: nunca estamos contentos. 

A los que tenemos sobrepeso nos preocupa la ropa, la de verano más. Todo es más ligero, más indiscreto, marca lo que en invierno disimulas con un jersey. Nada es adecuado cuando te vistes para ir a trabajar. Admiro de verdad a la gente que se pone lo que le da la gana. Yo soy incapaz. ¿Cómo me voy a presentar con esa camiseta que marca los michelines si hoy hay una comida de gente importante en el aula? Tengo que ir de punta en blanco, no con pinta de choni. Bajar lo suficiente de peso como para que la ropa quede decente, hace que ganes toneladas de autoestima. Y atención a esta palabra porque es la clave de todo. Mi ego es muy pequeño, pero antes lo era aún más. Cuando tienes autoestima suficiente para no sentirte como una mierda los demás te respetan más, tienes otra actitud, tu lenguaje corporal cambia. No es lo mismo que te vean encorvada y que piensen que te pueden pisotear porque ya estás cerca del suelo a que te vean erguida, como flotando en una nube de felicidad. Eso puede que les fastidie, pero te tratarán mejor. Para ser sincera, este puede ser el motivo de que John me salude ahora. La autoestima atrae.

Modelos de antigua revista de moda
Chic 1933 Women's fashions, escaneado de Genibee
Vistiendo soy discreta, no monjil. Con mi vestido nuevo no enseño nada que no quiera enseñar. Si algunas se envenenan de envidia y otros no pueden apagar su fuego interior no es mi problema. Me encanta pasar desapercibida y después de ponérmelo me doy cuenta de que para mucha gente ya no soy invisible, lo lleve puesto o lleve otra cosa. Pero quiero acabar con algo positivo. Me alegra mucho que a dos individuos a los que les gustaba antes ahora les gusto más. Y sobre todo, que mis análisis dan perfectos. Para celebrarlo, estoy pensando en comprarme otro vestido para el invierno.

10 comentarios:

  1. hermosa entrada
    Es tan lindo tener un vestido que causa envidia a las otras

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  3. Gracias, Recomenzar. No me gusta levantar envidias, pero hay casos concretos que los disfruto, no voy a mentir jajaja.
    Besos.

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    1. Eres increible. Pone tu foto me encantaria.ver quien esta detras.de tan bellos escritos

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    2. Eres increible. Pone tu foto me encantaria.ver quien esta detras.de tan bellos escritos

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    3. Pues verás, no puedo poner mi foto porque para desahogarme cuento demasiadas cosas que no debería jajajaja. Mmm, pero pensaré en algo.

      Eres un amor, Mucha. No sabes lo importante que es para mí que me digas esas cosas tan bonitas. No por este blog, esto lo escribo me leáis o no (aunque me encanta teneros por aquí), si no por las otras cosas que escribo :)

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  4. La verdad es que siempre me ha gustado en mí no engordar demasiado por lo bien que me siento liviano. En los demás no tengo problemas de que estén gordos o flacos. Aunque tal y como dices es cuestión de salud.
    Lo que me ha gustado de tu entrada es la psicología del placer femenino por una prenda. A lo bonito que sea el vestido le va a sumar más puntos lo bien que te sientas con él y la seguridad que transmitas. Al final todo es igual en hombres y mujeres. La seguridad en uno mismo es la clave. Saludos

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    1. Sí, es muy curioso, incluso cuando me lo probé en la tienda me sorprendió comprobar lo bien que me sentía con él, más allá de que fuera bonito o feo y, sobre todo, sin pensar siquiera qué reacciones provocaría en los demás. La verdad es que está bien sentirse bien con uno mismo, se tenga el aspecto que se tenga. Un abrazo :)

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  5. Nunca he tenido ese problema. Ni el de pensar en qué ropa debería ponerme, ni el de levantar pasiones en el trabajo. Primero porque, prácticamente siempre, me he presentado en el trabajo vistiendo el uniforme de la empresa, y eso, quieras que no, te evita el dilema de escoger vestuario. Y segundo, porque la mayor parte del tiempo laboral lo paso rodeado de hombres. Es cierto que también hay alguna mujer en nuestra oficina, pero apenas tengo trato con ellas. Para hacerlo debería ser menos tímido y más coqueto, pero nunca he sido así ni tengo el más mínimo interés de empezar a serlo. Ya hay compañeros en mi empresa que se encargan de esa cansina tarea que subyace en tirarle los trastos a todo lo que se menea. A mí lo que se me da fenomenal es pasar totalmente desapercibido. De todas formas creo que, si de golpe y porrazo todas las mujeres de mi trabajo posaran sus ojos sobre mí de forma lasciva, me sentiría más incómodo que halagado. Es más, incluso acojonado.

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    1. A mí a veces me gustaría tener uniforme. Es cierto que me tomo muchas licencias aprovechando que mi oficina es un zulo y apenas tengo contacto con el exterior, pero cuando me toca una reunión o sé que hay visitas importantes, es un rollo estar pensando, qué pantalón, qué blusa. Y me pasa algo parecido a ti, estoy rodeada de mujeres, así que lo de los affaires en el curro para mí no tienen sentido. Además al curro voy a trabajar. Aunque a veces surge, igual que surgen las amistades. Los dos únicos ligoteos en este tiempo fueron el de David (que cuento en algunas entradas del blog) porque hubo química al trabajar juntos y de otro compañero que ya no está y que empezó en una fiesta fuera del horario laboral. Y ninguno llegó a nada... eso es lo triste :)

      Ah, y sí, también me siento un poco acojonada desde que John me presta atención, sobre todo porque la atención no es mutua jajaja.

      Un abrazo.

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