lunes, 18 de abril de 2016

Diario de Sandra (1): viernes de lágrimas


Viernes 15 de abril de 2016

9:45h

Estoy hablando por teléfono con mi padre. El pobre siempre me llama nada más llegar a la oficina para cerciorarse de que he llegado entera y, sobre todo, de que el tridente esté sin rasguños y pegado a mi mesa, por si las moscas cojoneras. Entra Sandra. Como estoy a punto de despedirme de él no salgo para hablar. Sandra deja sus cosas y se va con el teléfono en la mano.

10.10h

Vuelve llorando. Si es que son tan predecibles, las pobres. Siempre las mismas pautas de actuación. Sabía que lo del miércoles era solo el principio. Como ya no estoy hablando, y debe de pensar que no tengo nada que hacer, me empieza a dar la brasa con un marrón que le ha encasquetado nuestra jefa. No habría problema si no me consultara sobre qué debería haber hecho: darle un corte a nuestra jefa o no. ¡Lo que me faltaba! Esta tía tiene un problema y gordo. Si eres borde con tu jefa, atente a las consecuencias, pero no impliques a nadie. Que encima será capaz de decirle después de meter la pata me lo dijo Dorotea, con voz de zorrita.

10:45h

Me marcho a escanear, no quiero aguantar sus esnifadas mucolíticas.

11.17h

Creo que en mi ausencia ha habido drama, la veo muy pegada al pañuelo. Si hasta se ha traído una caja de tissues. Esa es toda una declaración de intenciones.

11.35h

Habla con su marido, una conversación preciosa, parecen Blancanieves y el príncipe, con un tono de voz de feliz sumisión que me deja a punto de llamar al 016. Seguro que me he montado una película en mi cabeza o quizás es que soy rarita. En cuanto termina la llamada, vuelta a llorar. Me pone enferma que se trague los mocos, pero tengo que aguantar, no debo usar el tridente por tonterías, no debo usar el tridente por tonterías. Arg, no falla, empieza a subir los decibelios de las aspiraciones nasales. Todas hacen lo mismo, esta ha tardado.

12:55h

No ha parado desde la anotación de las once treinta y cinco. Casi hora y media llorando y wasapeando. No sé para qué viene, aunque eso me lo pregunto hace tiempo y realmente no sé si quiero saber la respuesta. La que se quejaba a primera mañana de tener un marrón, tan cabreada que quería cantarle las cuarenta a la jefa. Uh, cuánto trabajo, qué barbaridad. Seguro que se queda después de su hora. A darme más el coñazo, claro.

14:50h

Sale a hablar por teléfono. ¿Qué me deja, diez minutos de tranquilidad? Porque a las tres me voy.

16:35h

Sigue aquí. Lo sabía. Al menos está más tranquila y ya no llora, ya iba siendo hora, joder. ¿Cuántos días como este nos van a tocar? Se divorcie o no, va a haber drama. ¿También me lo tengo que comer yo?

16:59h

Lleva diez minutos aplaudiendo y vitoreando, como si estuviera en un partido de fútbol, solo que un poco más bajito, aunque todavía demasiado alto para ser un lugar de trabajo. Esta no está trabajando en el marrón ni de coñas.

17:46h

Al fin sola. Se fue sobre las cinco y media, mientras yo estaba abajo preparando una infusión. Espero que esto se acabe aquí aunque no hay dos sin tres. 

2 comentarios:

  1. A las diez y diez, cuando las manecillas de los relojes marcan una sonrisa, he soltado yo mi primera carcajada. Pero para entenderlo le recomendaría al visitante ocasional que leyera tu entrada anterior, la de las lágrimas en el trabajo. Lo que sí me ha agotado o he sentido que era un trabajo descomunal es eso de conseguir llorar durante tanto tiempo. Si no fuese que me horrorizaba igualmente lo de pensar que estoy trabajando y poniendo cara de circunstancias a una llorona o llorón durante horas. Eso también me ha parecido duro. Tu infusión debería ser de tila. Besos

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. No sabes cuánto me alegro de que te rieras con la historia, la verdad... es para reírse cuando ya se ha pasado jajaja. En cuanto al tiempo de llanto, tengo una teoría en la entrada preparada para publicar mañana... porque sigue en las mismas!! Besos.

      Eliminar