lunes, 27 de noviembre de 2017

Lo que me inspira la música (10): La tos




La chaqueta de forro polar de color rojo iba acompañada de un tufillo rancio que, sin provocar arcadas, desagradaba. El vagón fue tragando gente en cada estación y se vieron obligados a juntarse más de lo necesario. Una tos del tipo de rojo esparció otro olor: el del aliento cargado de alcohol. El que iba a su lado sintió cierta pena. Ir a las ocho de la mañana acompañado de esos dos olores no decía nada bueno del tipo de rojo, eran la señal de una vida triste y dejada. Podía estar equivocado, claro, al final lo único que estaba haciendo era imaginar y suponer muy a la ligera, dejándose llevar por el rechazo de su nariz a aquella compañía temporal. 

A ratos emergía un tercer olor: lavanda del suavizante que usaba su novia. Solo durante uno o dos segundos podía zafarse del aplastamiento del olor rancio y del olor a alcohol, pero era suficiente para que su mente dejara aquel vagón y volara, no solo a otro lugar, sino a otro tiempo. Al fin de semana que habían pasado juntos, al momento en que una ráfaga de viento le robaba la bufanda, al instante en que ella la recogía de un arbusto después de ganarle la carrera, al segundo preciso en que juntaron sus labios en un beso entre risas. Y otra vez la tos que traía el olor a alcohol para traerlo de vuelta de sus ensoñaciones. Al menos se tapaba la boca para toser.

martes, 21 de noviembre de 2017

La gran teoría de las llaves maestras

Dos llaves de oficina
La pareja de la cajonera, de Dorotea Hyde.
Enlazadas en rojo. Estábamos predestinadas. 
Me encanta cuando la gente se pasa de lista y a continuación se la pega. Sé que no es ni tolerante, ni paciente, ni amable. Me da igual, voy a saltarme todas las lecciones de autoayuda.  Si a alguien le gusta que se pasen de listo con él o ella o disfruta mientras lo humillan y lo dejan quedar como una escoria que no tiene ni idea de nada, que se pase por los comentarios y lo diga. Respetaré su masoquismo, pero yo odio que me traten como una imbécil, que vengan a hablarme como si no tuviera ni idea de nada aunque esté razonando y justificando mis réplicas y la otra persona simplemente esté siendo sabionda, chuleándose como si hubiera hecho el descubrimiento del siglo, como si tuviera el poder del conocimiento universal y divino. Más allá de tener razón o no, me encanta que esa persona se lleve el chasco y se hunda en un agujero (cavado por ella misma).