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lunes, 19 de junio de 2017

Una dedicatoria a las miradas

Me encanta hablar de miradas. Si alguien se pasa por aquí de vez en cuando, lo sabrá, aunque hace algo más de año y medio que no incluyo un post en esa etiqueta. Esta será la séptima entrada en “Miradas”, unas cuantas más si busco “mirada” o “miradas” en el contenido, además de las que no incluyen la palabra pero hablan sobre el tema. No solo me gusta hablar de ellas, también otorgarlas y recibirlas, aunque a veces la timidez me impida expresarme todo lo que quisiera y simplemente me quedo en un estado neutral y aburrido que me hace parecer sosa o desinteresada. En cualquier caso, las buenas miradas son de las pocas cosas que hacen más llevadera la jornada.

Los ojos hablan por nosotros, incluso dicen cosas sin que nos demos cuenta, sin permiso. No tienen por qué ser tímidos y pocas veces son mentirosos aunque nosotros lo seamos. Tampoco hace falta mentir, sino estar en una situación delicada, querer ocultar algo y zas, movimiento de ojos que ya nos ha delatado. Y aunque hay miradas que asesinan y sería preferible evitarlas, es un alivio, en esas situaciones en que no se sabe qué decir, que los ojos digan te comprendo, no te preocupes, todo se va a solucionar, estaré a tu lado, lo siento mucho. Es una maravilla, que puede llegar al éxtasis en ocasiones, encontrarse a alguien que con un brillo especial te diga: eres guapísim@, quiero seguirte al fin del mundo, me pones un montón, echaría un polvo contigo ahora mismo, te quiero. Únicamente con las chispitas que salen de su iris, con una casi imperceptible dilatación en la pupila pueden hacernos temblar; con un ligerísimo movimiento visual recorren tu cuerpo y te hacen olvidar lo que está pasando a tu alrededor. ¿Nunca habéis sentido eso?