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viernes, 12 de julio de 2019

Pegadas como lapas


Transporting a 600-ton Magnet
Este imán de 600 toneladas se queda pequeño al lado del mío del desahogo.
Desde hace unas semanas mi imán del desahogo está activado a la máxima potencia. Esto produce un efecto muy curioso porque en las épocas en las que atraigo a más personas y personajes con deseos desesperados de contarme su vida, a mí, a una desconocida, más les cuesta a las personas como Diego o Nino decirme un simple hola.

En los últimos meses se han mudado al edificio dos nuevas compañeras que se me han pegado como lapas: una de ellas, Bricomanitas, en recepción y la otra, doña Musletes, en el equipo de limpieza.

La recepcionista es bastante maja, pero casi desde el primer día me ha ido contando los encontronazos que tiene con su jefa. Se puede tener una conversación con ella casi siempre, pero es inevitable que tarde o temprano regrese a sus problemas laborales. Entiendo que es lo que le preocupa y le atormenta en este momento, pero no soy su amiga y no sé por qué ha empezado a hablarme tan mal de su jefa y de sus compañeras de departamento cuando aún no tenemos suficiente confianza.

viernes, 15 de abril de 2016

Llorar en la oficina: las mejores actuaciones estelares

Ay, madre, que han vuelto los viejos tiempos. No sé si es que esta silla es mágica o tiene implantada tecnología futurista pero me parece que he viajado en el tiempo y las antiguas situaciones culebrónicas han desembarcado en el neozulo. Como decía una de las viejitas de mi familia: “Cogí miedo, cuca”.

Dibujo de mujer llorando
Easily Offended, Overly Sensitive, de lookcatalog.
Ilustración de Daniella Urdinlaiz
La semana pasada leí un artículo sobre Qué hacer cuando tu compañera* empieza a llorar. Nada más ver el título pensé que aquello iba conmigo porque una gran parte de mis compañeras de zulo han llorado. La primera fue Ofelia. Hablaba como una cotorra por teléfono (la principal marca de la casa), pero curiosamente salió para atender LA llamada. No sé qué le dijeron que empezó a llorar como una fuente. ¡Pobres árboles del patio! Era demasiado para ellos verla en ese estado, así que entró corriendo envuelta en mocos y lágrimas para seguir con el espectáculo a mi lado. Preocupada, hice lo que el artículo dice que no se debe hacer: preguntar. El corte que me metió me dejó desangrada en la moqueta: “son asuntos de familia”. Inmediatamente llegó Mari Pili corriendo lo que sus zancos le permitieron y casi sin respirar le preguntó lo mismo. Como premio al esfuerzo recibió un dulce “Nada Mari, no es nada, no te preocupes”. Esa segunda respuesta me dijo mucho más que la primera, así que cuando repitió numerito unas semanas después no recibió el aplauso que en realidad quería. Para conseguirlo, ¿qué hizo? Sorber muy muy fuerte por la nariz, tanto, que nos quedamos sin polvo en la moqueta. A pesar del desagradable ruido, me mantuve en mis trece y ni una mirada, ni una. Eso se repitió una tercera vez. Mi nivel de paciencia estaba a nivel del núcleo terrestre (no sólo por los llantos) y la volví a ignorar. Es más, si mi actitud la disgustaba, mejor.

martes, 14 de octubre de 2014

Adiós, Mr Lolas

Una silla vacía. Hoja en el suelo
Alex Torres: la silla vacía
Mister Lolas nos ha dejado. Aunque quizás debería empezar diciendo que ya no es Mister Lolas, así que voy a llamarle por su nombre, que se lo merece. Óscar. Me da pena. Primero porque me caía bien, aunque apenas hablaba con él. Segundo porque con todo lo que sé de y por su mujer, me daba un poco de lástima, la lástima me llevaba a la compasión y la compasión a la empatía. Tercero, por egoísmo, porque sin él, ¿a quién se va a agarrar Sandra? Pues a mí. Tendré que empezar a traer tacones de nuevo para pisotearle de vez en cuando los dedos gordos de los pies.

Ayer, antes de quitarse el abrigo, ya me atacó con la noticia que ella conocía desde hacía días. Desde el momento en que lo supo, no paró de insistirle al pobre chaval para que me lo dijera y así poder cotillear conmigo. Y él nada. Según lo que me dijo, la pone enferma, no lo soporta, odia tener que arrancarle las palabras. Todas sabemos que es mentira, pero si ella se lo cree, adelante, cada uno busca su propia felicidad como puede.

viernes, 23 de mayo de 2014

El imán del desahogo

And What shall I Write, por Lew Holzman (Atribución-NoComercial-SinDerivadas 2.0 Genérica)
And What shall I Write, de Lew (tomswift) Holzman
Hace más de dos semanas que no escribo. No tenía ideas, o no me parecía que las cosas que pasaban a mi alrededor fueran interesantes. Estaba como Nurit Iscar, que al inicio de Betibú se pregunta “¿Por qué tanta gente cree que su vida es única y yo creo que la mía es igual a la de cualquiera?”. Iría un poco más allá y diría ¿por qué la mía es menos que la de cualquiera? Así estaba.

Ya tuve una pequeña crisis hace unos meses. Me obligué a ponerme frente a la página en blanco y la superé. Así que decidí hacer lo mismo. Escribí casi una página y dejé notas para seguir al día siguiente. Hoy es el día siguiente y me ha pasado algo que me ha llevado hacia otro tema. Parece que vuelvo a las andadas, aunque sea de una manera un poco desordenada.

jueves, 9 de enero de 2014

¿Érase una vez?

Érase una vez… Perdón, perdón, esto no es un cuento de hadas. Me confundí porque hay brujas, las hay en todas partes y esta historia está protagonizada por dos. También necesitan sus quince minutos de gloria. Estas brujas son de las que en principio no lo parecen, van de buenas pero clavan las puñaladas por detrás. Ésas son las peores, las mejores brujas en realidad.

Hace tres años, al regresar de las vacaciones de navidad, me encontré con un peculiar regalo de reyes: tenía nueva compañera de despacho, la tercera contando con la Cotorra y conmigo. Curioso, porque enseguida descubriría que las dos tienen obsesión por las tetas, propias o ajenas. Ya el primer día, en cuanto nos quedamos solas, me contó toda su vida empezando por su operación de aumento de pecho, ¡por supuesto! Como no le miraba el escote, intentó llamar mi atención menándolas y cuanto menos caso le hacía, más las meneaba, pensé que se le iban a salir. Por esta historia y por su afán de desnudarse delante de mí, mis amigos la bautizaron como la Lolas.