Ayer
al salir del trabajo, tenía que ir a Correos (últimamente parece que me da por
escribir más sobre lo que pasa fuera de la ofi que dentro de ella). Me esperaba un paquete de Ana la Rana
y ya sólo me quedaban un par de días. Cosas de la vida. El día que iba a ir a
recogerlo, hubo una avería en el tren y no llegué a tiempo. El sábado pasado,
mi otra oportunidad y la mejor, me surgió otra cosa y tampoco pude ir. Pensé, hoy o nunca.
En
el viaje de regreso a casa, suelo coincidir con dos compañeros de la facultad. Eran
de esos compañeros a los que conocía de vista pero nunca hablaba con ellos. No recuerdo
sus nombres. Él nunca me transmitió buena onda, de hecho, me cruzo más con él
que con ella y sigue sin transmitirme nada positivo. A veces se queda
mirándome como un panoli, pero no me dice nada. No me gusta que me miren así. Otras, se recorre
medio vagón para salir por la misma puerta que yo aunque le quede más cerca la
de más allá. Si tanto interés tienen, que saluden, claro que no pega
después de casi seis años viviendo en el mismo barrio y no haber abierto la
boca.