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miércoles, 18 de septiembre de 2019

Acto de bienvenida 3ª ed.

Mujer de rojo posando para fotógrafa
Casting Shadows, de Ian Sane
Miércoles. Acto de bienvenida a los nuevos. El tercer año que acudí, siempre de mala gana, deseando que pase pronto y cruzando los dedos para no sentirme excesivamente incómoda. Me eché protector para no quemarme y cogí el sombrero por si nos tocaba al sol como el año pasado, me puse una chaquetita por si nos tocaba en la sombra como hace dos años y salí.

Llegué pronto al patio del edificio donde trabajaba antes. Solo estaban mis compañeras de departamento, los camareros y… uf, cojo aire, Luis el bibliotecario sentado en un banco. Luis es raro, muy raro. Por suerte solo lo encuentro una vez al año porque trabaja fuera de Madrid, en la sede de la empresa B, pero tengo muy en mente que en el evento del año pasado no se despegó de mí y sus ojos se lanzaron a por mi escote más de lo necesario, muchísimo más de lo que es cortés. Me hice la despistada para no saludarlo, pero enseguida se unió a nuestro grupo y no tardó nada en tirarme los tejos y hacerme proposiciones para comer juntos entre miradas que prefiero no catalogar. Aunque no le di señales de reciprocidad, al contrario, lo rechacé, siguió insistiendo e insistiendo, aun más cuando mis compañeras se separaron del grupo (capullas).

viernes, 23 de marzo de 2018

En el centro del patio


Está en medio del patio casi vacío, solo hay un par de coches y unos cuantos pajarillos buscando algo para desayunar. Mira a su alrededor mientras avanza hacia el edificio. Frente a ella, desde una indiscreta ventana del primer piso, Diego la mira con descaro, sus ojos oscuros lanzan un mensaje que ella recoge y comprende, pero no puede responder porque, desde su atalaya del tercer piso, su jefa la observa con atención desde las sombras. Él se queda sin recibir nada a cambio. Esta es su rutina matutina desde hace diez meses y, a pesar de no recibir respuesta, cada día insiste e insiste en mirarla y en seguir cada paso que la chica da a través del patio vacío.

En la entrada, a su espalda, se ha quedado el Guardián vigilando la puerta o lo que haya que vigilar. A salvo en su garita la saluda con la mano y una sonrisa, a veces un hola y una sonrisa, siempre amable, nada más. Ella tampoco ofrece más que sonrisas amables y sinceras, aunque quisiera entregar algo más. Él no se deja. Si está en el exterior siente inseguridad y esquiva las miradas de la chica dirigiendo sus ojos color miel a un lado, al suelo, a cualquier parte excepto a ella.

lunes, 19 de junio de 2017

Una dedicatoria a las miradas

Me encanta hablar de miradas. Si alguien se pasa por aquí de vez en cuando, lo sabrá, aunque hace algo más de año y medio que no incluyo un post en esa etiqueta. Esta será la séptima entrada en “Miradas”, unas cuantas más si busco “mirada” o “miradas” en el contenido, además de las que no incluyen la palabra pero hablan sobre el tema. No solo me gusta hablar de ellas, también otorgarlas y recibirlas, aunque a veces la timidez me impida expresarme todo lo que quisiera y simplemente me quedo en un estado neutral y aburrido que me hace parecer sosa o desinteresada. En cualquier caso, las buenas miradas son de las pocas cosas que hacen más llevadera la jornada.

Los ojos hablan por nosotros, incluso dicen cosas sin que nos demos cuenta, sin permiso. No tienen por qué ser tímidos y pocas veces son mentirosos aunque nosotros lo seamos. Tampoco hace falta mentir, sino estar en una situación delicada, querer ocultar algo y zas, movimiento de ojos que ya nos ha delatado. Y aunque hay miradas que asesinan y sería preferible evitarlas, es un alivio, en esas situaciones en que no se sabe qué decir, que los ojos digan te comprendo, no te preocupes, todo se va a solucionar, estaré a tu lado, lo siento mucho. Es una maravilla, que puede llegar al éxtasis en ocasiones, encontrarse a alguien que con un brillo especial te diga: eres guapísim@, quiero seguirte al fin del mundo, me pones un montón, echaría un polvo contigo ahora mismo, te quiero. Únicamente con las chispitas que salen de su iris, con una casi imperceptible dilatación en la pupila pueden hacernos temblar; con un ligerísimo movimiento visual recorren tu cuerpo y te hacen olvidar lo que está pasando a tu alrededor. ¿Nunca habéis sentido eso?

martes, 13 de octubre de 2015

Semana de rehabilitación

El lunes empecé la rehabilitación para tratarme la pequeña lesión que me produjo el atropello. Al llegar pregunté por el fisioterapeuta que me habían asignado y que finalmente me cambiaron. Así que se me presentó un rubio altísimo que se convirtió al instante por un morenazo también altísimo, Álex. No sé si era esa altura pero me sentía muy muy intimidada y eso que tenía unas manos dulces y delicadas como no he conocido otras. Ahora que lo pienso, igual era esa manera de tratarme lo que realmente me intimidaba, porque él no me gustaba, yo tampoco le gustaba a él y entre nosotros no había nada parecido a tensión sexual.

365 : 18th February, 036, de Eden Wanderlust
En realidad, todo el entorno era intimidante. Sé que debería buscar un sinónimo, pero no era amenazante ni degradante, quizás atemorizador. La sala era abierta, veías a todo el mundo y todo el mundo te veía a ti. Los hombres iban tan campantes medio en bolas, casi todas las mujeres tenían problemas en las piernas. ¿Casi todas? Creo que a la única en esa hora a la que le daban el tratamiento en la parte superior del cuerpo era yo. Después del primer masaje el lunes miré por el rabillo del ojo al setentón de mi izquierda ¡y no tenía ojos! Estaban pegados a mi espalda. Menos mal que sólo se me veía la parte superior, como mucho hasta la tira del sujetador. Si hubiera tenido destapado algo como el culo del que estaban tratando de lumbalgia se le habría desprendido la cabeza del cuello. Y yo me quejaba de las miradas cuando llevo el vestido.

jueves, 24 de septiembre de 2015

Me he comprado un vestido

Fotografía antigua de una mujer con la falda por las rodillas
Nina Farrington, George Eastman House Collection
Antes del verano me compré un vestido. Es vaporoso, veraniego, estiloso y a todo el mundo le gusta. Mis amigas me dicen que les encanta, las enemigas me clavan puñales con la mirada y mis habituales masculinos han empezado a mirarme. Quizás otra persona se sentiría alagada. A mí tanta atención me incomoda, sobre todo porque conlleva dos cosas: la primera, que la gente está muy pendiente de lo que vestimos y en cuanto te sales de lo habitual, se monta una revolución. La segunda, que bajas un poco de peso y gente que ni se dignaba a mirarte, te saluda y busca tu conversación.

viernes, 26 de junio de 2015

Chico nuevo en la oficina

Tenemos chico nuevo en la oficina. ¡Qué ganas tenía de decir esto! Su jefe y todas las chicas del edificio estamos contentísimas* de que esté aquí. Ya iba siendo hora de que hicieran un fichaje masculino para igualar un pelín los porcentajes… y poder alegrarnos la pestaña. Y hay historia, claro, antes y después. Empiezo por el antes.

Taza de café y váter
WC, de Anne Worner
Se llama Héctor y es becario en el departamento de comunicación. Es el cuarto en tres años y sus predecesoras se caracterizaban por emanar una falta de simpatía y educación que no pegaba ni con cola con un departamento que debe ser abierto, cercano y comunicativo (perdón por la redundancia) para ganarse a los de fuera y a los de dentro. Las dos primeras tenían un pase, pero la tercera, ay, la tercera, qué poema de mujer. Empezaron a pasar cosas justo después de su llegada en julio del año pasado. Voy a intentar ser lo menos explícita posible. Te encontrabas con que la persona que había ido al baño antes que tú no había tirado de la cisterna, colgaba el rollo de papel higiénico del mango de la escobilla (lo primero que se toca sin haber lavado las manos), dejaba siempre algo en el lavabo (pelos, migas, un tenedor…), escupía y no abría el grifo, comía en el váter y dejaba las migajas en la cisterna. Por favor, ¿quién puede comer en ese váter? Cualquiera con una higiene media puede hacerlo en el de su casa, que no lo hagamos es otra cosa, pero en este, en el que la señora de la limpieza no pasa ni la escoba, me parece hasta peligroso. También se empezó a notar enseguida un olor extraño que día a día fue a más, hasta que con la llegada de la primavera empezó a ser tan intenso que decidí ir al baño de hombres para no sufrir arcadas, aunque esto es adelantarme a los acontecimientos.

miércoles, 15 de abril de 2015

Hombre con coleta en la estación

Baja la avenida apurada. Va tarde. Últimamente retrasa su salida un poco cada día. Hay problemas en el trabajo, no quiere que llegue el momento de fichar y enfrentarse a ellos. Piensa en las cosas que tiene programadas para la mañana, probablemente no le dé tiempo a hacerlas todas. Se para un segundo y se pone las gafas de sol para poder tolerar una mañana especialmente brillante, o quizás ella está un poco vampírica. Levanta la vista y ve una figura masculina que se acerca. No es un habitual de la avenida a esa hora: unos cuantos adolescentes que se agrupan para ir al insti y unos cuantos dueños de perros. La figura se acerca. No está segura pero… Sí, es él, cada vez más cerca. A punto de cruzarse, la mira varios segundos de manera que haría sentir incómoda a una desconocida, aunque ellos ya no son totalmente desconocidos.

martes, 21 de octubre de 2014

Tengo ganas de dar un pellizco

Mi lado Jekyll es un desastre amoroso. Va por la vida a su bola, con las antenas plegadas, o se las deja en casa. A no ser que las señales que le lancen sean como una sirena de bomberos, no se entera de nada. Y cuando por fin se da por aludida en vez de oír el estruendo, ella oye el sonido tan bajito, tan bajito que se pregunta: ¿eso va por mí? Sí, nena, a ver si te enteras de una maldita vez. No consigo que cambie.

Un poco antes de las vacaciones de verano íbamos en el tren camino del trabajo. Como siempre vamos más o menos a la misma hora, tenemos muchos habituales. Uno de ellos, Diego, se sube dos paradas después que nosotras. No sé cuánto tiempo hace que coincidimos con él. Miss Jekyll se fijó en que tiene un e-reader igualito al suyo hace unos dos años y lo fichó. Después se fijó en que el tío está bastante potente (muy, muy potente), que lleva la comida al curro, que sus camisas siempre van planchadas como recién compradas y que a veces lo acompaña una bolsa de deporte (por eso está tan cachas). Ese día de julio le ayudé a desplegar las antenas. Al bajar en Nuevos Ministerios nos pusimos detrás de Diego. Yo lo rocé ligeramente, él se puso de perfil para echarle una miradita a mi amiga, que se dio cuenta pero no quiso reconocerlo, y lo miró así como quien no quiere la cosa.

lunes, 25 de noviembre de 2013

Miradas furtivas. Miradas cazadas.

Hace unos días me encontré con Inés en el cuarto de la fotocopiadora. Compartimos despacho cuatro años, pero por suerte se mudó a una mesa en el tercer piso para tener ventana, eso sí, está en el pasillo. Era un poco difícil trabajar con ella. Se pasaba el día hablando, si no era conmigo, era por teléfono. Cuando no le hacía caso se ponía a mi lado, casi me arrancaba los auriculares y empezaba a soltar su rollo. Es una de esas personas que tienen que ser el centro de atención y les cuentes lo que les cuentes siempre acaban siendo las protagonistas de la historia. Y por supuesto, sus problemas son más grandes que los de los demás.

Gracias a Inés conocí a una de mis pocas amigas del trabajo. Yo era la nueva, la última en entrar en el grupo, sin embargo fui la que propuso ir a tomar café juntas un día a la semana. Era un grupo muy divertido, pero la mayoría de las chicas eran becarias y fueron dejando la empresa con el tiempo. Nos quedamos sólo las tres y en ese momento empecé a darme cuenta.