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viernes, 12 de febrero de 2016

La guerra de las cien rosas

Hace un par de semanas Sandra y Mari Pili, la recepcionista de las mañanas, tuvieron un nuevo encontronazo. No se soportan. Tienen el mismo tipo de relación conflictiva que la vieja de la limpieza y yo. Llegó un paquete para Sandra y, como siempre, Mari Pili pasó de avisarla. Aprovechó que bajé a por agua para pasarme el recado. Sandra, ni corta ni perezosa, le soltó “¿Te sabes mi extensión, no?” cuando fue a recogerlo. La otra le replicó y Sandra le volvió a repetir la pregunta.

En ninguna guerra, al menos en las oficinescas, hay bandos neutrales. Aunque no quieras te ves salpicada igual que cuando hay tormenta y, si no tomas partido por un bando u otro da igual, ya se encargarán tus compañeras de incluirte en el bando que más les convenga dependiendo de si te quieren a favor o en contra (si no te incluyen, peor, porque van todas a por ti). En esta guerra Mari Pili me pone en el bando de Sandra porque compartimos agujero. Si soy sincera, creo que la razón la tiene Sandra y, aunque no voy a inmiscuirme ni loca, ellas se encargan de ponerme en medio.

jueves, 9 de julio de 2015

Tensión por unas rosas


13000497-she's gone, por Theo Olfers
13000497-she's gone, por Theo Olfers 
Una cosa que me saca de quicio es el cotilleo. No voy a negar que cotillear de vez en cuando me gusta, pero cuando es natural, cuando lo haces porque ha surgido la noticia o la conversación. Como ejemplo, algo que me pasó el lunes. Fui a la oficina de envíos internos a enviar un par de cajas de documentos a Segovia y me encontré con una antigua compañera: Laura M. Era una de las grandes vagas de la empresa. Se sentaba en un banco en la puerta de su edificio a hablar por teléfono durante media hora, tan tranquila pitillo en mano, mientras los jefes pasaban por delante. O se iba a hacer la compra. Esto lo vi con mis propios ojos un par de veces. Iba precisamente al edificio donde trabajaba y me la encontré con varias bolsas en cada mano. Y no era su hora del café, esa era aparte. Se escondía en el cuarto de la fotocopiadora al otro lado del pasillo y dejaba la recepción abandonada, así que cuando ibas a esa oficina nunca había nadie para abrirte la puerta. Las malas lenguas dicen que se fue sin preaviso dejando a la empresa colgada. No lo creo. Esto funciona mal a veces, mejor dicho, no sé ni cómo salimos adelante, pero dudo que la hubieran contratado de nuevo en esa situación. Verla me sorprendió, de hecho en un principio no la reconocí. Y, por supuesto, cuando me di cuenta de quién era, se lo conté a mi amiga Esther y estuvimos despellejándola un poco, comentando precisamente sus pequeñas fechorías y que es increíble que haya vuelto a entrar.