viernes, 13 de noviembre de 2015

Las cotorras frívolas

Mis compañeras llevan dos semanas que no callan. No puedo concentrarme, no puedo trabajar. He tenido que hacer unas búsquedas de información, leerme unos cuantos artículos del BOE. Me llevó como cuatro días lo que tenía que haber hecho en uno. Tampoco podía desahogarme en mi cuenta de Twitter porque si Sandra se pone de lado ve mi pantalla. Y se pasa todo el día de lado para hablar con Ana. Escribir un post queda descartado por el mismo motivo. ¿Qué hacer? Comerme los mocos. Así que he estado dos semanas sin hacer prácticamente nada de curro, intentándolo pero sin avanzar. Ha sido como volver a los tiempos de la Lolas pero sin sacar el cabreo a la red.

Señora de la limpieza hablando por teléfono
Trabajando duro, de Dorotea Hyde.
Los importantes temas en los que emplean toda la mañana son: el divorcio de Gwen Stefani; las Kardashian, ya sea su culo o su dinero; un trabajito de diseño que Ana le está haciendo a Sandra; otros cotilleos, sobre todo cotilleos, aderezados con recetas de lasaña, planes para ir de compras en horario laboral y las carcajadas de siempre viendo vídeos. Sí, las carcajadas han vuelto. De vez en cuando se les una la Arpía, que ha perdido el móvil y viene a informar puntualmente de su cero avance en la búsqueda. Y la semana pasada tuvimos que aguantar las gestiones telefónicas de Sandra poniendo en alquiler su piso. De nueve a tres deben de estar calladas una hora discontinua.

Por esto y por otras cosas me siento una perfecta inútil. La desmotivación reina en mi día a día aquí. Lo único que me mueve es saber que esto paga mis clases de inglés en las que me lo paso genial y que cuando salgo tengo un par de proyectos de lo que realmente me gusta esperándome. No sé si lo hago bien o mal, pero al menos disfruto. En fin, que tampoco se puede esperar mucho de un sitio en el que la señora de la limpieza habla por teléfono desde la recepción (véase foto). 

jueves, 5 de noviembre de 2015

Lo que me inspira la música (4): Luces en la carretera




La gran ciudad le encantaba, con sus cuestas empinadas cayendo al mar, las luces, las calles nunca desiertas. Había sido una visita relámpago para participar en un concurso de grupos musicales. Solo les había dado tiempo a tomar un chocolate y cantar. Volvía a casa con la alegría descafeinada de ser los únicos participantes en la categoría infantil y no haber pisado las calles más que unos pocos minutos. En el microbús, todos iban en silencio, durmiendo tras un día intenso. Él sentado delante, junto al conductor y su esposa, vigilando la carretera, protegiendo del sueño al que conducía. Creía en su inocencia que, si no se dormía, el conductor tampoco lo haría.

Era la época en que la autopista todavía no estaba ni en papel. La circulación era bastante densa, sobre todo en dirección a la ciudad, a la fiesta. Al final, ni las luces que venían en sentido contrario, ni sus ansias por mantener los ojos abiertos impidieron que echara una cabezadita. No fue muy larga. La falta de movimiento lo despertó. Incluso con su corta edad comprendió que no era normal la caravana en su carril y el vacío en el de al lado. No sabía lo que pasaba en la parte de atrás, pero notaba que sus acompañantes de vanguardia tenían el estómago tan encogido como él.

El avance era muy lento, no sabía si quería llegar a donde estuviera el problema. Inevitable. El punto crítico lo señalaron unas luces naranjas en silencio y los gritos de unos hombres dándose instrucciones unos a otros, desesperados por salvar una vida de un montón de chatarra. No miró en detalle cuando el microbús se detuvo, prefirió quedarse con la idea de un final incierto pero feliz.

viernes, 23 de octubre de 2015

Soy una cotilla: la invasión de los despachos

Prank, de Petrr
Prank, de Petrr
Voy a cotillear por el simple placer de hacerlo. Jekyll no es cotilla por naturaleza. Le gusta comentar cosas cuando vienen al caso, pero no va recorriendo las metas volantes a ver si le dan más puntos que a nadie por llegar primera con la noticia. A mí en cambio, me gusta bastante despotricar en este blog. Todo sea por que la salud mental de Jekyll se mantenga intacta.

Hoy pillaron a Sandra en una travesura. A principios de año murió su padre. Algo pasó en ese viaje porque, desde su regreso, empezó a salir a mediodía para hablar por teléfono. Ha hablado de todo en el zulo, quizás no tanto como la Lolas, tampoco conversaciones subidas de tono como ella, pero sí temas que debería dejar zanjados en su casa, incluido el pago de la luz para no quedarse sin calefacción en invierno. Al principio pensaba que subía al despacho de nuestra jefa, hasta que me fijé en algunos detalles que poco a poco dejó de esconder. El primero, la frecuencia. No era normal que subiera todos los días en la hora de la comida y además estuviera fuera tanto tiempo. No llevaba la libreta de notas, iba con el teléfono en la mano y los auriculares puestos y subía incluso el miércoles, el día que nuestra jefa iba al gimnasio. Cuando tuve claro que se iba a cotorrear me llamó la atención que no saliera con el abrigo puesto. Estábamos en febrero y ella no sale sin chaqueta ni con cuarenta grados. Entonces, ¿dónde se metía?

martes, 13 de octubre de 2015

Semana de rehabilitación

El lunes empecé la rehabilitación para tratarme la pequeña lesión que me produjo el atropello. Al llegar pregunté por el fisioterapeuta que me habían asignado y que finalmente me cambiaron. Así que se me presentó un rubio altísimo que se convirtió al instante por un morenazo también altísimo, Álex. No sé si era esa altura pero me sentía muy muy intimidada y eso que tenía unas manos dulces y delicadas como no he conocido otras. Ahora que lo pienso, igual era esa manera de tratarme lo que realmente me intimidaba, porque él no me gustaba, yo tampoco le gustaba a él y entre nosotros no había nada parecido a tensión sexual.

365 : 18th February, 036, de Eden Wanderlust
En realidad, todo el entorno era intimidante. Sé que debería buscar un sinónimo, pero no era amenazante ni degradante, quizás atemorizador. La sala era abierta, veías a todo el mundo y todo el mundo te veía a ti. Los hombres iban tan campantes medio en bolas, casi todas las mujeres tenían problemas en las piernas. ¿Casi todas? Creo que a la única en esa hora a la que le daban el tratamiento en la parte superior del cuerpo era yo. Después del primer masaje el lunes miré por el rabillo del ojo al setentón de mi izquierda ¡y no tenía ojos! Estaban pegados a mi espalda. Menos mal que sólo se me veía la parte superior, como mucho hasta la tira del sujetador. Si hubiera tenido destapado algo como el culo del que estaban tratando de lumbalgia se le habría desprendido la cabeza del cuello. Y yo me quejaba de las miradas cuando llevo el vestido.

viernes, 2 de octubre de 2015

El atropello

El miércoles me atropelló una bicicleta. Regresaba al trabajo de dar un paseo en mi hora libre y un niñato montado en una mini bici tenía que pasar sí o sí entre otra persona, la pared y yo. ¡Ole el campeón! Me envistió de frente. Me golpeó en el lado derecho y se dio a la fuga. Le grité: ¡GILIPOLLAS! Y oí su voz lejana probablemente diciéndome una barbaridad. Deseaba que se estampara contra la marquesina del bus. Para no caerme, forcé mis músculos del lado izquierdo, se contracturaron más aún de lo que están normalmente. Me duele. No puedo leer. No puedo dormir bien. Si estoy mucho rato con la misma postura en el ordenador también me duele.

Como él se dio a la fuga, fui al médico que me correspondía por la mutua de la empresa. Aquí empieza el culebrón. El miércoles era el último día de contrato con esa mutua. No pensé que fuera un problema importante, pero quería que me miraran porque a veces esos golpes dan muchos problemas y al día siguiente te levantas si es que puedes moverte. Resulta que las contracturas, sin ser graves, eran lo suficientemente importantes como para que me dieran rehabilitación. Una rehabilitación que sabía que no haría porque al día siguiente entraría en juego la mutua nueva. En realidad me quedaban esperanzas de una solución, aunque lo que pasó después le dio la razón a mi primera impresión.

jueves, 24 de septiembre de 2015

Me he comprado un vestido

Fotografía antigua de una mujer con la falda por las rodillas
Nina Farrington, George Eastman House Collection
Antes del verano me compré un vestido. Es vaporoso, veraniego, estiloso y a todo el mundo le gusta. Mis amigas me dicen que les encanta, las enemigas me clavan puñales con la mirada y mis habituales masculinos han empezado a mirarme. Quizás otra persona se sentiría alagada. A mí tanta atención me incomoda, sobre todo porque conlleva dos cosas: la primera, que la gente está muy pendiente de lo que vestimos y en cuanto te sales de lo habitual, se monta una revolución. La segunda, que bajas un poco de peso y gente que ni se dignaba a mirarte, te saluda y busca tu conversación.

jueves, 17 de septiembre de 2015

Lo que me inspira la música (3): Corre, corre

Baja corriendo las escaleras del trabajo para no llegar tarde a la reunión. La acompaña una canción que desde el fin de semana no sale de su cabeza. Corre, corre…


Llega tarde. Tener clase de gimnasia justo después de comer es lo peor, ¿a quién se le ocurrió esa idea? Pero hoy es distinto: el profesor en prácticas está buenísimo y, sobre todo, es mucho mejor que su profesora de siempre. Así que corre, corre para no entrar cuando los demás ya estén dando vueltas al gimnasio. Atraviesa lo más veloz que puede el ala derecha del edificio. Al fondo del pasillo oscuridad. ¡Bien! La gente todavía está en la puerta y no deja pasar la luz.

Entra de última y vuelve a correr. Ya ha hecho el calentamiento, pero no puede quejarse. Al menos tiene como recompensa mirar esos ojos azules como el océano. Ni la espantosa música de las Spice la desanima en ese momento. De pronto se da cuenta de que ella querría dedicarle la canción y nota cómo un calor veloz como la luz, y que nada tiene que ver con la carrera, sube desde la punta de sus pies a su cara. Lástima que esos ojos ni la miren ni la vean.

martes, 15 de septiembre de 2015

¿Cuándo es agradable trabajar aquí?

Va siendo hora de que retome el blog. El descanso que me he tomado en vacaciones se está alargando demasiado. He perdido la costumbre y no siento necesidad de abrir la página en blanco, enfrentarme a ella y además escribir algo ingenioso (o algo que intenta serlo).

Las tres semanas que llevamos han sido tranquilas, pero han pasado cosas. Para empezar, la Rotten sigue con su frenesí pulguero. Pensábamos que a la vuelta estaría un poco mejor, qué inocentes. La buena noticia es que no puede venir a vernos porque tenemos moqueta. La mala es que está en manos de un médico sectario que la va a llevar a un destino que no quiero ni imaginar. Sigue casi al pie de la letra la orden de no entrar en sitios con moqueta o sillas de oficina para cerrar el círculo vital de las pulgas. Esta orden implica dos cosas. La primera, que ella lleva las larvas allá donde va como si fuera un perro. La segunda, que las pulgas están en todas partes. Se compadece de nosotras por estar en un cuarto con moqueta. Tía, compadécete porque no tenemos ventana y estamos hacinadas en un zulo enano, no por tener moqueta.  Hemos sabido que tuvo una reunión y se sentó en el pasillo, para no pisar la moqueta del aula. Va en picado.

 The Man Who Fell To Earth, de Trevor Butcher
The Man Who Fell to Earth, de Trevor Butcher

miércoles, 29 de julio de 2015

Vacaciones yaaaaaa!

Hoy es el último día de trabajo antes de las vacaciones. Está siendo tranquilo, de hecho, a esta hora (doce y cinco) ya tengo todos mis temas cerrados y no tengo nada que hacer. ¿Por qué no practicar un poco la escritura? Luego leeré un rato discretamente en el ordenador. Pero ayer… Ayer fue un día de esos en los que es mejor no levantarse de la cama.

Al poco de llegar me llamó la jefa de un departamento relacionado con el mío. Mi jefa está de vacaciones desde el lunes y fue ella la encargada de decirme que nos había caído un marrón. Me fastidió, me amargó, me cabreó. No se manda un marrón el penúltimo día de trabajo. He estado conteniéndome para hacer ciertas llamadas que implicaban carga de trabajo para otros porque solo nos quedaba una semana y a mí me sueltan un saco de mierda encima dos días antes de las vacaciones. Ironías de la vida.

jueves, 23 de julio de 2015

La comida que (no) se tira

En mi casa intentamos tirar la menor cantidad de comida posible. En eso me educaron y eso es a lo que estoy acostumbrada. Vivir sola dificulta la tarea. Hay muchos alimentos que vienen envasados en cantidades que, sin ser tamaño familiar, son excesivas para una persona. Aun así, intento aprovecharlos al máximo planificando mi menú con cuidado, pensando las recetas no solo de semana en semana y congelando. Tengo que reconocer que a veces se me estropea la fruta. Nadie es perfecto.

No sé si he hablado de las comidas que se organizan en mi curro. Posiblemente lo he mencionado. Incluso es un tema que me llevaba rondando la cabeza para el blog desde hace unas semanas a propósito de cómo llevo la dieta. Tengo algo escrito sobre ello pero no me gusta lo que se lee entre líneas y está en reposo hasta que tenga la mente lo suficientemente lúcida como para perfeccionarlo. Mientras, me ha surgido la posibilidad de hablar de esos caterings por algo que me pasó ayer. En estas comidas siempre sobra algo, si es menú un poco menos porque les preparan los platos aquí. Pero en los desayunos, meriendas y comidas a base de bocadillos o bollería sobra un mundo. Muchas de mis compañeras piden de más para que coma toda la oficina o para llevar a casa, el problema es que sobra demasiado. Un derroche.