martes, 21 de noviembre de 2017

La gran teoría de las llaves maestras

Dos llaves de oficina
La pareja de la cajonera, de Dorotea Hyde.
Enlazadas en rojo. Estábamos predestinadas. 
Me encanta cuando la gente se pasa de lista y a continuación se la pega. Sé que no es ni tolerante, ni paciente, ni amable. Me da igual, voy a saltarme todas las lecciones de autoayuda.  Si a alguien le gusta que se pasen de listo con él o ella o disfruta mientras lo humillan y lo dejan quedar como una escoria que no tiene ni idea de nada, que se pase por los comentarios y lo diga. Respetaré su masoquismo, pero yo odio que me traten como una imbécil, que vengan a hablarme como si no tuviera ni idea de nada aunque esté razonando y justificando mis réplicas y la otra persona simplemente esté siendo sabionda, chuleándose como si hubiera hecho el descubrimiento del siglo, como si tuviera el poder del conocimiento universal y divino. Más allá de tener razón o no, me encanta que esa persona se lleve el chasco y se hunda en un agujero (cavado por ella misma).

viernes, 20 de octubre de 2017

Ruido, ruido y más ruido. Y un poco de divinidad

—Yo primero presentaría lo que sea líquido, las acciones.
—Tiene que cumplir uno requisitos: de familia, de paro…
—¿Cuánto tiene de hipoteca?
—Ciento cuarenta, no, ciento cincuenta.
—Si es segunda vivienda es cuando te van a por todo.
—Supongo que te dice que priorices entre restaurantes y…

viernes, 29 de septiembre de 2017

Asco a la obesidad

Quizás me tomo las cosas muy a pecho o quizás es que hay temas que me tocan de cerca y me superan, pero no soporto el trato que Sandra y Sara Pestes les dan a los gordos. No es que sea yo una obesa, pero siempre he tenido sobrepeso. Tengo hipotiroidismo virtual y ansiedad real, y eso hace que me cueste mucho, mucho mantenerme en forma. Cada día nado entre aguas. Las mías, en las que me veo inmensa, como si pesara cien kilos más y fuera la candidata ideal para ser la mujer de Roose Bolton, y las de los demás, en las que me ven estupenda. No sé cuál de las dos visiones distorsiona más la realidad, pero es frustrante vivir así. Sin embargo, no empiezo estas líneas para hablar de mi gordura ni de mis sufrimientos, así que giraré un poco la rueda en la otra dirección.

viernes, 22 de septiembre de 2017

La segunda boda de Violeta

Violeta se nos ha vuelto a casar. La primera fue una boda sencilla, cutre más bien, y triste seguro, pero eso ya lo conté en la entrada correspondiente. Esta, en cambio, tenía que ser grandiosa. Me la imagino como esas grandes bodas de gente que quiere aparentar lo que no es, que intenta por un momento tocar lo que no tiene y le sale un gurruño hortera. En mi mente se cuela, sin proponérmelo, una boda gitana.

viernes, 15 de septiembre de 2017

Primera persona del plural

tres orquídeas
Las orquídeas de la meeting room,
de Dorotea Hyde
Me he hartado de la primera persona del plural. Tanto tanto me he hartado, que hasta he sido borde y no me gusta serlo. Demasiado tiempo escuchando tenemos que ir a ver el edificio nuevo, tenemos que quedar con la Rotten para tomar un café (y luego ponerse a hablar con otra persona y ser yo la que aguanta a la pulgas), tenemos que aprender en qué despacho está cada uno, deberíamos aprender el organigrama de la empresa, ¿dónde podemos ver la orden día?, deberíamos conocerla, ¿felicitamos a Violeta por su boda? 

La carrera hacia la bordería empezó a la vuelta de las vacaciones, el segundo día, cuando Sandra me preguntó si sabía algo de Ana y, a continuación, soltó un “tenemos que ir a verla”. Aprecio mucho a Ana, es de lo mejor que pasó por el zulo en mucho tiempo, pero no es mi costumbre pasar mi jornada laboral de paseo, prefiero otras cosas para distraerme. Y en concreto, pasar por esa oficina no me apetece un huevo. El departamento de investigación, cuanto más lejos mejor. Como una oficina compartida no es una casa, no sé siquiera si me pasaré por allí a menos que el trabajo me obligue. Alguien podría decirme que se trata de cortesía, que Ana es algo parecido a una amiga. Me da igual. Empieza a salir mi lado borde simplemente porque Sandra me implica en algo que quiere hacer pero no quiere hacer sola.

viernes, 1 de septiembre de 2017

Problemas con la conexión wifi. ¿Y qué?

Taza de café humeante simulando una red wifiDesde que nos mudamos a la Meeting Room venimos luchando contra una pequeñita dificultad: apenas hay cobertura wifi. He escrito la oración anterior en primera persona del plural por cortesía. Son Sandra y Sara pestes quienes lo sufren, luchan contra la adversidad y se quejan, sobre todo se quejan. Mucho.

A mí me da igual que haya o no haya… Y ya está el angelito sentado en el hombro derecho obligándome a confesar que en los primeros días, mientras no conectaron nuestros ordenadores a la red, me resultó muy útil que mi PC utilizara su antenita receptora por una vez, aunque era un poco molesto que la señal se perdiera cada dos por tres. Claro, solo un par de días, nada comparable a dos meses. Ocho semanas viendo vídeos a trompicones, sesenta días despilfarrando su dinero para chatear. Imaginad lo desesperada que estaba Sandra en julio, la tensión acumulándose en una de las venas de su cuello, hasta que ya no pudo aguantar más y descargó la energía enviando una incidencia a IT sin comentárnoslo ni a la Pestes y ni a mí. Sandra es de las que necesita la aprobación de los demás hasta para hacer sus cosas pero, curiosamente, contradiciendo esa dependencia para la toma de decisiones, le encanta montar pollos a quien cree por debajo de ella o cree que debería servirla. Humillar para sentirse algo.

viernes, 7 de julio de 2017

Semana de encuentros inesperados

La Rotten, un personaje del que he hablado muchísimo en el blog porque me las hizo pasar canutas, vuelve a hacer acto de presencia. No llegó a irse del todo de mi vida. De vez en cuando me llama con la excusa de preguntarme qué tal estoy para que yo devuelva la pregunta y contarme todas sus historias pulguiles. “No quiero hablar de eso”, pero siempre, siempre, acaba en ese punto monopolizando la conversación. Por suerte las llamadas son poco frecuentes y se acabaron las visitas sorpresas, aunque nadie sabe a quién se puede encontrar más allá de las fronteras de la empresa.

lunes, 19 de junio de 2017

Una dedicatoria a las miradas

Me encanta hablar de miradas. Si alguien se pasa por aquí de vez en cuando, lo sabrá, aunque hace algo más de año y medio que no incluyo un post en esa etiqueta. Esta será la séptima entrada en “Miradas”, unas cuantas más si busco “mirada” o “miradas” en el contenido, además de las que no incluyen la palabra pero hablan sobre el tema. No solo me gusta hablar de ellas, también otorgarlas y recibirlas, aunque a veces la timidez me impida expresarme todo lo que quisiera y simplemente me quedo en un estado neutral y aburrido que me hace parecer sosa o desinteresada. En cualquier caso, las buenas miradas son de las pocas cosas que hacen más llevadera la jornada.

Los ojos hablan por nosotros, incluso dicen cosas sin que nos demos cuenta, sin permiso. No tienen por qué ser tímidos y pocas veces son mentirosos aunque nosotros lo seamos. Tampoco hace falta mentir, sino estar en una situación delicada, querer ocultar algo y zas, movimiento de ojos que ya nos ha delatado. Y aunque hay miradas que asesinan y sería preferible evitarlas, es un alivio, en esas situaciones en que no se sabe qué decir, que los ojos digan te comprendo, no te preocupes, todo se va a solucionar, estaré a tu lado, lo siento mucho. Es una maravilla, que puede llegar al éxtasis en ocasiones, encontrarse a alguien que con un brillo especial te diga: eres guapísim@, quiero seguirte al fin del mundo, me pones un montón, echaría un polvo contigo ahora mismo, te quiero. Únicamente con las chispitas que salen de su iris, con una casi imperceptible dilatación en la pupila pueden hacernos temblar; con un ligerísimo movimiento visual recorren tu cuerpo y te hacen olvidar lo que está pasando a tu alrededor. ¿Nunca habéis sentido eso?

martes, 23 de mayo de 2017

Subida de temperaturas para el verano

De pronto tengo calor. No por la temperatura ambiente ni por una insolación, aunque todo contribuye a ponerme al borde de una calentura de las gordas. La causa, debo confesar, es el maromo que está ahora mismo en la puerta del recinto, con traje azul marino y camisa blanca. Venga, voy a ser sincera, ahora mismo no tiene la chaqueta, pero eso está muy cerca de que se quite la camisa también y me pone en una situación hormonal delicada.

Maniquí en la puerta de una tienda
Sin título, de Daniel Sivinjski
No es especialmente guapo, no es muy alto y podría cambiarse el corte del pelo, ¿será, entonces, por el uniforme? A mí me van mucho los uniformados, pero siempre he sido más de marinos, policías y guardias civiles con traje de montar, con esos pantaloncitos ajustados y botas altas marcándolo todo. Uf, me pongo mala de pensarlo. ¿Veis? Sigo caminando hacia el límite. Si escribiera con pluma, la tinta se habría corrido por todo el papel.

viernes, 5 de mayo de 2017

Picores: el síndrome de las mudanzas no deseadas

Fue un pequeño susto. El miércoles cogí el tren como siempre para volver a casa y sentí un cosquilleo en mi mejilla, como la caricia de un delicado fantasma. Me toqué suavemente, casi con pudor y, al mirarme los dedos vi un pequeño bichillo de una especie que desconocía (no, no raro, es que no tengo ni idea de bichos). Hacía un poco de calor, sudaba por el esfuerzo previo y todo empezó a picarme. La caricia en la mejilla se extendió por todo el cuerpo en pocos segundos y se convirtió en urticaria sin contemplaciones. Y con la urticaria vinieron los recuerdos: la Rotten y su mudanza, las pulgas imaginarias, los sarpullidos, la locura del grupo…