viernes, 15 de diciembre de 2017

El accidente químico

Puerta en habitación a oscuras
La puerta misteriosa,
de Dorotea Hyde
Abrí la puerta de la Meeting Room y casi me desmayo. Eran las diez menos veinte de la mañana y fue una sorpresa muda, ni hongo radiactivo ni luces boreales. Simplemente llegué con una mochila llena de enfado y frustración porque era el cuarto día seguido que el tren llegaba con retraso y al girar la llave, empujar la puerta y respirar aquello supe que el día iba a ser muy largo. Primero la vaharada me echó para atrás, se me cortó la respiración un instante (ahí fue cuando pensé que iba a perder el sentido) y como seguí en pie entré directa a la ventana. Justo en ese momento, tan oportuna, llegó Sara Pestes y ya no pude abrir. Iba a dar igual, pero aún no lo sabía.

En esta oficina hay una puerta misteriosa que da a un espacio de lo más vulgar: un pequeño almacén al que llamo el cuarto misterioso (perdón por la redundancia) donde las señoras de la limpieza guardan el papel higiénico, las cajas del agua, la aspiradora y materiales de limpieza. El dichoso olor salía de este cuarto y cuando una de ellas se pasó por aquí para coger algo y abrió la puerta, casi nos desmayamos otra vez. Según nos contó un poco cabreada, como si nosotras tuviéramos la culpa, como si preguntar fuera un crimen, a las del turno de tarde se les cayó ambientador. A mí no me olía al que normalmente usan pero me abstuve de hablar no fuera a ser que se enfadara todavía más.