viernes, 15 de diciembre de 2017

El accidente químico

Puerta en habitación a oscuras
La puerta misteriosa,
de Dorotea Hyde
Abrí la puerta de la Meeting Room y casi me desmayo. Eran las diez menos veinte de la mañana y fue una sorpresa muda, ni hongo radiactivo ni luces boreales. Simplemente llegué con una mochila llena de enfado y frustración porque era el cuarto día seguido que el tren llegaba con retraso y al girar la llave, empujar la puerta y respirar aquello supe que el día iba a ser muy largo. Primero la vaharada me echó para atrás, se me cortó la respiración un instante (ahí fue cuando pensé que iba a perder el sentido) y como seguí en pie entré directa a la ventana. Justo en ese momento, tan oportuna, llegó Sara Pestes y ya no pude abrir. Iba a dar igual, pero aún no lo sabía.

En esta oficina hay una puerta misteriosa que da a un espacio de lo más vulgar: un pequeño almacén al que llamo el cuarto misterioso (perdón por la redundancia) donde las señoras de la limpieza guardan el papel higiénico, las cajas del agua, la aspiradora y materiales de limpieza. El dichoso olor salía de este cuarto y cuando una de ellas se pasó por aquí para coger algo y abrió la puerta, casi nos desmayamos otra vez. Según nos contó un poco cabreada, como si nosotras tuviéramos la culpa, como si preguntar fuera un crimen, a las del turno de tarde se les cayó ambientador. A mí no me olía al que normalmente usan pero me abstuve de hablar no fuera a ser que se enfadara todavía más.

martes, 5 de diciembre de 2017

Los retrasos del tren: ¿colapsan ellos o colapso yo?

A lo largo de estos años de blog he intentado evitar el tema de los retrasos en el tren porque es algo que me enerva y me crea muy mal rollo. He hablado del hombre con coleta, de Diego, del flautista de Hamelín, de los atentados del 11M, del hombre murciélago y muchos de los cuentos de Lo que me inspira la música surgieron también en un vagón. Solo una vez comencé hablando de los retrasos para llevarlo al terreno de la ofi, al fin y al cabo las dos empresas funcionan de manera parecida. Por eso tiene etiqueta propia, aunque no estoy segura de que todo lo relacionado con el tren esté etiquetado como tal.

Durante diez años he estado cogiendo el tren a diario. Hasta que hicieron la reestructuración de líneas cogía dos, ahora solo uno, pero no hay mucha diferencia. Antes, en el segundo tren me tocaba ir como una sardina de pie y ahora me toca ir como una sardina sentada. Tardo lo mismo porque hay los mismos problemas o más. La frecuencia supuestamente ha aumentado, pero las vías de entrada a Atocha han disminuido así que el tapón que se forma es descomunal.

lunes, 27 de noviembre de 2017

Lo que me inspira la música (10): La tos




La chaqueta de forro polar de color rojo iba acompañada de un tufillo rancio que, sin provocar arcadas, desagradaba. El vagón fue tragando gente en cada estación y se vieron obligados a juntarse más de lo necesario. Una tos del tipo de rojo esparció otro olor: el del aliento cargado de alcohol. El que iba a su lado sintió cierta pena. Ir a las ocho de la mañana acompañado de esos dos olores no decía nada bueno del tipo de rojo, eran la señal de una vida triste y dejada. Podía estar equivocado, claro, al final lo único que estaba haciendo era imaginar y suponer muy a la ligera, dejándose llevar por el rechazo de su nariz a aquella compañía temporal. 

A ratos emergía un tercer olor: lavanda del suavizante que usaba su novia. Solo durante uno o dos segundos podía zafarse del aplastamiento del olor rancio y del olor a alcohol, pero era suficiente para que su mente dejara aquel vagón y volara, no solo a otro lugar, sino a otro tiempo. Al fin de semana que habían pasado juntos, al momento en que una ráfaga de viento le robaba la bufanda, al instante en que ella la recogía de un arbusto después de ganarle la carrera, al segundo preciso en que juntaron sus labios en un beso entre risas. Y otra vez la tos que traía el olor a alcohol para traerlo de vuelta de sus ensoñaciones. Al menos se tapaba la boca para toser.

martes, 21 de noviembre de 2017

La gran teoría de las llaves maestras

Dos llaves de oficina
La pareja de la cajonera, de Dorotea Hyde.
Enlazadas en rojo. Estábamos predestinadas. 
Me encanta cuando la gente se pasa de lista y a continuación se la pega. Sé que no es ni tolerante, ni paciente, ni amable. Me da igual, voy a saltarme todas las lecciones de autoayuda.  Si a alguien le gusta que se pasen de listo con él o ella o disfruta mientras lo humillan y lo dejan quedar como una escoria que no tiene ni idea de nada, que se pase por los comentarios y lo diga. Respetaré su masoquismo, pero yo odio que me traten como una imbécil, que vengan a hablarme como si no tuviera ni idea de nada aunque esté razonando y justificando mis réplicas y la otra persona simplemente esté siendo sabionda, chuleándose como si hubiera hecho el descubrimiento del siglo, como si tuviera el poder del conocimiento universal y divino. Más allá de tener razón o no, me encanta que esa persona se lleve el chasco y se hunda en un agujero (cavado por ella misma).

viernes, 20 de octubre de 2017

Ruido, ruido y más ruido. Y un poco de divinidad

—Yo primero presentaría lo que sea líquido, las acciones.
—Tiene que cumplir uno requisitos: de familia, de paro…
—¿Cuánto tiene de hipoteca?
—Ciento cuarenta, no, ciento cincuenta.
—Si es segunda vivienda es cuando te van a por todo.
—Supongo que te dice que priorices entre restaurantes y…