El miércoles me atropelló una bicicleta. Regresaba al
trabajo de dar un paseo en mi hora libre y un niñato montado en una mini bici
tenía que pasar sí o sí entre otra persona, la pared y yo. ¡Ole el campeón! Me
envistió de frente. Me golpeó en el lado derecho y se dio a la fuga. Le grité:
¡GILIPOLLAS! Y oí su voz lejana probablemente diciéndome una barbaridad. Deseaba
que se estampara contra la marquesina del bus. Para no caerme, forcé mis
músculos del lado izquierdo, se contracturaron más aún de lo que están
normalmente. Me duele. No puedo leer. No puedo dormir bien. Si estoy mucho rato
con la misma postura en el ordenador también me duele.
Como él se dio a la fuga, fui al médico que me correspondía
por la mutua de la empresa. Aquí empieza el culebrón. El miércoles era el
último día de contrato con esa mutua. No pensé que fuera un problema
importante, pero quería que me miraran porque a veces esos golpes dan muchos problemas y al día
siguiente te levantas si es que puedes moverte. Resulta que las contracturas,
sin ser graves, eran lo suficientemente importantes como para que me dieran
rehabilitación. Una rehabilitación que sabía que no haría porque al día
siguiente entraría en juego la mutua nueva. En realidad me quedaban esperanzas
de una solución, aunque lo que pasó después le dio la razón a mi primera
impresión.
Llegó el jueves y la incertidumbre total. A las once y
cuarto el personal de recursos humanos aún no se había puesto en contacto
conmigo para confirmarme si podía seguir en esa clínica o no. Llamé y no tenían
ni idea de nada. Debo decir que siempre me atienden bien, pero no pueden dejar
a la gente colgada, por suerte, yo no me estaba desangrando. Hasta las cinco y
media no me llamaron para explicarme cómo tenía que proceder. En teoría, alguien
de la nueva mutua se pondrá en contacto conmigo porque quieren verme hoy
viernes (me sentí como un sujeto de experimentos) pero son las dos menos diez y todavía
no he recibido La Llamada. Con el paso del tiempo, la medicación, la aplicación
de calor y los estiramientos que hago de vez en cuando, probablemente cuando me
vean me manden a freír espárragos. Un brazo amputado ya tendría gusanos.
Por otro lado, cancelar la cita con la clínica fue un reto.
Llamé ayer por la tarde nada más hablar con mi compañera.
Para cogerme el teléfono, hora y media. He estado allí dos veces y no tienen ni
de lejos tantas llamadas como para pillar las líneas siempre ocupadas. Cuando
al fin me cogieron, la recepcionista no quería cancelar mi cita, alegaba que eran
ellos quienes me tenían que seguir atendiendo, pero en realidad tampoco le
importaba yo sino mantener un paciente más. Tanto me dio la brasa que le dije
que lo consultaría de nuevo. Sabía que esta mañana estaría otra persona. Ya
está cancelada. Y lo siento en el alma, es un centro especializado en
traumatología muy bueno y me atendieron muy bien las dos veces que fui.
El resumen es que me siento abandonada y frustrada. Además cancelé mi
sesión mensual de fisio el miércoles que viene porque iba a estar con la
rehabilitación. Ahora mismo solo tengo molestias.
Vaya, y yo que me quejaba de que los ciclistas son un incordio porque no les basta su carril bici y a veces van por dónde les sale de dónde quieren... Aunque no voy a meterlos a todos en el mismo saco. Una pena no tener la identidad de ese ciclista. Pero lo que te ocurre después es una vez más de Kafka. Aunque casi seguro que te seguirá atendiendo la vieja mutua. Esperemos. Que no sea nada.
ResponderEliminarTampoco me he metido en ese tema (el de los ciclistas) porque me parece muy complejo y no quería parecer que estaba en su contra por el enfado. Pero comentándolo con más gente, todos notamos que hay una invasión de bicicletas.
EliminarSí, al final sigo con la vieja mutua... a ver si la rehabilitación da para un nuevo post :D
Gracias!
me entretiene y fascinan tus escritos
ResponderEliminarGracias, Recomenzar. MUAC. (Esté atenta por si la rehabilitación da para una segunda parte jejeje).
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