jueves, 22 de diciembre de 2022

La despedida (2): El evento oficial y los desaires

Hojas de un libro arrugadas

Old dictionary paper curls, de Narisa

Hay gente que tiene amigos en el trabajo. Van juntos a tomar café a media mañana, comen juntos a menudo, se llaman continuamente para consultarse temas laborales y otras cosas, se dan apoyo mutuo en caso de tener una persona subordinada conflictiva y, podría pensarse que, en caso de una celebración, si a una de esas personas le toca organizar algo para la otra, podría querer hacerle algo bonito y un poquito más especial que a los demás por ser su amiga, y se implicaría personalmente.

Hace unas semanas Sandra coincidió con Ángela, nuestra antigua jefa y amiga íntima de Diana. Sandra, que no puede ser más pánfila, cometió el error de preguntarle si iban a preparar algo para la despedida de Diana, nuestra jefa saliente. Ángela dijo que sí, pero viendo cómo se desarrollaron las cosas después, creo que lo decidió en ese mismo momento. No quedaba mucho tiempo para fin de año y aún no tenían ni fecha, ni espacio, ni lista de invitados.

Dije que Sandra cometió un error porque Ángela se tomó aquella pregunta como una oferta para colaborar. Que ya hay que tener imaginación para hacer esa deducción, pero es lo que pasa con la gente con morro. A partir de ese día empezó a acosar a Sandra para que le dijera nombres de compañeros con los que Diana se llevaba bien para invitarlos, como si ella fuera una desconocida en vez de su amiga íntima. Le endosó la tarea de decidir (ay, que me muero de la risa, decidir) qué tipo de libro de firmas regalarle: con fotos, sin fotos, escrito a mano o a ordenador, una libreta (¡una libreta!), un puñado de hojas encuadernadas (no comment)… Sandra tuvo que gestionar el pedido y conseguir las firmas en una empresa que está totalmente descentralizada porque la otra se lavó las manos.

Por supuesto, Sandra me preguntó mi opinión para cada opción que consideraba. Incluso me preguntó de quién era amiga Diana. Por favor, que no me haga reír, lo que yo tengo es la lista de la gente que la odia, y no la puedo pasar así como así. Esa sí sería una buena fiesta, todos celebrando y emborrachándonos porque al fin se larga. Llegué a detestar tanto el tema que, cuando llegó el libro de firmas, estuve a punto de tirarlo al asfalto. Y creo que debí hacerlo porque entonces Sandra se empezó a volver loca con conseguir que nuestros compañeros firmaran. Por supuesto, no hizo caso de mi sugerencia de escribir un email a la gente para que viniera a firmar a su sitio y cuando llegó el día, solo tenía media docena de firmas. Pero claro, es por estas cosas por las que a ella la han ascendido y yo sigo donde estoy, porque ella sabe pensar en la dirección correcta y decide sin dudar, con confianza.

Ya solo faltaban la sala y el catering. Ángela escogió como fecha para el sarao el día en que Diana iba a asistir a su última reunión con los jefes de grupo, así que se empeñó en que el lugar de celebración fuera en el mismo edificio. El problema es que no se puede comer y beber en todas las estancias. En ese edificio, por ejemplo, solo se puede poner catering en una estancia en el sótano (¡el sótano!), con una capacidad para veinticinco personas. Rechazó varias sugerencias de Mike, que habría podido conseguir otras salas bonitas, luminosas, aireadas y con espacio suficiente para que no nos morreáramos al meternos un canapé en la boca. Ángela dijo que no a todo como si el evento fuera para un orco y no para su amiga del alma.

Así que allá fuimos, al sótano, como quien va a las mazmorras. Apretados, con un calor insoportable (imagino que la caldera andaba por allí cerca), aunque al menos teníamos todas las bebidas que quisiéramos para capear la temperatura y el aburrimiento de esperar a que terminara la reunión.

La Rotten no quiso perdérselo, pero se negó a entrar en la habitación con la excusa de que tenía moqueta (mentira, era puro plástico) y pretendía que yo estuviera pendiente de ella. Lo que faltaba. Y estuvo a punto de joder la sorpresa porque se quedó en un descansillo por donde tenía que pasar la comitiva. No le va bien si no destaca.

Una mano y una pierna con pantis a rayas verdes y blancas, yacen bajo una silla. Al lado una botella de whisky vacía.
Toasted, de Apionid

Puedo decir que, a pesar de la temperatura alta, los apretujones y los agobios, salió bien.  Comida y bebida abundante (porque lo encargó Mike, pero al menos la jefa cutre dio el visto bueno), Sandra pudo conseguir algunas firmas para su libro, a mí me salió un ligue y encontré a gente a la que hacía siglos que no veía. Mike, Pablo, Sandra y yo casi cerramos el cotarro y los del catering me prepararon un tupper con cositas que sobraron, aunque yo solo les había pedido la tortilla.

Y diréis. ¿Y los desaires? ¿Dónde están los desaires si todo salió tan bien?

Cuando Diana entró en la sala y se encontró con todos nosotros aplaudiendo fue muy emocionante, se le saltaron las lágrimas y todos acabamos llorando por contagio (yo de alegría, otros a saber por qué). Entonces soltó un pequeño discurso, tan rebuscado que tengo la teoría de que lo tenía preparado. Estoy segura de que imaginó que le harían algo así en sus noches sin dormir y lo practicó hasta gastar la almohada para que pareciera natural.

Les agradeció a los jefes de grupo su apoyo durante todo este tiempo, un rollazo en el que no tuvo la decencia de dedicar ni un simple gracias a las personas que conformábamos su equipo, que la apoyamos de verdad en el día a día, le ayudamos en todo, le aguantamos su tiranía y sus locuras. Sé que no tendrá una palabra dedicada para mí, pero no era yo, éramos el grupo del que presumía siempre con tanto énfasis que claramente estaba tapando algo. Era Sandra, a la que esclavizó hasta sacarle la última gota de sangre. Era Mike, al que le habría hecho lo mismo si se hubiera dejado. Todas y cada una de nosotras al final la soportamos y le facilitamos las cosas, aunque no nos cayera bien.

Tampoco abrió el regalo. Sandra se lo dio dos veces. La primera quizás no era el momento, todavía estaba abrumada, agobiada por estar todo el mundo a su alrededor. La segunda, soy testigo, se fue por la tangente colgándose la bolsa de la muñeca y cambiando de tema. Aún estamos esperando las gracias por ese detalle cuya búsqueda casi me desquicia. Si lo pienso, no podía irse de otra manera: fastidiando a la gente.

viernes, 16 de diciembre de 2022

La despedida (1): La elección del regalo y los números rojos

Colgante calavera
Este es el que yo compraría
(Ilust.: FreeFunArt)
Quizás, si lleváis algún tiempo visitando estas páginas, recordéis la entrada Primera persona del plural sobre la incapacidad de Sandra para hacer cosas sola que, en su caso, está íntimamente ligada a su incapacidad para tomar decisiones. Sigue en las mismas, pero hay algo más fuerte en su personalidad que se impone a la imposibilidad de decidir: cumplir y quedar bien. En esos momentos se pone a tomar decisiones como una loca. 

Cuando nuestra jefa, Diana, anunció que se jubilaba, Sandra empezó la campaña para comprarle un regalo. Llevamos muchos años juntas, la conozco mejor que a la mayoría de mis amigas más íntimas, así que desde un principio sabía que me iba a pedir ayuda igual que sabía que no pensaba involucrarme salvo en lo esencial porque esa serpiente venenosa no se merece ni agua.

Todo este asunto me ponía del mal humor. Comenzó con un presupuesto que aumentó gracias a una trampa. Nos sugirió diez euros para el regalo y cinco para unos pinchos, pero cuando RRHH anunció que se haría un pequeño acto oficial, siguió contando con quince euros por cabeza sin consultar y eso no me gustó. Aportando diez euros conseguiríamos una cantidad suficiente para un buen regalo. Cuando le di mi parte le advertí (amenacé) que no pensaba poner ni un céntimo más. No es que yo sea cutre, lo que pasa es que a Sandra no le han cortado la luz más de una vez por llevar bien las cuentas.

viernes, 2 de diciembre de 2022

El éxito laboral

Euro (Christopher Lotito)
Hace unos meses quedé con Paula para tomar un café. No coincidimos muy a menudo, así que el tiempo que nos vemos no llega a nada, para ponernos al día rápidamente y poco más. En ese café, mientras le contaba en qué andaba metida con mis manzanas (y ella es una de ellas) me preguntó si no me gustaría serlo también, que por cómo hemos trabajado, cree que se me daría bien. Unas semanas más tarde, Sandra me dijo que yo sería una buena manzana porque puede no gustarme hablar en público, pero lo disimulo lo suficiente para que no se me note y, además, lo hago bien. Me quedé un poco perpleja porque no haría ese trabajo ni por todo el dinero del mundo, pero ellas tienen una percepción de mí completamente diferente a la que tengo sobre mí misma.

Estamos en un mundo bastante centrado en los ascensos y en el éxito laboral, al menos en ciertos entornos. Es frecuente que se premie a los empleados subiéndolos de peldaño: un cambio de título, un buen montón de responsabilidades, aunque no siempre una subida de sueldo (que se lo digan a Sandra). Nuevos puestos en los que la gente no rinde de la misma manera aunque esté preparada porque nadie se ha parado a pensar que esa persona era buena en su trabajo porque le gustaba, se le daba bien o se sentía cómoda, pero no le gustan las nuevas tareas, o detesta hablar en público o quizás lo suyo no es gestionar a los que antes eran sus compañeros.