¿Qué pasa si tenéis todo organizado para preparar la
comida, que tiene que estar lista a una hora determinada para empezar a
trabajar en punto, pero alguien lo boicotea todo? A mí me dio por gritar como
una energúmena. Y es que la vida en la casa de los demás puede ser un poco más
complicada, aunque esa casa sea la de tus padres y la sientas como propia.
Cuando pasé unos meses aquí el año pasado, tuvimos un margen para organizarnos
y adaptarnos, así que después de un par de semanas tanto mis padres como yo
intercalábamos nuestras distintas rutinas como en una trenza perfectamente
hecha.
Después de las vacaciones de Navidad, decidí quedarme un
par de días más en casa de mis padres aprovechando que puedo teletrabajar. Solo
eran un par de días, así que para qué íbamos a hacer la trenza, para qué íbamos
siquiera a peinarnos. Pero claro, sin planificar nada era muy difícil comer a
una hora decente para evitar sentarme frente al ordenador con el bocado
atascado en la garganta. De llegar a tiempo a las clases de inglés ya ni hablo.
Cuando estoy en casa cocino el día anterior para tener la hora del descanso lo
más despejada posible. Sé que soy un poco como Phileas Fogg en ese sentido, pero
mi costumbre de comer a las dos choca con las tres que ha establecido mi padre
y ya no digamos con la falta de conciencia horaria de mi madre. Cada quien por
su lado y todo un desastre. Así y todo, conseguí llegar a la mitad de la clase
de inglés del trabajo, aunque engullendo más que comiendo y pasando un buen
agobio. Y no fueron esos los peores días.