Creo que no he hablado más de la Rotten y sus pulgas desde
que publiqué la entrada en la que disecciono la historia y sus contradicciones.
He tenido motivos para volver, pero no he querido hacerlo por salud mental. Me
he estado alejando de ese tema y en este caso escribir me producía más daño que
beneficio. Hoy, retomo la historia porque soy más fuerte que hace dos meses y
medio y porque el tema no va a ser mi locura sino la de otra. Es triste ver el
deterioro de una persona, aunque no te caiga bien, aunque desees tenerla lejos.
Eso es lo que está pasando con Ascensión. Se está desmoronando y no quiere
hacerlo sola. Cuando digo sola no es que quiera que alguien le coja la mano
para ayudarla a superarlo, sino que en su caída, nos va a llevar por delante a
los demás.
En mis conclusiones en Malas pulgas, apunto que no me
extrañaría que fuera su mente la que provocara muchos de los síntomas. El
último día antes de las vacaciones de Navidad pasó algo que me hizo pensar que
a esta mujer se le ha ido la cabeza realmente y que necesita ayuda de verdad.
No ayuda como la que le da su médico loco diciéndole que se eche una pipeta de
perro (que igual funciona, no lo sé) sino ayuda psiquiátrica, profesional y en
condiciones. Llegó a la oficina y, al acercarse a su silla, vio un montón de
pulgas en el asiento. Intentó espantarlas, pero no pudo. Aun así, se sentó.
Poco a poco las pulgas fueron subiendo por su cuerpo, metiéndose por debajo de
la ropa y recorriéndole la piel. Empezó a rascarse y se hizo más daño que por las
(inexistentes) mordeduras. Para mí era toda una metáfora del deseo que siente
porque alguien la toque, le recorra el cuerpo con las manos, con la boca, que
le transmita electricidad y calor. Su manera de tocarse como para enseñarnos el
recorrido de los bichitos era sugerente, erótica. Lo pienso y me da repelús. Es
una imagen que quiero borrar de mi mente.
En vacaciones, fumigaron el edificio. Durante unos días todo
fue bien, estaba más tranquila, además, había venido con una novedad. Me enseñó
una especie de muñequera con un compartimento en el que guarda un repelente. Sí,
va con una pastilla antipulgas por ahí. Desprende un olor tan penetrante. Es
como llevar pastillas antimosquitos. Supongo que eso hace el mismo efecto que
esnifar pegamento. Como decía, la felicidad y los efectos de la fumigación no
le duraron nada. Hace dos semanas encontró una pulga en su casa. La mató y dejó
una marquita de sangre en la pared. Se puso un poco nerviosa, de nuevo había
sido víctima de un devorador y no quería que nadie lo supiera porque le daba
vergüenza. Casi podría ser la metáfora de una violación. Es realmente
preocupante. Necesitaba contarlo y yo
fui la elegida. ¿Y si de verdad le está pasando algo malo que no sé ver? Ayer
se desencadenó una nueva oleada de histeria y egoístamente pensé de nuevo en mí.
Al parecer ha vuelto a ver pulgas en la oficina. Corrió como
una loca al despacho de su jefe, el Súper jefe, que es muy bueno y muy majo
hasta que le tocan las narices. Y la Rotten ayer no solo se las tocó sino que
le metió un bolígrafo en cada agujero. Hasta el fondo. Le contó muy alterada su
descubrimiento, puso verdes a los de la empresa fumigadora porque nunca
creyeron su versión, por eso no fumigaron con un producto especial para pulgas,
por eso vuelve a haberlas. Por eso. Él no la creyó, al fin y al cabo, las
cabronas de las pulgas no le pican a
nadie más, y no es porque ella esté muy aislada. No engaña a nadie con esa
excusa. Compartía mesa con dos personas cuando supuestamente la
acribillaban a mordiscos. Solo a ella.
El cabreo del Súper provocó el cabreo de la Rotten que estaba pensando
enfrentarse a él una vez más para recriminarle esa falta de confianza. Lo
triste es que (casi) nadie la cree. Ni él, ni sus compañeras, ni los de su
departamento, ni el de mantenimiento (aunque ese no cuenta porque es un
orangután, con perdón para los orangutanes). También tiene un poco harta a la
de suministros. Le pide una bolsa de la aspiradora todos los días. No puede dejarla
puesta después de usarla, que las pulgas salen para fuera.
Como el de mantenimiento no va a encargar otra fumigación,
ha comprado un nuevo producto por su cuenta. Espera a que se vaya todo el mundo
para echarlo. Sobre las diez, unas tres horas después de su hora de salida.
¡Cómo no va a tener visiones! Entre lo de la muñeca y esto, tiene que tener un
colocón perpetuo. Tampoco creo que en su casa duerma muy bien a causa
del estrés del día, además de estar pensando que tiene una pulga en su armario
espiándola y esperando la menor oportunidad para colarse debajo de sus mantas y
darle un mordisquito. Uno con cariño.
Desde que supo que la iban a cambiar de edificio ha estado
de mal humor. Estaba en un piso donde era la única secretaria, la que
controlaba todo, hacía lo que quería, no tenía ojos puestos sobre ella y nadie
notaba sus ausencias para dar paseos por toda la empresa. Ahora está en un
edificio grande, en una planta abierta, sin tabiques ni separación entre
puestos de trabajo. Los despachos que hay tienen paredes transparentes y rodean
la estancia. Todo el mundo ve lo que hace, se notan sus ausencias. Además tiene
que compartir tareas con otras secretarias. Ya no controla todo, le llevan la
contraria y hay pocas cosas que odie más. ¿No podría estar su mente rebelándose
contra todo eso? A mí por estrés me salen espinillas. ¿No puede salirle a ella
un sarpullido? ¿No puede su mente, cansada y agobiada, crear pulgas? ¿No podría
estar creando eso su cuerpo para llamar la atención, para recibir un poco de
cariño igual que un niño que se hace pis?
No soy una experta, pero la mente es muy muy poderosa. Lleva
casi seis meses con una situación de estrés horrible. Seis meses de muchas
preocupaciones y poco sueño, además de estar respirando sustancias que puede
que no maten a un ser humano, pero que no dejan de ser tóxicas. ¿No es fácil
tener visiones así? Me da mucha pena, pero también me doy pena yo, no quiero volver a sentirme como en septiembre y estoy tomando las medidas que están
a mi alcance para que no me contagie sus pulgas.
Una historia apasionante la de esta paranoia brutal. Hay más gente así de la que pensamos. Yo conozco una que cambia el enemigo de las pulgas por los hombres. Todos son espantosos machos que la persiguen para hacerle daño y se meten en su casa y le mueven los trastos de sitio... Pero es cuando las miras con compasión cuando estás más cerca de entenderlas. Estas personas viven un infierno que ni siquiera pueden compartir con quien les rodea. Solo quema en sus cabezas. En fin, tu no regreses a septiembre, no. Pero pase lo que pase recuerda que peor que la Rotten, difícilmente vas a estar.
ResponderEliminarLo que me da miedo, S, es acabar como ella cuando llegue a su edad :(
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