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Are you sitting comfortably?, de Mister G.C. |
Entra en el vagón, larguirucho, delgado, con
calva estancada, estancado también su aspecto de cincuentón desde hace ocho
años. Mira a izquierda y derecha, escudriña buscando el sitio perfecto, duda,
avanza y retrocede sobre sus pasos. Hoy localiza ese sitio a mi lado. Se
abalanza sobre él. No voy a negar que me
incomoda. Se ve que es raro por su lenguaje corporal: postura encogida, casi
encorvada, andar rápido y tenso, ropa de otra época de colores apagados,
colores de película vieja, y en los pies siempre zapatillas de deporte de las que
hacen el pie más grande, invariablemente de color negro. Es una de esas
personas que despiertan lástima, pero es raro y eso me trae recuerdos que
quiero olvidar. No lo miro, así que no sabe qué pienso de él.
Para sentarse también realiza un ritual. Ya de espaldas al
asiento se centra en el espacio que va a ocupar, se sube los pantalones y, como
un murciélago plegando las alas, coloca sus delgados brazos hacia delante, bien
juntitos, tensos más que estirados. Una vez replegado sobre sí mismo, se sienta
despacio, diría que con delicadeza, para no tocar a los viajeros sentados en los
extremos. Viaja encogido hasta su parada, no molestaría si de su boca no
saliera un aliento desagradable, no sé si por falta de higiene dental o por
problemas estomacales. No quiero saberlo. Ladeo la cabeza hacia el lado
contrario y contengo la respiración mientras leo.
Teniendo ritual para buscar asiento y para sentarse, no me
extraña que tenga otro para abandonar el tren. La puerta se abre y, justo
cuando está a punto de bajar la última persona, cuando parece que va a
seguir el trayecto, se levanta y apura para salir esquivando a los que intentan
subir.
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En sus caras, veo el temor, de pulloa |
Tantas preguntas se han originado alrededor de este
personaje en estos años. ¿Va a trabajar? ¿En qué trabaja? ¿Está casado o vive
con su madre? ¿Qué problema tiene para evitar a la gente de manera enfermiza?
Hace unos días obtuve una respuesta. Lo recibió un tren vacío, frío y con olor
a jabón. Se veía perdido mirando a su alrededor sin encontrar algo que lo
satisficiera. Ese vagón sería las delicias para la mayoría, llegar y sentarse
donde le dé la gana, sin embargo, allí estaba este hombre murciélago en una
cueva que no estaba hecha a su medida.
Lo siguiente pasó en unos pocos segundos. Lo sentí a mi
lado, subiéndose ya el pantalón y acomodando los brazos como si fueran las
alas. Mi incomodidad se convirtió en enfado. En esa fila de tres solo estaba yo,
pero en vez de elegir el asiento del otro extremo, su culo se acercaba ya al
del medio. De repente algo lo puso en tensión otra vez, estiró las rodillas y
desplegó las alas, no sé si con alivio o con felicidad, para salir como una
bala. Lo que sucedió es que en otra fila de tres donde había un asiento
ocupado, se ocupó el del segundo extremo y vio su sitio ideal en el centro,
como si necesitara la protección de los demás para viajar. Al fin ese tren
vacío me mostró lo que buscaba, aunque una nueva pregunta surgió en mi cabeza.
Si evita a la gente, ¿por qué se sienta entre dos personas en vez de sentarse
en un sitio con un lado libre? Supongo que una vez más la soledad entra en
escena y esa cercanía es la dosis justa de socialización que necesita para
seguir adelante.
Precioso relato. ¡Ah!, y con una prosa muy solvente. Enhorabuena.
ResponderEliminarMuchas gracias, Mazcota. Quería escribir algo bonito para él, porque a pesar del rechazo que me produce, siento compasión. Nunca estoy segura de si consigo darle el tono que quiero.
EliminarUn abrazo.
Tono conseguido. Es cierto que el personaje es patético a pesar del rechazo. Probablemente tenga problemas pero no es descartable que en cierto sentido se trate de un pobre diablo que lo pase mal como cualquiera de nosotros lo puede pasar en algún momento. Es curioso que venía de comentarte lo que nos brinda la gente rara y los transportes públicos a los que escribimos y me encuentro esto en tu blog.
ResponderEliminarLo peor del personaje me parecen esos olores. Cuando alguien se deja mucho en la higiene es que algo le falla en la cabeza. No hablo de locura mayúscula pero algo anda mal. En fin, se agradece un relato tan fresco en verano. Las historias están ahí, como los Pokemon, lo que ocurre es que cualquiera no las detecta. Afortunadamente tú sí. Besos
Gracias por el comentario, Sergio. Lo curioso es que nunca se me había ocurrido escribir sobre él hasta el otro día contándole a una amiga el descubrimiento. Entonces, se me encendió la luz :)
EliminarSí! Independientemente de que atraigamos a gente rara, el transporte público es una mina jajaja.
Besos.