Un zulo con ventana. Un pedazo de cristal que a algunos les
sirve para
alegrarse
la vista y dejar volar la imaginación y a otras les provoca asfixia, como
si estuvieran en una jaula de cristal que se hace más pequeña cada día. El aire
cargado de negatividad emocional, charlas imbéciles. Los auriculares en los oídos,
bien apretados, para aislarse de ese ambiente de malas vibraciones y
comentarios venenosos. Imposible. El zulo facilita las imposiciones sociales y
el asco.
Un edificio enorme, un hormiguero. Encuentros fortuitos con
sus compañeros, charlas triviales, frívolas, que no alimentan. A su alrededor
las visitas, llenándolo todo de ruido, malos olores y basura mientras ella intenta
buscar su hueco, retorciéndose para encajar. O quizás solo se retuerce porque
el lugar que tiene asignado no se adapta a ella y busca un poco de comodidad.
No la encuentra ni en el zulo, ni en los pasillos, ni durante el rato en el
baño cuando se encierra a meditar. Toc toc toc. Toc toc toc. TOC. TOC. TOC.
El edificio se vacía de pronto. Nada de visitas. Solo
compañeros que la buscan para charlar mientras ella recorre los pasillos atenta
a los ruidos y a las voces, a veces susurrantes, para escaquearse. Gente maja
que necesita ser escuchada. Gente agradable que cuenta cosas que no le
interesan, que buscan ser sus amigos porque se encuentran a gusto con su
compañía. Pero, ¿qué pasa con ella? ¿La escuchan o la interrumpen? ¿Le importa
a alguien lo que necesita?
Días que pasan lentamente. Reuniones infumables a las que no
debería acudir porque no pinta nada. Montones de papeles que sacar adelante con
falta de concentración.
Llamadas
indeseadas e innecesarias. Compañeras que acuden a ella justo cuando va a
salir. Mira el reloj. Repasa la jornada. Más gente que nunca. El hueco interior
agrandándose. Finalmente sale atrapada en soledad.