Parecía que la vuelta después de las vacaciones era
tranquila, hasta aburrida. Normalmente me muero de aburrimiento, las mismas
tareas día tras día, como Charlot en Tiempos modernos donde se vuelve majara en la cadena de
montaje. No me cuesta imaginarme bailando con la aceitera. Pero lo de los
últimos días era diferente, todo estaba en silencio, parecía que el edificio
estaba vacío, Sandra y Mr. Lolas no montaron ningún numerito, no se me ocurría
nada sobre lo que escribir. Hasta que llegó el martes y se desencadenó la
tormenta.
Por la tarde, a última hora, cuando la empresa estaba medio
vacía, llegó un email de la directora del departamento de Sistemas. Al parecer,
en el último año, hemos hecho millones de copias e impresiones y hemos gastado
toneladas de papel y para evitar el derroche nos dan un presupuesto de doce
euros al mes por empleado. Seiscientas (600) copias en blanco y negro u ochenta
(80) en color. Extraordinariamente se puede pedir un aumento cuando la cuenta
llegue a cero. Extraordinariamente. Ya estaba el lío armado.
Soy la primera que intenta reducir gasto de papel. Reciclo
igual que en mi vida privada. Guardo las copias con erratas que no son
confidenciales para reutilizarlas, incluso recojo las que mis compañeros dejan
tiradas en el cuarto de la fotocopiadora y las reparto entre amigos que
necesitan papel para apuntes. Reviso bastante antes de imprimir, siempre que
puedo a dos caras y evito las cosas innecesarias. Vamos, lo que cualquiera con
cierto sentido común haría. Pero para mi trabajo tengo que utilizar cantidades
ingentes de papel. ¿Cómo se presentan los proyectos? En papel. Algunos meses
doce euros no me van a llegar ni para empezar.
Hay más casos como el mío, de hecho, las reacciones no
tardaron en llegar, algunas públicas, otras privadas, todas con números que
justificaban la protesta. Excepto un email ayer por la mañana de un empleado
que es muy muy conocido en Twitter, un fanático de la tecnología. Él defendía que
una empresa que usa papel se queda en el pasado. Yo estaba de acuerdo con él en
muchos puntos, hasta que leí el final del primer párrafo. Él no imprime nada en
la oficina desde hace años porque utiliza su portátil personal (no comenta nada
si imprime en casa), si necesita algo, se
lo pide a alguna secretaria. ¿En qué quedamos? ¿Necesita cosas en papel o
no? ¿Y qué pasa con el presupuesto de esa secretaria que tiene que imprimir
para él y para muchos otros?
Por la tarde me encontré con mi amiga Caroline. Me contó que
el problema empezó porque no se estaban enviando ciertos encargos a
reprografía. Como funciona tan mal, los que tienen que imprimir o copiar un
trabajo en grandes cantidades (exámenes, presentaciones para los alumnos y
asistentes a conferencias, informes…) se lo piden a las secretarias. Así que el
que pensaba que los culpables eran lo que imprimían cosas personales hasta
recalentar la impresora, se equivocaba de pleno.
Y ahora vienen mis reflexiones sobre este tema.
1.
Mi jefa:
mi jefa tiene un cargo importante, tiene influencia y cierto poder, pero como
no quiere quedar mal con nadie, no ejerce como jefa sino que va de guay. Quedar
bien con todo el mundo es imposible, quedar mal conmigo es algo que le da
absolutamente igual. Esta mañana le comenté mi problema con el presupuesto, le
dejé bien claro que sabía que no tendría problema para que ella me autorizara
un aumento adicional de los doce euros. La muy perra salió por la tangente y
terminó diciéndome “veremos qué pasa”. ¿Qué pasa? Que en unos días tengo que
preparar la entrega de un proyecto y no sé si me llegarán los doce euros. Yo en
su lugar no tendría que pensar el darme la autorización, pero… El no quedar mal
con la directora de Sistemas le puede, es antes eso que sacar el trabajo
adelante.
2.
Reprografía:
todo el mundo sabe que hay un problema. Cinco personas y dos máquinas para
atender a una empresa de unos mil empleados en plantilla, más los profesores
invitados (unos quinientos durante el curso escolar) y los estudiantes. La situación
es que mi empresa ha comprado a otra, así que el volumen de cursos, clases,
profesores y alumnos se ha multiplicado al menos por dos. Está muy bien que la
empresa crezca, todos muy contentos con los beneficios, pero no tanto cuando
hay que aumentar la inversión en ciertos departamentos. El problema no es que
alguien le pida las copias a una secretaria en vez de llevarlas a
reprografía, tampoco que un jefe no se
atreva a darle un toque de atención a esa persona por no seguir el protocolo.
El problema está en que reprografía funciona mal. ¿Por qué? Esa es la pregunta
clave. Si alguien tiene la respuesta se ha puesto un pañuelo en los ojos. Es
más fácil recortarnos el presupuesto, dificultar el trabajo a los que estamos
abajo, es más divertido machacar a los débiles que plantarle cara a alguien
fuerte. Así que además de parar el rimo de trabajo, de la pérdida de tiempo, de
la saturación del sistema de soporte (para pedir aumentos de cuota), hay que
tener en cuenta el gasto de las copias que se harán en las tiendas de
reprografía que hay a la vuelta de la esquina.
Para no alargarme, no menciono el fomento de la insolidaridad o la mala imagen que daremos a la gente externa cuando alguien nos pida
la tarjeta y tengamos que decirle que no porque no puedes permitirte el lujo de
que gasten los céntimos en cuarenta copias de un informe para la reunión con
el presidente. Y también dejo de lado que a veces la igualdad no es justa porque no fotocopia lo mismo un jefe que su empleada. Todo muy bien pensado. Ya sabía yo que la tranquilidad de los
primeros días no presagiaba nada bueno.
Hummmm… ¿y las copias son acumulables? Es decir, ¿las que te sobren de un mes puedes añadírtelas al siguiente?
ResponderEliminarEn mis institutos yo tenía que comprar tarjeta de fotocopias para hacerlas. Normalmente mis jefes se enrollaban y me las hacían todas ellos -mejor, porque después de licenciarme en la universidad y estudiar un chorro de idiomas, resulta que soy incapaz (de verdad de la buena) de manejar una fotocopiadora sin preguntar al menos a dos personas. Y por supuesto, más de una vez toca empezar la clase más tarde para recordar a los alumnos más despistados y/o morosetes que tienen que abonar un euro o dos para las fotocopias porque los profesores, obviamente, no tienen por qué pagarlas cuando son para ellos. En fin. Sería bonito trabajar sin papel, pero tan triste.
Y por otra parte, que la guerra del coltán ya es una realidad. Si todos hubiéramos de tener un dispositivo electrónico de alta gama para hacer nuestro trabajo o incluso los deberes, no quiero ni imaginarme cómo iba a acabar la cosa.
Sí, he leído tu último post antes que este. Un abrazo :)
No, creemos que no son acumulables, pero nadie nos dice nada. Antes, cuando tenía que fotocopiar algo de la biblioteca, también me tocaba pagar la tarjeta porque mi departamento no me la pagaba, así que me las fui apañando sin ir allí. En todo caso, me pasaría como a ti con las de los alumnos, tendrían que pagarlas las personas para las que las hago, no yo.
EliminarY tienes toda la razón con lo del coltán! No se piensa en eso ni en toda la basura que genera la electrónica. ¿Es que no hay salida?
BSS