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Estación de Plaza Elíptica. Autor: Luis García (Zaqarbal). Fuente: Wikimedia. Licencia: CC BY-SA 3.0 |
14:40h.
Al final de la primera entrega de esta crónica estaba perdida en la plaza de Legazpi, dando
vueltas preguntando a diestro y siniestro cuál era la calle para poder llegar a
la plaza Elíptica y sin recibir respuesta porque la gente no tenía ni idea.
Algunas personas creo que no habían oído hablar de la Elíptica en su vida.
La plaza Elíptica es uno de esos lugares con doble nombre.
Su nombre oficial hasta hace ocho años era Fernández Ladreda, pero no sé si
alguien le llamaba así. En el 2017 se recuperó su nombre original y yo ni
siquiera me había enterado. Y no soy la única. Hace unos días, antes del
apagón, hablaba con una amiga y la plaza salió en conversación. Justo me
comentó que su nombre oficial era el otro, así que no soy la única que vivía en
Babia con respecto a este tema. Pero no tan en Babia como para no saber de su
existencia. Pero claro, es que está al otro lado del río.
Es curioso porque a esas alturas del día, sabiendo ya todo el mundo que lo de la electricidad iba para largo, viendo el caos que había montado delante de sus narices, la gente se seguía sorprendiendo de mi intención de caminar a la dichosa plaza. Como si cruzar el río significara ir a otro mundo. ¿Sabéis cuál es la distancia entre las dos plazas? Dos kilómetros y medio.
El caso es que acabé por preguntarle a dos personas con las
que había coincidido en una de las paradas de autobús, cuando me acerqué en
Legazpi a ver cómo estaba la situación. Y al fin una de ellas me dijo cuál era
la calle por la que tenía que ir. Pero era una de esas personas que te indican
para un lado diferente al de la dirección y eso me despistó. Me pareció que mi
intuición me decía cuál era la calle porque decenas de personas se dirigían
para allí y no creo que sea una calle con tantos peatones a no ser que haya una
carrera popular (nota mental: fijarme en eso la próxima que vaya al Matadero).
Aun así, no dudé en preguntarle a una chica para confirmar. Caminar está muy
bien, pero no quería hacer kilómetros innecesarios bajo aquel calor.
Una señora muy maja, Esther, me dijo que iba por el buen camino. De hecho, ella también iba a cruzar el río y fuimos juntas hasta el final del puente. Hablamos del dinero en efectivo, de las medicinas, de no dejar para mañana lo que puedas hacer hoy. Y al final, cuando supo que me dirigía al extrarradio, me ofreció su sofá por si no podía coger el autobús.
Dejadme que me ponga moñas: fue una luz en mi camino y me animó a seguir. Todo era una incertidumbre en ese momento, pero yo tenía que llegar a mi casa. Por ella. Precisamente porque me había ofrecido ayuda. Yo que soy tan negativa con respecto a la humanidad, me encontré con una persona buena. Y casi me eché a llorar allí mismo.
La calle Marcelo Usera estaba llena de peregrinos a la
Elíptica. Desentonábamos completamente en la zona. Se notaba que íbamos de
paso, quizás porque íbamos todos cargados con mochilas. La gente del barrio iba
más ligera de equipaje, a otro ritmo y menos agobiada por el calor.
Al ver cómo cerraban una tienda de aparatos electrónicos me
lamenté de que no siguiera abierta para comprarme una radio, lo único de la
lista del dichoso kit que me faltaba. A partir de ese punto empecé a fijarme en los
negocios de la zona. Mientras unos esperaban colas para comer en algún lado y
algunos se tiraban de los pelos porque no iban a poder pagar con tarjeta, yo
empecé la operación radio FM. Al final encontré una tienda pequeñita donde
compré un transistor enano de sólo dos pilas y me fui más feliz que una perdiz
porque ya no iba a estar incomunicada. En ese momento no pensé que me había
fundido en el aparatejo los únicos euros en efectivo que llevaba encima.
El calor estaba pudiendo conmigo. La caminata no, estoy
bastante acostumbrada a patear. Pero el calor me estaba matando y como no sabía
lo que me esperaba, fui racionando el agua. Entonces llegué a una pequeña zona
verde y me senté un momento. Estaba al lado de una parada de autobús y justo en
aquel momento llegó uno. El 60. Mi neurona chamuscada por la radiación solar
pensó. Muy lenta, pero pensó. Si aquel bicho iba en la misma dirección que yo,
tenía que pasar por la Elíptica. Guardé todas mis cosas y corrí antes de que se
subiera la última persona. Y pude cogerlo.
Una parada.
Sólo una parada. Pero bajo aquel calor, ese pequeño tramo en
bus, fue un alivio y quizás la diferencia entre colapsar y mantenerme para lo
que me quedara.
15:10h
Por fin.
La plaza Elíptica por fin.
Al bajar, estaba un poco desorientada de nuevo, creo que más por el calor y la situación de tensión más que por lo cambiada que pudiera estar la plaza. Volví a preguntar sin reparos. Me acerqué a cuatro chicas que bajaron del 60 delante de mí
y les pregunté por el intercambiador. Me acogieron en su grupo porque todas
llevábamos el mismo destino, el bus para la misma ciudad. Nunca las olvidaré a
ellas y a Esther. Fueron mi guía en un momento de agobio en el que me sentí muy
perdida.
Estuvimos juntas hasta que empezaron a llegar los autobuses
y nos desperdigamos para coger (o intentarlo al menos) el autobús que más nos
convenía, aunque pronto se dieron cuenta de algo que yo les había dicho nada
más juntarnos: había tal caos que lo importante para mí era coger uno que me
llevara a la ciudad, allí me apañaría cogiendo un urbano o caminando. Pero aún
quedaba una hora larga para que empezaran a llegar.
En un momento de tranquilidad en la espera intenté encender
el móvil. Lo había apagado nada más comunicarme con mis padres para que la
falta de cobertura no me puliera la batería. No sé si fue por la luz cegadora
del sol que me impidió ver la pantalla o porque la tensión me bloqueó, el caso
es que metí mal el pin y el que se quedó bloqueado fue el teléfono. No perdí
mucho. Ya lo activaría de nuevo al llegar a casa.
En el rato que estuve en el intercambiador vi un poco de
todo. Gente que aún no había podido contactar con sus hijos. Gente que había
podido organizar la recogida de los suyos en el colegio. Cardúmenes de personas
corriendo tras el deseado transporte a casa. Gente desesperada golpeando los
autobuses, algunas (sólo algunas) bastante violentas, tanto como para producir
una sensación de miedo en los demás. Conductores que cobraban billete y
provocaban el cabreo en los que intentaban subir.
Honestamente os digo que es lo mejor que pudieron hacer para
mantener el control en aquellos primeros momentos. Eran excepciones, como el
tipo al que echaron del bar que comenté en la entrada anterior. Pero la
exaltación es contagiosa y en aquellas paradas ya había gente que estaba más
alterada de lo que debían, hasta el punto de provocar miedo en quienes estábamos
alrededor.
El problema de cobrar era que había gente que no tenía pasta
ni abono. Desde que el abono de tren es gratis, hay gente que no coge el Abono
Transporte (el mensual para todos los transportes). Y no llevaban metálico. Un
chico, no tan joven ya, me preguntó con toda su inocencia qué iba a pasar con
esa gente, si no las iban a dejar pasar. Y la respuesta en aquel momento era
clara. Estaba segura de que al final, por ser en un caso de emergencia, no se
iba a dejar tirado a nadie, pero en aquellos momentos la dura realidad es que los
dejaron en tierra estando ya con los dos pies dentro.
También en las paradas fue cuando supimos que los taxis
rechazaban salir de Madrid, aunque pasó uno por delante que, tras una dura
negociación, cogió a cuatro personas para llevarlas a Parla.
16:30h
El tiempo pasaba y no llegaba ningún autobús que me
sirviera, que fuera a mi ciudad. De pronto llegaron dos y ni las cuatro chicas
del 60 ni yo pudimos subirnos, pero ahí fue cuando ya quedamos desperdigadas,
cada una buscando nuestra mejor opción. Me fui juntando con otra gente,
haciendo pequeñas relaciones efímeras que sólo buscaban no estar solos en aquel
duro momento. Esto es lo que quisiera destacar. Más allá del tipo violento del
bar, o de los desesperados que golpeaban los autobuses, que incluso se ponían
delante de ellos, la piña que fuimos haciendo entre nosotros.
A mucha gente le pasaba lo mismo que a mí. Hacía años que no
cogían ese autobús, probablemente muchos no habían pisado esa plaza en su vida
y ahí estábamos perdidos, desorientados, nerviosos y preocupados. Cansados
todavía no porque la adrenalina nos mantenía. Pero encontramos apoyo en la
persona de al lado.
Cuatro y media. Después de casi hora y media de espera tenía
un nuevo objetivo. Ya no pensaba solo en llegar a casa sino en subirme a
cualquier cacharro con ruedas que me llevara a mi ciudad antes de la siguiente
hora de salida de trabajo. Si me daban las seis allí me imaginaba pasando la
noche en un prado.
Y entonces, después de un autobús que pasó de largo, llegaron
otros dos que me servían. El asunto era si podría subirme a uno de ellos o me
quedaría en tierra una vez más.
Se pone bueno el relato y no pude dejar de pensar en lo lejos que te queda el trabajo. Y yo que me quejo que debo caminar 12 minutos en la mañana para llegar al cole... jeje. Incluso sin conexión me parece que Google Maps -si lo has habilitado para modo sin Internet previamente- te permite seguir viendo el mapa, quizá en un par de minutos a la sombra podrías haber mirado la ruta a seguir? pero si tuviste el accidente con el sol y el bloqueo, nada que hacer. Igual bien fuerte tu protección y está bien, yo me puedo equivocar mil veces con el pin y me deja seguir intentando todas las veces jeje. Esperaré esa 3ra parte. Un abrazo.
ResponderEliminarAh, mira te adelantaste. Te contesté al comentario de la primera parte diciéndote que ya estaba esta, pero ya estabas por aquí. :D
EliminarTengo que mirar eso que me comentas de Google Maps. Lo utilizo tan poco que no sabía de esa función.
Sí, tengo una tiradita hasta el trabajo. Y en caso de emergencia como esta no es tan fácil volver a pie, más allá de la distancia, que en total serían unos veinte kilómetros. Pero sí hay ruta posible, es algo que después de esto he mirado. :)
Un abrazo.
En esa clase de situaciones que nos sacan de nuestro confort, se ve quién es cada uno en realidad. Viste actitudes, digamos, un tanto intranquilizadoras, y eso que solo fueron unas horas...
ResponderEliminarEn un momento siempre hay gente que saca su peor cara. Pero también vi cosas buenas que no esperaba. Y me sorprendió verlas.
EliminarUn saludo.
La continuación de tus peripecias me han hecho ver la diferència entre la gente que te ibas encontrando i que os ibas ayudando unos a otros i en cambio la rigurosidad en el trato del personal de los autobuses...si no pagas, no subes !... : (
ResponderEliminarEso mismo pensé , cuando dijistes que te gastaste el dinero com la pequeña radio.... i al llegar al bus, pensé "sin dinero, se queda en el suelo!" pero vi que tenias algun otro recurso por suerte.... yo ni me acuerdo de cuando me subí la última vez en un autobus, habría sido de los que se quedaban abajo .
Me resulta muy interesante tu relato , a ver el siguiente capítulo ! :)
Un saludo !!.
Jajaja, te imaginas que llego al bus y no puedo cogerlo por falta de pasta? Ahí hay una historia buenísima. :D Hace unos meses decidía comprar igualmente el Abono Transporte a pesar de que con el gratuito de tren y unos cuantos de metro me salía más rentable. Pero me di cuenta de que de vez en cuando tenía imprevistos y el abono general me salva el culo... como ese día. :)
ResponderEliminarme ha hecho gracia lo de "si aquel bicho iba en la misma dirección que yo..." :D
ResponderEliminarqué amable esa mujer, esther. es lo que yo llamo 'gente que mola'.
está bien que existan esas pequeñas tiendas de artículos audiovisuales de esos que ya no venden en los grandes almacenes porque supuestamente están obsoletos, pero se echan de menos en momentos de apuro.
creo que habrá tercera parte, estaré atento. ;) abrazos!!
Esas tienditas me encantan. No compramos en ellas todos lo días, pero salvan el pellejo muy a menudo. :D Atendían dos señores majísimos, además.
EliminarEsther fue muy amable, espero que le vaya todo bien.
Un abrazo