¡Ni una!, de Dorotea Hyde
Aún estaba hablando con la señora Hyde, preguntándole qué tal habían amanecido ella y el señor Hyde. Le encanta contarme dramas nada más levantarse. Tenía que ser algo que la animaba a enrollarse más de lo normal, la guerra en Ucrania o algo sobre una serie que estamos viendo, porque eran casi las diez cuando oí las voces y aún estaba al teléfono. Una planta de diferencia (esto lo supe después), más los auriculares encajados en mi oído haciendo vacío, más mi madre cotorreando, amortiguaron el volumen y el tono de la algarabía de fondo. Sentí que había jaleo, pero no sabía si era bueno o malo. Los gritos de alegría a veces no se diferencian de los de dolor o terror. De pronto, Merche, la señora de la limpieza, salió al descansillo. La siguió corriendo Marisol Marinube. Como entraron y no me dijeron nada, seguí a lo mío.
Marisol Marinube:
Tienes que cerrar las puertas. Había un hombre masturbándoseenelportal. Luego siguió a una de las chicas de la planta de abajo, ¿no oíste el jaleo? Al parecer intentó llevarla al ascensor, pero ella se dirigió a las escaleras y subió y pudo pedir ayuda.