Espera en la esquina de siempre a que aparezca y pase sin
verlo, caminando como si flotara en una nube sin importarle nada lo que sucede
a ras de suelo. La lluvia lo empapa, hace tiempo que se coló por alguna rendija
al interior de sus zapatos y está empezando a traspasar el abrigo, pero la espera
vale la pena, quizás sea hoy el día en que a ella le llame la atención algo del
mundo real y al fin se dé cuenta de que coinciden cada mañana. Le da igual tener
esas pintas, empapado, el pelo aplastado contra la piel y temblando como si
tuviera miedo. Miedo de ella.
En el interior de un coche parado en el semáforo suena Non lo dirò col labbro. No sabe cómo se
titula, solo le suena la música de una peli que una de sus ex
veía una y otra vez. Luz verde. El coche avanza dejando libre su campo de
visión. Al fondo de la calle, después de la curva, aparece la figura envuelta
en un abrigo rojo, mirando a un mundo que solo existe en su mente. Se agacha para
observar algo en el suelo. Él no alcanza a ver que son las primeras amapolas de
la temporada, los pétalos empapados y aplastados unos contra otros, encorvadas
por la lluvia, temblando por el viento, como si le tuvieran miedo al frío
inesperado. La chica del abrigo rojo, ella, las toca con dulzura. Avanza un
paso y se para de nuevo. Saca su móvil del bolsillo y les hace una foto a las
delicadas flores que, sin estar en su mejor momento, anuncian ya la llegada de
la primavera.