Hace unos años una amiga me descubrió La flor de mi secreto, de Almodóvar. La conocía, pero no tenía
ganas de verla debido a la interpretación errónea del anuncio. Cuando la
anunciaban en Canal+ ponían las escenas en las que Leo (Marisa Paredes) salía
más destruida, las más oscuras, incluso estaban editadas de tal manera que en
mi mente me monté una nueva película con el maltrato como tema principal. Al
menos ese es mi recuerdo. Nada que ver. Es cierto que tiene momentos
dramáticos, pero también tiene unos puntos cómicos muy buenos, como muchas de las de Almodóvar. Admiro en él esa capacidad que tiene de mezclar lo dramático
y lo cómico y deseo saber hacerlo igual algún día… Ey, ey, que me voy por las
ramas. Vuelvo a La flor de mi secreto.
Todo empezó porque me gustaba un compañero de trabajo. Era
turco, muy educado, amable y muy muy tímido, al menos con las chicas que le
gustaban. Había otros obstáculos, pero entre que a él le daba
vergüenza hablar español (conmigo) y a mí inglés (con todo el mundo), nunca
pasó nada. Nos veíamos, nos mirábamos y cada uno por su lado sin haber abierto
la boca. Mi amiga Esther tenía algo más de contacto con él así que le pedía que
me contara cosas, por si podía darme alguna clave. Pasó un tiempo y yo seguía
sin tener oportunidad para hablarle a solas (el email nunca funcionó, aunque lo
intenté). Y no sé cómo llegamos al día de La
flor de mi secreto. Supongo que de nuevo estaba contándole a Esther que era
imposible hablar con él. No recuerdo sus palabras exactas, pero fue algo
parecido a: “Ese chico es demasiado tímido, a veces habla para el cuello de su
camisa, seguramente es virgen [aquí mi cara de alucine y una serie de
fantasías que me hicieron entrar en calor repentinamente]. Y está muy solo, es
como una vaca sin cencerro”. ¿Una vaca sin cencerro? Y La flor de mi secreto entró en mi vida.