Hace unas semanas leí en algún sitio en la red que al
parecer se montó un revuelo tremendo porque el
hijo de Charlize Theron se disfrazó con una peluca de Elsa, la princesa de Frozen. Podría decir que me da igual de
qué se vista ese niño, en cierto modo es así, pero por otro lado me hago la
pregunta ¿por qué no puede vestirse de Elsa? ¿Tan aberrante es que un niño se
disfrace de niña cuando es absolutamente normal que una niña se disfrace de niño?
Yo me disfracé de princesa un año, pero también de payaso, y de chino, y de gran
inquisidor. En este último no me hace falta remarcar el masculino en negrita
porque nunca hubo una gran inquisidora.
Untitled, de Giuseppe Milo |
Hace poco más de una semana quedé con una amiga escritora.
Las dos estamos peleando por terminar un guion de largo. Le pasé una de las
obras que estoy escribiendo y me señaló un par de diálogos que le parecían
sexistas. Mientras los escribía me daba cuenta de que lo eran, pero cuando escribo
la primera versión no pongo filtros de ningún tipo. Tampoco sería extraño que
ese carácter sexista pasara inadvertido. Es algo escondido en un nivel mucho
más profundo de mi yo consciente, algo que mamamos desde que somos pequeños,
que nos rodea. Aunque cuando se forma nuestra personalidad adulta podemos
rebelarnos contra la herencia social, sale en ocasiones como esa, y sale
porque está ahí aunque no lo veamos.