379 - Tile Clock – Texture, de
Patrick Hoesly
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El
despertador sonó a la hora de siempre, a la de siempre de antes, y me
desconcertó. Era demasiado temprano y no sabía por qué. Entonces recordé que me
tocaba prepararme rápidamente, vestirme como dios manda y salir pitando para
coger el tren. Aparentemente normal, solo que esta vez cogí un par de bolsas
para traer a casa mis cosas personales y un montón de mascarillas (y supongo
que esto es un lugar común de lo que decimos y escribimos estos días).
En
la calle mucha gente iba a cara descubierta. Dos personas, además, en vez de
alejarse de mí para mantener las distancias, se acercaron aun más mientras
intentaba alejarme. Una de ellas llegó incluso a rozarme aunque la acera estaba
para ella y para mí en ese momento. Este egoísmo, esta invasión, este pasotismo
absoluto por lo que está pasando ahí fuera me enfureció. Seguro que esta
gentuza salía todas las tardes a las ocho a aplaudir. Menos mal que al llegar
al tren, todo el mundo la llevaba. Excepto por las mascarillas, en realidad no
había en la calle nada que fuera diferente a cualquier mañana de finales de
junio o principios de julio. Incluso, ya cerca de mi trabajo, un grupo de
padres despedían a sus hijos a la puerta del autobús hacia el campamento,
exactamente igual que siempre. Me fascinó que todavía haya gente que tenga
ánimos para mandar a sus hijos... a donde sea.