Las orquídeas de la meeting room, de Dorotea Hyde |
Me he hartado de la primera persona del plural. Tanto tanto
me he hartado, que hasta he sido borde y no me gusta serlo. Demasiado tiempo escuchando
tenemos
que ir a ver el edificio nuevo, tenemos que quedar con la Rotten para tomar un
café (y luego ponerse a hablar con otra persona y ser yo la que aguanta a la
pulgas), tenemos
que aprender en qué despacho está cada uno, deberíamos aprender el
organigrama de la empresa, ¿dónde podemos ver la orden día?, deberíamos
conocerla, ¿felicitamos
a Violeta por su boda?
La carrera hacia la bordería empezó a la vuelta de las
vacaciones, el segundo día, cuando Sandra me preguntó si sabía algo de Ana y, a
continuación, soltó un “tenemos que ir a verla”. Aprecio mucho a Ana,
es de lo mejor que pasó por el zulo en mucho tiempo,
pero no es mi costumbre pasar mi jornada laboral de paseo, prefiero otras cosas
para distraerme. Y en concreto, pasar por esa oficina no me apetece un huevo.
El departamento de investigación, cuanto más lejos mejor. Como una oficina
compartida no es una casa, no sé siquiera si me pasaré por allí a menos que el
trabajo me obligue. Alguien podría decirme que se trata de cortesía, que Ana es
algo parecido a una amiga. Me da igual. Empieza a salir mi lado borde
simplemente porque Sandra me implica en algo que quiere hacer pero no quiere
hacer sola.