Cuarteto de rosas, de Dorotea Hyde |
Como siempre por estas fechas toca el cumpleaños de Sandra y Jekyll. El día anterior me puse en guardia porque Sandra me escribió para proponerme un café y me soltó que Diana, nuestra jefa, seguramente se uniría. Ni borracha paso ni un minuto de mi día con esa mujer [Mi
día. Sí, vale, vale]. Así que
aproveché que me tocaba teletrabajar para quedarme en casa y rechazar la
proposición. Para que no quedaran dudas —que siempre les quedan a pesar de todo—
le dije textualmente que lo último que me apetecía era pisar la oficina el día de
mi cumpleaños [Mi… Tengo que disimular. Mmm…] y
ya que tenía la oportunidad, no iba a perderla.
Llegó el dichoso día. Desde las nueve en punto empezaron a llegar una retahíla de mensajes que preferiría no recibir. Tuve que responder a la mayoría de ellos: del departamento de recursos humanos, de mi antigua jefa, de mi jefa actual, de mis compañeras… Entonces empezó una especie de acoso por parte de mi jefa y por parte de Sandra (su mensajera), para saber si estaba en casa o en la oficina, como si una no hubiera leído mi primer email y como si la otra no hubiera recibido el recado; como si mi palabra no valiera nada, como si por repetirlo, yo fuera a decir que sí. Sí, sé que estoy muy susceptible, pero cuando trabajo en casa pasa eso. Sufro control continuo para saber si estoy o no, y si no, para saber dónde. Dónde.