Desde que nos mudamos a la Meeting Room venimos luchando
contra una pequeñita dificultad: apenas hay cobertura wifi. He escrito la
oración anterior en primera persona del plural por cortesía. Son Sandra y Sara
pestes quienes lo sufren, luchan contra la adversidad y se quejan, sobre todo
se quejan. Mucho.
A mí me da igual que haya o no haya… Y ya está el angelito
sentado en el hombro derecho obligándome a confesar que en los primeros días,
mientras no conectaron nuestros ordenadores a la red, me resultó muy útil que mi
PC utilizara su antenita receptora por una vez, aunque era un poco molesto que
la señal se perdiera cada dos por tres. Claro, solo un par de días, nada
comparable a dos meses. Ocho semanas viendo vídeos a trompicones, sesenta días
despilfarrando su dinero para chatear. Imaginad lo desesperada que estaba
Sandra en julio, la tensión acumulándose en una de las venas de su cuello,
hasta que ya no pudo aguantar más y descargó la energía enviando una incidencia
a IT sin comentárnoslo ni a la Pestes y ni a mí. Sandra es de las que necesita
la aprobación de los demás hasta para hacer sus cosas pero, curiosamente,
contradiciendo esa dependencia para la toma de decisiones, le encanta montar
pollos a quien cree por debajo de ella o cree que debería servirla. Humillar
para sentirse algo.