Adiós tacones. (Autor: Expressolia) |
Todo
empezó en marzo, cómo no, por pasar todo el tiempo en casa por el estado de
alarma. Arrinconé mis zapatos y comencé a utilizar únicamente las zapatillas de
estar en casa y las de deporte, pero sobre todo las de estar en casa, total,
para estar todo el día con el culo pegado a la silla, qué más daba. Entonces empezaron
a llegar a mis redes sociales artículos que
recomendaban ponerse los zapatos de vez en cuando y no eran
consejos para mantener la autoestima o la rutina, como en el caso de la ropa sino
que, de no hacerlo, nuestros pies se resentirían. Y a partir de ahí, quién sabe
qué más podía pasar, porque todo en nuestro cuerpo está comunicado, eso me dice
mi fisio. Y seguí sin darle importancia, claro.
Llegó
el momento en que me tuve que marchar a casa de mis padres y fue todo un
desafío plantarme unos zapatos. Es cierto que podía haberme puesto
los tenis y tan pichi, pero pensé, porras, para una vez que salgo, voy a
ponerme esas botitas tan chulis a las que les quedan dos telediarios, que
seguro que allí todavía hace fresco y así cuando termine la temporada las tiro.
Y sí, me las planté, pero qué rozaduras, madre mía, qué rozaduras y eso que
solo me di un paseíto por la estación del tren para activar la circulación.