Va siendo hora de que retome el blog. El descanso que me he
tomado en vacaciones se está alargando demasiado. He perdido la costumbre y no
siento necesidad de abrir la página en blanco, enfrentarme a ella y además
escribir algo ingenioso (o algo que intenta serlo).
Las tres semanas que llevamos han sido tranquilas, pero han
pasado cosas. Para empezar, la Rotten sigue con su frenesí pulguero. Pensábamos
que a la vuelta estaría un poco mejor, qué inocentes. La buena noticia es que
no puede venir a vernos porque tenemos moqueta. La mala es que está en manos de
un médico sectario que la va a llevar a un destino que no quiero ni imaginar.
Sigue casi al pie de la letra la orden de no entrar en sitios con moqueta o
sillas de oficina para cerrar el círculo vital de las pulgas. Esta orden
implica dos cosas. La primera, que ella lleva las larvas allá donde va como si
fuera un perro. La segunda, que las pulgas están en todas partes. Se compadece
de nosotras por estar en un cuarto con moqueta. Tía, compadécete porque no
tenemos ventana y estamos hacinadas en un zulo enano, no por tener moqueta. Hemos sabido que tuvo una reunión y se sentó
en el pasillo, para no pisar la moqueta del aula. Va en picado.
The Man Who Fell to Earth, de Trevor Butcher |
Quizás debería hablar un poco más de su “médico” aunque sea
solo para desahogarme. Me encantaría denunciarlo y que lo encerraran de por
vida. Lo que hace con sus pacientes no es humano. Les lava el cerebro, les hace
creer que es un dios, los lleva al borde de la muerte con tratamientos homeopáticos bestiales o al borde de la locura para luego
hacer que los cura, les saca los cuartos con engaños. A la Rotten le ha dado un
potingue elaborado con brandy, aloe, curry y un montón de hierbas más para que
se lo eche en el cuerpo como repelente de pulgas, esas que están a sus anchas en el frío invierno y que
hace meses que no se dejan ver. Es el que le ha echado una pipeta de perro y le
ha puesto una pulsera con una pastilla insecticida, el que la ha convencido de
que su pie está hinchado desde hace nueve meses porque su cuerpo no ha sido
capaz de eliminar el veneno inoculado por las pulguitas de marras. Veneno que
no ha sido expulsado ni con ocho sesiones de ozono en vena en un mes. Le
sugeriría que quizás su problema en el pie no es por veneno, pero se
empecinaría aún más en su creencia, nadie puede contradecir a su dios. Esto no
es una cuestión médica, es ni más ni menos que una cuestión religiosa.
Entre unas cosas y otras ha mencionado, así, de pasada, que
ha pensado en el suicidio. Nuestras alarmas saltaron a toda potencia, nos
hundimos. Es este señor el que la está empujando a ese punto, la manipula para
que no vaya a ningún otro médico cuando debería ser él el que la llevara. Y la
creo capaz de hacerlo, voluntaria o involuntariamente. Como la pipeta funcionó
(al menos como placebo) también puede creer que el veneno que tiene en tuppers
por todas partes funciona mejor con una ingestión directa. Él no tendrá cargo
de conciencia si lo hace. Yo sí. Por no poder ayudarla, por no poder hacer
nada, por tener las manos atadas porque no es mi madre, ni mi tía, ni mi
hermana. Ojalá la locura, el estrés y la falta de sueño provocaran un estallido
de furia violenta, acudiera la policía y se la llevaran a un centro. Cada día
estoy más convencida de que separarla de ese loco es el primer paso para su
curación.
Wild Plumbing, de Kevin Dooley |
Nauseabundo. No se puede comer aquí. Ayer se me revolvió el
estómago, recordé los tiempos de la Mofeta y deseé con todas mis fuerzas que se
pasara. Y se pasó. Al mediodía ya no olía. ¿Será que por una vez funcionó la
dichosa ley de la atracción? Mis pensamientos positivos debieron de ser muy
débiles porque esta mañana estábamos en las mismas. Sandra y Ana le preguntaron
a Azucena, la arpía mayor, si no notaba el olor y con tono de asco y desprecio
nos soltó: Sí, bueno, como siempre. ¡Cómo que como siempre pedazo burra! Mal
olor hay en su despacho, sobre todo en invierno cuando la Mofeta suda como una
cerda por la calefacción. No se puede entrar ni dos horas después de que el
animalito se haya ido y viene esta imbécil a decirnos que aquí huele siempre
mal. Como dice una amiga mía, me dieron ganas de caerle a golpes.
Me voy con mi enfado a otra parte. Tengo un marrón entre
manos, sí, aquél con el que hice la despedida de curso. Entre el mal olor y el frío no es
muy agradable trabajar, pero ¿cuándo es agradable y divertido trabajar aquí?
Son solo momentos ...
ResponderEliminarlos blogs nos ayudan a escribir lo que sentimos
como queremos nuestras vidas
y como las vamos creando y escribiendo
Magnifico tu relato
Tenga la impresión de que esta mujer no está tratando con un hechicero o curandero, sino no con un veterinario. Y lo sé porque mi tía lo es y receta esos mismos tratamientos a sus pacientes.
ResponderEliminarY yo deseándote un buen comienzo. Un deseo perdido. Estás en un edificio enfermo. Claro que lo de asumir culpas por la Rotten no es necesario. No debería ser posible nunca. La única culpa de lo que le ocurre es en la naturaleza que la ha hecho así, ni siquiera ella. La Rotten está para que la mediquen y si no quiere, tú que vas a hacer. Claro que a lomejor esos picores son por culpa de la sarna. Y esos ácaros si son reales y moqueteros y me temo que casi, casi crónicos. Y lo difícil que es no rascarse cuando alguien se rasca cerca... En fín... Hoy no sabía qué infierno era peor, el de vivir en un zulo, el de que huela mal o el de estar acopañada por un animal de sanatorio. Aunque tu blog ya se echaba en falta y esas han sido buenas excusas para el retorno.
ResponderEliminarRecomenzar: El blog es desde luego un gran desahogo. Llevo un diario, pero encontrarte con la gente en los comentarios conforta. Un abrazo.
ResponderEliminarMazcota: No insultes a los veterinarios XDDD Ahora en serio: también le pone acupuntura a los perros :S Un abrazo.
S.: Quizás también necesito tratamiento porque me siento muy culpable por no poder hacer nada. A ratos mi lado lógico manda y me dice que no se puede ayudar a quien no quiere ayuda, pero sólo a ratos. Un abrazo.