viernes, 11 de diciembre de 2015

Conjuntivitis: historia del oculista aprovechado

Ojo cerrado dibujado. Pestañas postizas
Falsies, de Theen Moy
Llevo una temporada en que parezco Doña Pupas, desde el atropello hace dos meses. A los dolores consecuencia del accidente tengo que añadir el estrés. Al final el cuerpo se resiente por las preocupaciones de la mente y nos salen cosas que en principio no tienen relación. Esta historia es sobre el último problemilla, una conjuntivitis. Hace unos días se la estaba escribiendo a una amiga por mail. Me había preguntado qué tal en el oculista y al contarle la historia culebronesca pensé: ¡Ostras! Esto tiene que estar en el blog. Así que allá voy.

El día doce de octubre me levanté con el ojo izquierdo como un tomate. De cerca, podía apreciarse una media luna de rojo aun más intenso abrazando cariñosamente el iris. Me preparé pronto y fui a urgencias al centro de salud. La doctora tenía tanto miedo a que la contagiara que me vio el ojo desde el otro lado de la mesa. Con el colirio que me recetó mejoré, pero recaí dos veces más sin haberme curado del todo, incluso el problema afectó al ojo derecho, envidioso de su compañero. Tanta recaída me hizo pensar que podía ser algo externo lo que estaba causando todo eso y no un virus. Así que al tiempo que recaía, analizaba lo que pasaba a mi alrededor. ¿Y dónde estoy la mayor parte del día? Sí, aquí en el zulo.

Llegué a la conclusión de que una de las cosas que me hacen daño es el ambientador. La vieja de la limpieza no limpia ni airea. De alguna manera tiene que matar los malos olores, no solo el olor a cerrado y a humanidad, sino el que emana de las tripas del edificio. Es nauseabundo y, para disimularlo, tanto ella como su jefe vacían botellas enteras de algo que es más matacucarachas que otra cosa. Lo utiliza desde hace años, quién sabe por qué me he resentido justo ahora. ¿Por acumulación y saturación? ¿Por defensas bajas? He cambiado de jabón y de crema por si la unión de los tres era un cóctel fatal. El caso es que no me hizo falta prestar mucha atención para sentir que cada vez que echaba esa porquería, además de arderme la garganta, me escocían los ojos. Tampoco era necesario mirarme en un espejo para ver que estaban completamente rojos e hinchados.
 
Test de Snellen
Test de Snellen, de National Eye Institute (EEUU)
Hace dos semanas recaí de nuevo. Estaba tan mal como la primera vez. Como en la Seguridad Social tardan en dar cita, decidí ir a un médico privado. Elegí una clínica cerca de casa porque me quedaba muy cómoda y me atendió un tipo que me dio mala espina nada más entrar y verlo en la recepción. Lo primero en lo que se fijó fue en que llevaba gafas y que era una consulta privada, es decir, que no había una compañía sanitaria a la que dar cuentas. Lo segundo que hizo, antes incluso de preguntarme qué me pasaba, fue intentar convencerme de operarme. Y ofrecerse como salvador, por supuesto. Antes de mirarme el ojo, quiso graduarme la vista. Él a lo suyo y empezando a mosquearme. Estaba muy cansada, con los ojos irritados y él venga a insistir en que leyera la última línea de letras. ¿De verdad eso puede leerlo alguien? Me sentía como si estuviera haciendo la revisión para el servicio militar y el médico pensara que lo estaba engañando.

Ponerme en modo catalejo me dio dolor de cabeza. Pero todavía faltaba la escena final, lo que terminó de cabrearme. Tras el diagnóstico y las recetas empezó de nuevo su actuación. “Dentro de una semana quiero verte de nuevo, pero en mi consulta privada, que te queda mucho mejor”. Me dijo la dirección, “¿No estás al lado?”. ¿Y qué si estoy al lado? ¿Quién es él para decir qué me queda mejor, para disponer de mi tiempo? ¿Acaso sabía si tengo problemas para salir a media mañana de la ofi? ¿Conocía mi agenda? Porque aunque esaba en una clínica de barrio, tengo agenda, ahora un poco vacía, es verdad, pero él no lo sabía. Durante la despedida volvió a intentar convencerme para la operación. Aquello ya parecía más la captación para una secta que una consulta médica medio seria. La tiranía, la insistencia, la manera de organizar la vida de los demás, rompió para siempre nuestra relación… O eso creía yo.

Al día siguiente de la supuesta revisión suena mi móvil. Lo cogí porque estaba esperando otra llamada y, sorpresa, era el oculista. Nuestro diálogo:

Oculista: ¿No tenías que venir ayer u hoy a las diez y media?
Yo: [para mis adentros] ¡Cómo que hoy, sinvergüenza! Si aún no son las diez y media.
Yo: [en viva voz] Ayer.
Oculista: Entonces, ¿cuándo vienes? ¿Hoy o mañana?
 
Cuadro del Brilmuseum de Amsterdam. Dos ojos azules con gafas.
Amsterdam Street, de Kotomi_
Otra vez mandando, como si fuera mi única opción en la tierra, como si fuera una niña pequeña que no puede decidir. No iba a ir de ninguna manera, pero ese tono de exigencia me sacó de mis casillas como en la consulta y me reafirmó aún más en que a ese tío no vuelvo a verle la jeta. Le armé una historia y me arrepentí al momento porque tras mi excusa falsa me dijo que lo llamara a principios de año para hacerme una revisión, “sólo quince minutos”. Esos quince minutos me olieron a mierda, ya estaba en su mente de nuevo operarme y sacarme los cuartos. Le tenía que haber dicho tajantemente que no pensaba ir. Para rematar me dio su número personal para que lo llame en enero. Y eso me dio caguelo. Primero, porque para arreglar una cita llama la recepcionista. Segundo… ¿su número personal? Juro por mi tridente que en la consulta no se insinuó en ningún momento. Mis amigas, suspicaces al oír lo del número personal, imaginaron que podía querer insinuarse. Mi impresión es que quiere la pasta. En cualquier caso, me da mucho asco.

2 comentarios:

  1. Ja,ja, pues desde luego no es normal lo de su número ni nada. Al principio creía que era ese spam que te hacen en todos sitios para que además de comprarles algo les compres otra cosilla. Siempre me resisto y basta que me ofrezcan otro servicio para que pase de hacerlo(incluso aunque tuviera pensado comprarlo). A mí me instan muchas veces también en dentistas, oculistas y demás y yo digo que no puedo e insisten. Creo que ya lo dije pero si se ponen muy pesados les digo que vale, luego no voy y cuando me llaman les digo la verdad "os pusisteis tan pesados con lo de la cita que os dije que sí para quitaros de encima y para que os cabreáseis vosotros en vez de cabrearme yo". Pero bueno, que tu oculista puede que en lugar de querer curar tus ojos haya puesto los suyos en ti. Lástima que con el asco o la repulsión se seduzca tan mal.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Ay, qué horror, S., si de verdad puso los ojos en mí. Un viejorro, puag. Puedo jurar que no vi ninguna señal, pero tengo que reconocer que la mayoría de las veces no me entero (luego, cuando me lo dicen, o cuando es tan obvio y ya se ha enterado todo el mundo menos yo jajaja).

      Creo que estoy muy mal acostumbrada. Mis médicos habituales nunca me han tenido como cliente sino como paciente. Alguna vez tenía que tocarme.

      Gracias por pasarte. Un abrazo.

      Eliminar