Falsies, de Theen Moy |
Llevo
una temporada en que parezco Doña Pupas, desde el atropello hace dos meses. A los dolores
consecuencia del accidente tengo que añadir el estrés. Al final el cuerpo se resiente
por las preocupaciones de la mente y nos salen cosas que en principio no tienen
relación. Esta historia es sobre el último problemilla, una conjuntivitis. Hace
unos días se la estaba escribiendo a una amiga por mail. Me había preguntado
qué tal en el oculista y al contarle la historia culebronesca pensé: ¡Ostras!
Esto tiene que estar en el blog. Así que allá voy.
El día
doce de octubre me levanté con el ojo izquierdo como un tomate. De cerca, podía
apreciarse una media luna de rojo aun más intenso abrazando cariñosamente el
iris. Me preparé pronto y fui a urgencias al centro de salud. La doctora tenía
tanto miedo a que la contagiara que me vio el ojo desde el otro lado de la
mesa. Con el colirio que me recetó mejoré, pero recaí dos veces más sin haberme
curado del todo, incluso el problema afectó al ojo derecho, envidioso de su
compañero. Tanta recaída me hizo pensar que podía ser algo externo lo que
estaba causando todo eso y no un virus. Así que al tiempo que recaía, analizaba
lo que pasaba a mi alrededor. ¿Y dónde estoy la mayor parte del día? Sí, aquí
en el zulo.
Llegué
a la conclusión de que una de las cosas que me hacen daño es el ambientador. La
vieja de la limpieza no limpia ni airea. De alguna manera tiene que matar los
malos olores, no solo el olor a cerrado y a humanidad, sino el que emana de las tripas del edificio. Es
nauseabundo y, para disimularlo, tanto ella como su jefe vacían botellas
enteras de algo que es más matacucarachas que otra cosa. Lo utiliza desde hace
años, quién sabe por qué me he resentido justo ahora. ¿Por acumulación y
saturación? ¿Por defensas bajas? He cambiado de jabón y de crema por si la
unión de los tres era un cóctel fatal. El caso es que no me hizo falta prestar
mucha atención para sentir que cada vez que echaba esa porquería, además de
arderme la garganta, me escocían los ojos. Tampoco era necesario mirarme en un
espejo para ver que estaban completamente rojos e hinchados.
Test de Snellen, de National Eye Institute (EEUU) |
Hace dos
semanas recaí de nuevo. Estaba tan mal como la primera vez. Como en la
Seguridad Social tardan en dar cita, decidí ir a un médico privado. Elegí una
clínica cerca de casa porque me quedaba muy cómoda y me atendió un tipo que me
dio mala espina nada más entrar y verlo en la recepción. Lo primero en
lo que se fijó fue en que llevaba gafas y que era una consulta privada, es
decir, que no había una compañía sanitaria a la que dar cuentas. Lo segundo que
hizo, antes incluso de preguntarme qué me pasaba, fue intentar convencerme de
operarme. Y ofrecerse como salvador, por supuesto. Antes de mirarme el ojo,
quiso graduarme la vista. Él a lo suyo y empezando a mosquearme. Estaba muy
cansada, con los ojos irritados y él venga a insistir en que leyera la última
línea de letras. ¿De verdad eso puede leerlo alguien? Me sentía como si
estuviera haciendo la revisión para el servicio militar y el médico pensara que
lo estaba engañando.
Ponerme en modo catalejo me dio dolor de cabeza. Pero todavía faltaba la
escena final, lo que terminó de cabrearme. Tras el diagnóstico y las recetas
empezó de nuevo su actuación. “Dentro de
una semana quiero verte de nuevo, pero en mi consulta privada, que te queda
mucho mejor”. Me dijo la dirección, “¿No
estás al lado?”. ¿Y qué si estoy al lado? ¿Quién es él para decir qué me
queda mejor, para disponer de mi tiempo? ¿Acaso sabía si tengo problemas para
salir a media mañana de la ofi? ¿Conocía mi agenda? Porque aunque esaba en una
clínica de barrio, tengo agenda, ahora un poco vacía, es verdad, pero él no lo sabía. Durante la despedida volvió
a intentar convencerme para la operación. Aquello ya parecía más la captación
para una secta que una consulta médica medio seria. La tiranía, la insistencia,
la manera de organizar la vida de los demás, rompió para siempre nuestra
relación… O eso creía yo.
Al día siguiente de la supuesta revisión suena mi móvil. Lo cogí porque
estaba esperando otra llamada y, sorpresa, era el oculista. Nuestro diálogo:
Oculista: ¿No tenías que venir ayer u hoy a las diez y media?
Yo: [para mis adentros] ¡Cómo que hoy, sinvergüenza! Si aún no son las diez y media.
Yo: [en viva voz] Ayer.
Oculista: Entonces, ¿cuándo vienes? ¿Hoy o mañana?
Amsterdam Street, de Kotomi_ |
Otra vez mandando, como si fuera mi única opción en la tierra, como si
fuera una niña pequeña que no puede decidir. No iba a ir de ninguna manera,
pero ese tono de exigencia me sacó de mis casillas como en la consulta y me
reafirmó aún más en que a ese tío no vuelvo a verle la jeta. Le armé una historia
y me arrepentí al momento porque tras mi excusa falsa me dijo que lo llamara a
principios de año para hacerme una revisión, “sólo quince minutos”. Esos quince minutos me olieron a mierda, ya
estaba en su mente de nuevo operarme y sacarme los cuartos. Le tenía que haber
dicho tajantemente que no pensaba ir. Para rematar me dio su número personal para que lo llame en enero. Y eso me dio
caguelo. Primero, porque para arreglar una cita llama la recepcionista. Segundo… ¿su
número personal? Juro por mi tridente que en la consulta no se insinuó en
ningún momento. Mis amigas, suspicaces al oír lo del número personal,
imaginaron que podía querer insinuarse. Mi impresión es que quiere la pasta. En
cualquier caso, me da mucho asco.
Ja,ja, pues desde luego no es normal lo de su número ni nada. Al principio creía que era ese spam que te hacen en todos sitios para que además de comprarles algo les compres otra cosilla. Siempre me resisto y basta que me ofrezcan otro servicio para que pase de hacerlo(incluso aunque tuviera pensado comprarlo). A mí me instan muchas veces también en dentistas, oculistas y demás y yo digo que no puedo e insisten. Creo que ya lo dije pero si se ponen muy pesados les digo que vale, luego no voy y cuando me llaman les digo la verdad "os pusisteis tan pesados con lo de la cita que os dije que sí para quitaros de encima y para que os cabreáseis vosotros en vez de cabrearme yo". Pero bueno, que tu oculista puede que en lugar de querer curar tus ojos haya puesto los suyos en ti. Lástima que con el asco o la repulsión se seduzca tan mal.
ResponderEliminarAy, qué horror, S., si de verdad puso los ojos en mí. Un viejorro, puag. Puedo jurar que no vi ninguna señal, pero tengo que reconocer que la mayoría de las veces no me entero (luego, cuando me lo dicen, o cuando es tan obvio y ya se ha enterado todo el mundo menos yo jajaja).
EliminarCreo que estoy muy mal acostumbrada. Mis médicos habituales nunca me han tenido como cliente sino como paciente. Alguna vez tenía que tocarme.
Gracias por pasarte. Un abrazo.