viernes, 18 de noviembre de 2016

No soy Jane Doe, mi nombre es Dorotea Hyde.


Cuando llegué a esta empresa me llamó la atención que no todos los despachos estaban identificados. Los que no tenían el nombre de su ocupante junto a la puerta eran en muchas ocasiones un gran misterio. Puertas cerradas que, según mi volátil imaginación, ocultaban negocios ilícitos, espionajes industriales, personajes inventados, polvos furtivos… La realidad es que esas personas eran “nadie”.

Nunca aspiré a tener un cartelito de esos en la puerta. Estuve ocho años y medio encerrada en un zulo que debería ser un almacén. En esas circunstancias, no se dan señales a las visitas de que en ese agujero hay personas. Después de la mudanza, tampoco pensé que me identificarían. De hecho, junto a nuestra puerta, había dos soportes que se quedaron vacíos. En junio, cuando nos llegó la noticia de la llegada de Celia, Sandra se apuró a sugerir que deberíamos pedir que pusieran nuestros nombres. Necesitaba ese cartel para sentirse alguien y, sobre todo en ese momento, marcar su territorio diciéndole a la nueva que podría ocupar un asiento pero nunca sería de las nuestras. Como siempre, no movió un dedo para enviar el email, simplemente lo suelta para que otros lo hagan por ella. Su falta de autoestima se lo impide. El miedo, la vagancia puede que la acompañen, así otros ponen la cara frente a los huesos duros de roer y nunca recibe palos.

What was my NAME again? escrito en un cartón.
What was my name again?, de Mrs Noyesno
Hace unos días, uno de nuestros compañeros de mantenimiento recorrió el edificio renovando esos carteles. Entró en nuestra ofi para preguntar si éramos alguna de las personas que no conocía y, aprovechando su visita, le pregunté si sería posible ponernos uno. Sé que ella tuvo la idea en primer lugar cuando lo comentó en junio, pero como digo, es incapaz de enfrentarse a ciertas situaciones. Y me fastidia que unos días más tarde, al contar la historia, era nuestro compañero el que nos ofrecía el cartel y yo ya no sé si es porque la versión va cambiando cada vez que sale al aire o es ella que no quiere otorgarme el mérito de ser más valiente.

“Los identificadores solo son para los directivos”. Esa única frase en un email, como si por escrito no se percibiera el tono cortante e hiriente, a Celia y a mí nos hizo un pequeño rasguño, a Sandra la dejó herida de muerte. No entiendo que un nombre en la puerta sea un privilegio. Se trata de indicarle a la gente de fuera qué hay detrás, que no tengan que vagar perdidos por los pasillos ni se vean en el apuro de tener que llamar a un desconocido que quizás está en una reunión. De hecho, no se indica el cargo en ese trozo de cartulina, supuestamente para igualar a esos directivos que tienen un ego grande como una torre y autoestima convertida en arrogancia. Si de verdad se tratara de igualar, los eliminarían todos o los pondrían en todas las puertas. Unos sí y otros no es hacer diferencias y establecer niveles. En realidad, es de eso de lo que se trata: contentarlos haciéndoles creer que son iguales entre ellos, siendo superiores a la gente normal. Y cuando hacen una excepción y al becario de comunicación le ponen cartel de directivo, ¿entonces qué tenemos que pensar?

John Doe, CEO, en una identificador de mesa
Name plate, de Michał Kosmulski
En un segundo email inmediatamente después, Alicia (la secretaria que lleva ese tema), me dice que “pueden poner el nombre del departamento”. El problema es que cada una de nosotras pertenece a uno diferente y si alguien me busca a mí, es porque necesita a Dorotea Hyde no a mi jefa, ni al super jefe, ni a Violeta. Esta segunda línea a bocajarro encendió más aún a Sandra. ¿Y sabéis qué? Que toda su furia y su frustración salen cuando tiene enfrente, o al otro lado del correo electrónico, a una secretaria. Entonces le crece melena de león y fuego de dragón sale de su boca porque no hay nada mejor para sentirnos grandes que machacar al que creemos por debajo. Y no es que ella esté por encima de una secretaria, al contrario. Es solo que las considera la escoria, las que tienen que servir a todo el mundo, incluso a una mindundi como ella.

Y como no le hacía falta ese cartel, se dispuso a responderle a Alicia. Sorprendentemente el email era bastante educado aunque, por supuesto, tenía unas cuantas faltas de ortografía que me causaron pavor y un par de dardos con veneno, justo esos dos que querría lanzarle a su marido a la entrepierna. Por suerte, Alicia estará curtidísima en tratar todos los días con gente frustrada como esta. Le dio una contestación educada que la dejó clavada a la silla y le dijo que lo consultaría. Porque la clave de todo esto, es que Alicia no es quién decide, sin embargo, Sandra traslada la culpa a quien le conviene para poder protestar. Esto no es una compañía telefónica, aquí sabemos a quién podemos recurrir, solo que ella no tiene huevos a hacerlo.

Al final nos pusieron los nombres en la puerta un par de días después. Ayer entró alguien por equivocación y se echó atrás tras abrir un poco la puerta y verme a mí. Sandra, totalmente ilusionada porque el cartel funciona. No, el tipo ni leyó el cartel, pero no fui capaz de sacarla de su error y tampoco merece la pena esa lucha. Que siga en su burbuja.


NOTA: John/Jane Doe es el nombre que reciben en el sistema judicial estadounidense aquellas personas de las que se desconoce su identidad o aquellas de las que no se puede usar su nombre real.

7 comentarios:

  1. Vaya, qué historia tan interesante sobre lucha y triunfo. Pero contada así la supuesta heroína que ha luchado por vuestros nombres no queda muy bien. Y es que es normal que te produzca escepticismo todo esto. Al final todo es una cuestión de ego. Pero cuanto más necesitas luchar por una placa y más te satisface tenerla, peor tienes el ídem. El que se siente alguien no necesita demostrarlo todo el tiempo ni necesita que lo localicen antes (esto suele ser incluso contraproducente en el mundo laboral).
    Y lo de tratar a tus iguales como basura y a los de arriba temerles es un clasicazo que no pasa de moda ni de espacio geográfico. Y va más allá del trabajo. En fin, yo ahora conozco a Sandra. Ella tiene un nombre para un desconocido(aunque no una cara, le pondré una cuando tenga tiempo). Ella sigue siendo la misma. No ha ganado en importancia. Y hay gente que se hace un nombre para peor. Podría seguir horas con esto, da mucho juego. Saludos, Dorotea.

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    1. Sí, lo mismo me pasa a mí. Me ha costado muchísimo condensarlo porque si me dejara llevar, no acabaría, además, el tema de la autoestima está muy relacionado con otras de las historias que he contado de ella y tuve que resistirme para no mencionarlo y no irme por las ramas :D

      A mí la identificación me da igual. Mientras que ella sufre por ser una desconocida, yo sufro porque cada vez que alguien me conoce es para endosarme un marrón. Puedo entender que es necesaria para la gente que viene de fuera (que luego se salta las identificaciones a la torera o van a la izquierda cuando les han dicho a la derecha) pero prefiero pasar desapercibida aunque ello también tenga sus consecuencias.

      Un abrazo.

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  2. En mi trabajo todos teníamos nombre y cargo en un cartelito encima de la mesa. No todos nos sentíamos bien, esas distinciones de rango en un equipo que trabajaba codo con codo en todo momento, creaban mal ambiente. Una entrada muy interesante y real como la vida misma.

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    1. Sí, te entiendo. A mí me gusta pasar desapercibida. La suerte que tenemos es que estamos en el tercero y no se van a pasar por aquí mucha gente, pero si lo saben, por muy justificado que esté ese papel, a muchos/as les va a fastidiar.
      Gracias por pasarte, Elena. Un abrazo.

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  3. Te gusta pasar sin que te vean
    maravillosa revelación de alguien inteligente
    gracias por dejar tus huellas en mi escrito
    un abrazo

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    1. Sí, me siento bastante incómoda siendo el centro de atención.
      Ha sido un placer pasar por tus escritos, me encantan. Me alegra que sigas pasando por los míos :)
      Besos.

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  4. me gusta como escribes
    un abrazo enorme

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