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viernes, 4 de septiembre de 2020

Seis meses después


Tras seis meses en casa, volví a la oficina esta semana. Me han cambiado de edificio, ahora estoy en uno mucho más tranquilo, donde no hay conferencias ni otros eventos, solo personal de la plantilla que trabaja en casa la mayor parte del tiempo. Mi puesto está en un despacho pequeñito en el que no cabe nada más que una mesa, dos estanterías y yo. Quizás traiga una planta, para ella sí hay sitio. La gloria. Volver ha sido una maravilla, quién lo iba a decir. Y aunque no vendré todos los días por razones evidentes, venir a este espacio será como llegar a un refugio en el que recuperar por un instante la normalidad.

El primer día tuve un poco de jaleo. Vaciar cajas, organizar mis cosas, limpiar (siempre hay algo que limpiar, no por la covid-19), hacer una copia de la llave de la puerta, intentar resolver problemas técnicos, deambular por edificios vacíos buscando soluciones, aprender las nuevas normas… Las horas volaron. Pero también tiene su lado extraño y triste: igual que cuando en junio acudí a preparar la mudanza, sé que esta soledad y esta tranquilidad es por lo que es.

martes, 21 de enero de 2020

¿Se avecina mudanza?


Fachada de un edificio de oficinas
The Office, de John
Hace unos meses escribí sobre la mudanza del curso que viene, el tema estrella que tiene a todo el mundo loco y a mí harta. No pensaba escribir de nuevo hasta que el cambio fuera efectivo, pero ha habido tantas novedades que se han quedado viejas.

Primero nos dijeron que no íbamos al edificio nuevo, que el edificio donde trabajamos ahora se cerraría y que al personal de mi departamento le habían asignado puestos en un piso de oficinas muy cool en una avenida con solera. Pasaron dos meses hasta que llegaron nuevas noticias completamente diferentes. Y en esos dos meses Sandra me calentó la cabeza hasta casi hacerla estallar.

viernes, 30 de agosto de 2019

Un año de incertidumbre

Comencé a escribir esta entrada día y medio antes de las vacaciones. No veía el momento de que llegaran. Siempre es igual: las mismas ansias, el mismo cansancio, el mismo calor que me hace desfallecer y perder fuerzas. Año a año lo siento peor. Será la edad que me hace más gruñona, más intolerante y a mis compañeras más insoportables.

Turning Torso Building, Malmo (Sweden)
Turning Torso, de Bert Kaufmann
El curso pasado fue muy intenso, más que el anterior, aunque ya estábamos juntas las tres. El espacio se redujo a menos de la mitad, las quejas entraban por uno de mis oídos, salían por el otro, pero en vez de perderse en el espacio, rebotaban en la pared y volvían a entrar. Así una y otra vez hasta que al fin llegaba la hora de salida y podía desconectar. Ahora, en este inicio de curso no puedo evitar pensar, aunque lo intento, en que quizás todo eso desaparezca en un año. Es muy probable que nos mudemos a un nuevo edificio y, aunque no estoy a gusto donde trabajo, es inevitable hacer cábalas sobre el tema estrella en la empresa. Si no son Sandra y Sara Pestes, son las de la clase de inglés, las chicas de la limpieza hambrientas de información o alguien a quien acabas de conocer y quiere romper el hielo: ¿sabes si te quedas aquí?, ¿te toca mudarte?, ¿te toca ir a la torre? 

miércoles, 26 de septiembre de 2018

Mudanzas, cambios y caos varios


Escritorio abandonado
Büroarbeitsplatz, de Masine 
Llevamos un mes de trabajo, cinco semanas estresantes y caóticas, con muchas peticiones de información a nuestro departamento y muchos cambios, empezando por la nueva oficina, aunque no creo que este sea el más significativo.

Hemos bajado una planta, nuestra puerta da a un pasillo en vez de a un vestíbulo y nos han quitado espacio, casi la mitad, pero tenemos mesas individuales, nos podemos organizar mejor y nuestro espacio es nuestro. Adiós a la puerta secreta y al ir y venir de personal de mantenimiento. Por si ese trajín no fuera suficiente, la mesa de reuniones me ahogaba, una mole blanca de altura dañina para trabajar. Creo que física y espacialmente estoy mejor, eso sí, nada de estantería. Se empeñaron en decir que nos agobiaríamos por la falta de espacio, pero solo fue una excusa para no ponerla. Así que he tenido que okupar lo que he podido. Tengo que reconocer que al final esta opción no ha estado mal porque, ya que invadí un armario, ¿por qué no invadir dos? No solo organicé mi material de trabajo sino también el archivo. 

miércoles, 24 de enero de 2018

El café, ¿solo o con (malas) pulgas?

Diez mujeres de perfil sentadas en sillas
10 Chairs, de Bob May
Enero está siendo un mes estresante. No solo el peor enero desde hace siete años sino una de las peores épocas en cuanto a estrés, agobio y presión desde que estoy aquí. El curso no empezó muy bien en septiembre y he ido encadenando un marrón tras otro hasta ahora. La ansiedad y las ganas de comerme la casa me visitan cada noche, también las dificultades para dormir, el dolor muscular no se va, la cabeza…, ¿qué voy a decir de la cabeza? Nada que no sepan las personas que tienen el mismo problema. No me quiero hacer la víctima, solo contextualizar el momento. Miro al futuro, al día veintinueve de enero, y solo veo un túnel negro, ni una bombilla alumbrando el camino. En cambio, sé que hay obstáculos: una valla por cada día que falta y algún imprevisto en forma de agujero que surge cuando menos se lo espera, siempre receptivo para que caiga en sus redes y hacer que pierda el rumbo.

viernes, 5 de mayo de 2017

Picores: el síndrome de las mudanzas no deseadas

Fue un pequeño susto. El miércoles cogí el tren como siempre para volver a casa y sentí un cosquilleo en mi mejilla, como la caricia de un delicado fantasma. Me toqué suavemente, casi con pudor y, al mirarme los dedos vi un pequeño bichillo de una especie que desconocía (no, no raro, es que no tengo ni idea de bichos). Hacía un poco de calor, sudaba por el esfuerzo previo y todo empezó a picarme. La caricia en la mejilla se extendió por todo el cuerpo en pocos segundos y se convirtió en urticaria sin contemplaciones. Y con la urticaria vinieron los recuerdos: la Rotten y su mudanza, las pulgas imaginarias, los sarpullidos, la locura del grupo…

viernes, 28 de abril de 2017

El secreto de la nueva mudanza

Ayer recibí una llamada de mi jefa: nos mudábamos. Y empezó el culebrón. En esa llamada me dijo que el cambio de oficina era inminente, que pidiera cajas y embalara porque el viernes siguiente (y yo entendí el cinco de mayo) tenía que estar todo listo. Casi me da un pasmo. No solo porque todo era demasiado apresurado, sino porque irme del edificio donde he pasado la mayor parte de mi tiempo de los últimos nueve años, supone un enorme cambio y una tristeza.

viernes, 31 de marzo de 2017

La urraca enfadada, ¿qué le pasará a la urraca?

Sandra se ha enfadado conmigo… otra vez. Me cansa. Ya he perdido la cuenta de las veces que van, pero es la primera en el neozulo. Cuando no es el centro de atención o no haces lo que ella quiere, se cabrea y se lo toma como algo personal. Tiene la vista tan fijamente metida en el minúsculo agujero de su ombligo, que cree que el mundo se mueve para ella. Nunca me dice el motivo, que sería mucho más saludable (si lo hubiera). Simplemente deja de hablar. 

viernes, 18 de noviembre de 2016

No soy Jane Doe, mi nombre es Dorotea Hyde.


Cuando llegué a esta empresa me llamó la atención que no todos los despachos estaban identificados. Los que no tenían el nombre de su ocupante junto a la puerta eran en muchas ocasiones un gran misterio. Puertas cerradas que, según mi volátil imaginación, ocultaban negocios ilícitos, espionajes industriales, personajes inventados, polvos furtivos… La realidad es que esas personas eran “nadie”.

viernes, 30 de septiembre de 2016

La quinta semana

Quinta semana de trabajo. Me ha costado un mundo encontrar algo sobre lo que escribir. Al tema de la entrada anterior le di muchas vueltas, pero era algo de mi vida privada. Hasta que Sandra no me enseñó las fotos de su fiesta de cumpleaños, no tenía ningún elemento para relacionarlo con la ofi y publicarlo. Y de pronto, los acontecimientos se acumulan.

bailarín de discoteca en una jaula
Man in the machine, de torbakhopper
Primero Violeta, la secretaria del super jefe, nos envía un email invitación para su despedida de soltera. Unas cañas al salir de trabajar un viernes. Pues yo, si no es despiporre y con unos tíos en bolas, paso. Mi clase de Pilates no la cancelo nada más que por urgencias. Sí, un tío en bolas es una emergencia. Sé que es un topicazo, pero a mí no me espera un maromo en casa con la cena hecha y llevando solo un delantal [Shhh, esto es secreto: a ellas tampoco]. Lo curioso de esta invitación es que apenas la conozco. Le ayudé un poco cuando llegó, y nos hemos tomado… ¿cuatro cafés en año y medio? Con Ana solo ha tomado dos y también la ha invitado.  Debo de ser huraña. Si me casara, no haría despedida de soltera en el trabajo, pero en caso de hacerla, no la invitaría porque no tengo ninguna confianza con ella. Quedamos esta mañana para un café sustituto de las cañas. Afortunadamente tanto ella como Sandra tenían que entregarle un trabajo a mi jefa así que fue corto a la fuerza. Lo agradecí. Sólo le dio tiempo a enseñarnos el vestido y poco más. Nada que me interese. En cambio Sandra y Ana hablaron más tarde por teléfono y la despellejaron al estilo Bolton. ¡Uf!

lunes, 27 de junio de 2016

Viernes de resaca

Primera hora del viernes. No es dolor exactamente lo que siento en la cabeza, es algo parecido a una presión. No llega al nivel de una resaca, es como la sensación que me produce una noche de insomnio, pero sé que es el exceso de alcohol el que la causa. Tampoco imaginéis que bebí tantísimo (no pongo cantidad porque más de uno se reiría de mí, echadle imaginación).

Alcohol + fuego = combustión

Copa ardiendo
A glass of fire, de Hugo Martins
Da igual que solo sean una gota y una chispa las que se unan.

viernes, 3 de junio de 2016

Diario de un "Ascenso" (6): vuelta a las andadas

Jueves 2 de junio de 2016

11:30h

Suena el teléfono. Está en una esquina de la mesa, la pantalla tapada por la cpu en vertical, así que cojo ignorando quién llama. Un diga sale despreocupadamente de mi boca. Error. Es ella. Abrí la puerta el otro día y no ha dudado en cruzarla, lo que me extraña es que haya tardado tanto. No he sido sincera. No he mentido pero sí he ocultado información. Cuando me llamó el otro día, me dio tantísima pena que me ofrecí a traerle jabón casero. ¡MEC! Sí, lo sé, fue un error que ya estoy pagando. Cuando se lo llevé (sí, encima se lo llevé, alimentando aún más su fantasía de pulgas en la moqueta) tenía para mí una trampa para hormigas, para combatir a las que entran cada año en mi casa. No, no. No es que yo no sepa comprar exterminadores de hormigas, es que su trampa es muchíiiiiisimo mejor que cualquier otra que pueda comprar. Salí de allí con una mezcla entre cabreo y pena que me gustaría no sentir más, sobre todo lo relativo a la pena.

Vuelvo a la realidad tras los recuerdos. Me cuenta que hay una conjura contra ella en la empresa. Es la única secretaria a la que no le cancelan las guardias. Es cierto, en parte, pero es lo que pasa si te metes con la persona que organiza los turnos. No solo me llevó a mí al borde de la locura y, cuando vences a personas que son superiores a ti en la empresa pero no mueren, puedes tener por seguro que habrá consecuencias. La clave de esto es que ellas (la jefa de las guardias y su secretaria) la están martirizando, pero cuando la Rotten las machacó era por una buena causa porque ella es perfecta y no comete pecados.

Voy a desconectar un rato.

lunes, 23 de mayo de 2016

Necesidad de hablar

Shup up
Yes please, de Allert Aalders
Hay clase en el aula del edificio. He mencionado varias veces esta aula pero nunca la he descrito. Es un anexo prefabricado que siempre he imaginado que fue añadido por mi empresa. No pega ni con cola con el edificio, pero los dos son bonitos. El aula tiene paredes exteriores transparentes y el edificio es un chalet típico de Madrid con una parravirgen que en verano cubre de hojas gran parte de la fachada. El aula puede dividirse en dos gracias a un panel movible, tiene acceso directo desde el exterior y también una puerta interior que la comunica con el edificio. El movimiento se produce la mayoría de las veces por las actividades que se organizan en el aula y/o en el patio y no por los que trabajamos aquí. Hoy es la excepción, ni se les ve ni se les oye. No sabemos exactamente de qué es la clase, pero mis compañeras me han dicho que los asistentes no pueden hablar. Imaginamos que es algo relacionado con la meditación. Los van a poner a prueba llevándolos a comer a un restaurante. Repito que no pueden hablar. No, tampoco en el restaurante. Silencio durante ocho horas en las que se acumularán cientos de emails en su bandeja de entrada. Los contestarán mañana mientras estén con sus hijos en el zoo.

martes, 19 de abril de 2016

Diario de Sandra (2): El ascensor

Lunes 18 de abril de 2016

15:37h

La mañana ha sido tranquila. Sandra estuvo seria, sin hablar nada. La única vez que lo intentó quería pagar conmigo sus problemas y eso sí que no. No sé qué cara debí de ponerle porque cerró el pico hasta ahora. Fui yo la que rompí el silencio, en el fondo me da pena y sabía que la historia que iba contarle la iba a hacer reír un poco porque nada más abrir la puerta vi que había estado llorando en mi ausencia.

La historia es que el ascensor está estropeado, el noveno motivo para subir por las escaleras. Lo gracioso no es eso sino que la semana pasada Pura, la vieja de la limpieza, se quedó encerrada una hora nada más llegar al edificio, sobre las siete y media de la mañana. Ais, qué pena que nuestro ascensor no sea como la cabina. A ella le hizo aun más gracia saber que Mari Pili también sufrió encierro hoy. Y una hora más tarde, tres estudiantes, aunque como eran desconocidos no nos hizo gracia a ninguna de las dos. Lo han clausurado. Me imagino nuestras escaleras como las de The Big Ban Theory, solo que con gente menos interesante y mucho más sosa.

lunes, 18 de abril de 2016

Diario de Sandra (1): viernes de lágrimas


Viernes 15 de abril de 2016

9:45h

Estoy hablando por teléfono con mi padre. El pobre siempre me llama nada más llegar a la oficina para cerciorarse de que he llegado entera y, sobre todo, de que el tridente esté sin rasguños y pegado a mi mesa, por si las moscas cojoneras. Entra Sandra. Como estoy a punto de despedirme de él no salgo para hablar. Sandra deja sus cosas y se va con el teléfono en la mano.

10.10h

Vuelve llorando. Si es que son tan predecibles, las pobres. Siempre las mismas pautas de actuación. Sabía que lo del miércoles era solo el principio. Como ya no estoy hablando, y debe de pensar que no tengo nada que hacer, me empieza a dar la brasa con un marrón que le ha encasquetado nuestra jefa. No habría problema si no me consultara sobre qué debería haber hecho: darle un corte a nuestra jefa o no. ¡Lo que me faltaba! Esta tía tiene un problema y gordo. Si eres borde con tu jefa, atente a las consecuencias, pero no impliques a nadie. Que encima será capaz de decirle después de meter la pata me lo dijo Dorotea, con voz de zorrita.

viernes, 15 de abril de 2016

Llorar en la oficina: las mejores actuaciones estelares

Ay, madre, que han vuelto los viejos tiempos. No sé si es que esta silla es mágica o tiene implantada tecnología futurista pero me parece que he viajado en el tiempo y las antiguas situaciones culebrónicas han desembarcado en el neozulo. Como decía una de las viejitas de mi familia: “Cogí miedo, cuca”.

Dibujo de mujer llorando
Easily Offended, Overly Sensitive, de lookcatalog.
Ilustración de Daniella Urdinlaiz
La semana pasada leí un artículo sobre Qué hacer cuando tu compañera* empieza a llorar. Nada más ver el título pensé que aquello iba conmigo porque una gran parte de mis compañeras de zulo han llorado. La primera fue Ofelia. Hablaba como una cotorra por teléfono (la principal marca de la casa), pero curiosamente salió para atender LA llamada. No sé qué le dijeron que empezó a llorar como una fuente. ¡Pobres árboles del patio! Era demasiado para ellos verla en ese estado, así que entró corriendo envuelta en mocos y lágrimas para seguir con el espectáculo a mi lado. Preocupada, hice lo que el artículo dice que no se debe hacer: preguntar. El corte que me metió me dejó desangrada en la moqueta: “son asuntos de familia”. Inmediatamente llegó Mari Pili corriendo lo que sus zancos le permitieron y casi sin respirar le preguntó lo mismo. Como premio al esfuerzo recibió un dulce “Nada Mari, no es nada, no te preocupes”. Esa segunda respuesta me dijo mucho más que la primera, así que cuando repitió numerito unas semanas después no recibió el aplauso que en realidad quería. Para conseguirlo, ¿qué hizo? Sorber muy muy fuerte por la nariz, tanto, que nos quedamos sin polvo en la moqueta. A pesar del desagradable ruido, me mantuve en mis trece y ni una mirada, ni una. Eso se repitió una tercera vez. Mi nivel de paciencia estaba a nivel del núcleo terrestre (no sólo por los llantos) y la volví a ignorar. Es más, si mi actitud la disgustaba, mejor.