Autocensura

The problem with censorship is..., de Cory Doctorow

Ha pasado un mes desde mi última entrada. He estado bastante ocupada con el comienzo de las clases de inglés en la empresa y en la academia, un viaje inesperado, sesiones extra de fisioterapia para los dolores de espalda, intentar escribir una historia para enviar a un concurso… No he tenido demasiado tiempo para organizar las historietas del trabajo y crear una entrada decente; se me han escapado los días y las semanas entre los dedos. Pero, de pronto, cuando ya no tenía esperanzas de publicar nada hasta noviembre, la historia vino a mí. La fuente no podía ser otra que la Rotten con una peripecia paranormal, divertida y un pelín desquiciante. Me corrijo, muy desquiciante.

Esta Rotten es muy socorrida para el blog. Incluso cuando pienso que está más tranquila siempre está ahí para montar una de las suyas. También sobre esto reflexioné en la entrada paranormal porque está claro que, si aparece por aquí, es porque sigue intensa, aunque quiera auto convencerme de lo contrario. Y como parece que es mi musa, que cuando escribo sobre ella acabo las entradas en un pispás, al poco rato de ponerme frente al ordenador, el texto estaba terminado.

Era el momento de la revisión. Leí, releí, corregí cosas y releí una vez más. Y cuanto más leía, más cuenta me daba de que, en caso de que buscara información sobre el tema que dio pie a la anécdota, podría llegar a mi blog. Empecé a pensar y seguí pensando, pero la preocupación por un posible descubrimiento seguía aumentando a pesar de haber cambiado algunos detalles más. Que me descubran es un riesgo, aun escribiendo con seudónimo y cambiando cosas en mis historias. Lo que diferencia esta historia de las otras es que Sara Pestes y Sandra nunca van a buscar algo sobre los llantos, dormirse en la oficina o sobre liarse con un compañero de trabajo… Sobre esto último sí podrían indagar, pero ni siquiera saldría mi blog igual que no saldría si la Rotten hace una búsqueda sobre pulgas. Pero el tema de esta última historia es demasiado concreto como para correr el riesgo de publicarla. Así que por primera vez en mi historia como bloguera y como escritora en general, no me queda otra salida que la autocensura.

Quizás cuando pase un tiempo, si sigo por aquí, pueda sacar a la luz lo que he escrito. El tiempo también ayuda a tener nuevas ideas que permitan modificar la historia de otra manera, ayuda a que se disipen las paranoias o a que no importen. También corro el riesgo de que pasados meses, o años, el texto me parezca una auténtica bazofia. En cualquier caso, esa segunda oportunidad para él vendrá con mi cabeza fría y podré tomar una decisión que ahora pide prudencia.