De lo positivo al hundimiento (en soledad)

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Hace casi dos semanas del positivo de la Rotten. En este tiempo hemos pasado por varias fases. He usado la primera persona del plural porque todas hemos sufrido, ella de una manera, las personas de su entorno de otra, pero todas y cada una de nosotras lo pasamos mal en el proceso.

Lo que empezó siendo algo de síntomas suaves, unas décimas, poco apetito y unos mareos ligeros, se fue agravando de tapadillo. Y lo de tapadillo no lo digo porque la enfermedad estuviera ganando en el interior sin apenas dar síntomas exteriores, sino que la Rotten nos ocultaba información. La conozco muy bien, para bien o para mal, mejor que a algunas de mis mejores amigas. Son muchos años juntas. Y sabía que no me lo contaba todo, al tiempo que el tono de su voz y su forma de hablar me indicaban su empeoramiento día a día.

Casi desde los primeros días le sugerí que llamara al médico o a emergencias, de hecho, lo hizo, pero se negó a que fuera nadie a su casa y mucho menos que la llevaran a un hospital. ¿Y cuál fue el resultado? Que acabó ingresada, con neumonía, muy débil por la fiebre, por no comer, por la enfermedad, al fin y al cabo. Acabó allí gracias a un ultimátum de su médico de cabecera (al menos pidió cita), que o se presentaba esa misma noche en las urgencias de su hospital más cercano, o al día siguiente podría ser tarde. Por suerte, el tratamiento que le están dando está siendo muy efectivo. La están tratando muy bien, por algún lío administrativo le ha tocado una habitación para ella sola, está atendida, el personal está continuamente pendiente de ella, quizás porque es mayor y por no tener a su familia aquí (aunque en tiempos covid todos los pacientes están solos). Está tan contenta y tan a gusto que no se quiere ir.

Me cago en tó.

¿Os lo podéis creer? Después de todas las discusiones que tuve con ella y que ella habrá tenido con todas sus amigas y algunas compañeras de trabajo, después de la preocupación que pasamos pensando que podía caerse por culpa de los mareos, darse un golpe y no poder pedir ayuda, me dijo que no le importaba quedarse hasta el lunes si no le daban el alta hoy, que incluso iba a decirles que se encontraba fatal para que la dejaran más tiempo. En ese momento, la habría estrujado.

A pesar de todo, no hizo falta que me pidiera si podía ir a recoger el parte de baja. Igual que otras personas han hecho otras cosas por ella, sabía que yo era la que más fácil lo tenía porque el centro de salud me queda cerca del trabajo. Y lo tengo aun más fácil para entregarlo. Así que allá me fui. Cogí una línea de metro que hacía años que no cogía, creo que desde la presentación del libro de Cara de Luna. Luego enfilé la calle del centro de salud y pasé por delante de cuatro librerías. Cuatro librerías en tres manzanas, pero qué era esa maravilla. Menos mal que estaban cerradas por la hora de la comida. Y como me atendieron rápido, volví caminando bajo un sol delicioso que más parecía de marzo que de enero.

Por suerte, lo peor ha pasado, pero han sido unas semanas horribles. Solo espero que esto pase pronto y con pasar pronto me refiero a que llegue un día que ya no sea pandemia, que sea como tener una bronquitis o una gripe, pero de las de verdad, de esas que no requieren aislamiento para que no tengamos que dejar solos a nuestros enfermos. Porque, dejando de lado la propia enfermedad, la soledad para mí siempre ha sido lo peor. La maldita soledad.