Coincide con ella en la estación desde hace dos años. Después
de unos cuantos días sus miradas, por encima de la mascarilla, parecían decir
aquí estamos otro día. Ella nunca respondió a esas miradas, no le interesa
hacer amigos en un andén. Las mascarillas desaparecieron y él siguió
insistiendo, poniendo ojitos, a veces de perro lastimero, otras de cordero degollado, pero siempre queriendo lanzar un mensaje, ella no siempre sabía cuál. Ella siguió ignorándolo y, si en algún momento se
cruzaban, su cara seria, casi malhumorada, lo decía todo: no me interesa, get
off my back.
Es increíble como hay gente para todo porque cuanto más lo
ignoraba ella, cuanto más fea era su cara de perro, más se iba acercando él. Un
día hasta se atrevió a sentarse a su lado, él al lado de ella. Entonces ella se
fijó en su alianza y decidió escoger otra puerta por la que subir a partir de
ese día. Sólo que el tren no es tan grande y a veces entrar por dos puertas
diferentes significa llegar al mismo punto en el medio. Ella maldice esos momentos,
pero sigue en su empeño de no sentarse al lado de él, si la situación se lo permite.
Un día, tras un par de meses sin coincidir, se vuelven a
encontrar. O él la encuentra a ella. Y aunque el andén está vacío, decide
esperar justo a su lado, sólo un metro de distancia entre los dos. Ella mira al
horizonte y ve el tren llegar, así que ni siquiera le compensa poner espacio
saludable entre los dos. Pero hay días en que todo sale mal y el tren llega
bastante lleno, casi no hay sitios libres, aún menos sitios donde el sol no dé
de frente e impida leer, y acaba eligiendo un sitio al lado de él, aunque con
un asiento en medio como barrera. Él la mira. Ella lo ignora.
Dos paradas después se sube un colega de él. Lo llama por su
nombre, pero ella lo olvida. Podría ser Roberto, Felipe o Andrés. Le da igual.
Se está enterando de una parte de su vida, la que no lleva con él en el tren,
que no le interesa, es más, le molesta estar escuchando, le impide concentrarse
en la lectura. Hace el esfuerzo de releer el párrafo para al menos no prestar
atención a lo que dicen los otros dos. Y la mala suerte sigue, porque los asientos
están todos ocupados, pero nadie se sienta entre ellos. Nadie impide esa conversación
simplona entre conocidos, nadie se pone de barrera, nadie impide que él la mire
de reojo con la excusa de prestarle atención a su amigo.
Al día siguiente ella protesta en su interior cuando lo ve
en el andén. Al menos está al fondo, pero a medida que el reloj avanza, él se
acerca. Ella no quiere mirar si viene o no el tren, prefiere mirar al otro
lado, por donde viene el de sentido contrario y se siente como una idiota
porque a quién le importa si viene ese tren o no. A ella no, pero sí le importa mirar, que piense que lo observa a él, que se fija en él, que ha dejado
de ser alguien borroso en una multitud para convertirse en alguien nítido a
quien seguir la pista, como hace él con ella.
Un vistazo rápido para ver si el tren llega ya. Y sí, ahí
viene, pero también él, ya a su altura. Entonces ella avanza hacia otra puerta
y se sienta en otro vagón. No lo ve. Y de pronto, ahí está frente a ella,
cambiándose de asiento, sentándose enfrente para verla.
No es que la acose, sólo está tanteando el terreno, pero no
le gusta que tipos casados tanteen nada, no con ella.
En los viajes diarios en tren, misma hora y muchos pasajeros concidiendo, puedem darse estas situaciones, que no será acoso como tal, o sí, pero que incomodan.
ResponderEliminarBien narrado. Un abrazo, y por trayectos tranquilos en cualquier tren
Creo que hay gente, como el tipo de la historia, que se toman ciertas confianzas por coincidir todos los días con alguien. Confianza que nadie les ha dado.
Eliminar¡por trayectos tranquilos en cualquier transporte! :)
Un abrazo.
Ha sido una delicia leer esta historia con esa música tan inspiradora de fondo.
ResponderEliminarEstoy pensando en el tanteo insistente de él. En cómo mucha gente, demasiada, cada día más, no parece entender el lenguaje gestual. Se supone que tantea pero tantea mal. Se acerca y hay rechazo pero como si nada, se salta el cartel de no pase y sigue adelante. Y como ese limbo entre el acoso y el no acoso se convierte en un opresivo punto ciego de la ley. Una delicia de escritura y de historia en un ambiente cotidiano. Saludos
P.D. La parte en que no dejan leer a la prota y tiene que releer me llega especialmente. Es el día a día de los lectores del transporte público.
Y no sólo no entienden el lenguaje corporal, es que les da igual porque no aceptan la negativa. O incluso, y eso no está tocado en el relato, confunden amabilidad con otra cosa.
EliminarLo de las relecturas es el gran mal de los lectores/as en sitios públicos. Querer y no poder. :D
Un abrazo.
El tipo debe ser algún cobrador y ella tiene una deuda, ¿no?:))
ResponderEliminarJajaja, oye, pues es una buena manera de darle la vuelta. :)
EliminarUn saludo.
No hay que fiarse nunca de nadie. Algunas personas necesitarían buen escarmiento legal. Que se dediquen a molestar a minerales, fósiles en yacimientos, pero que ni lo intenten con personas.
ResponderEliminar¡A por un buen mes de Octubre! ¡¡¡Y deseando Salud!!!
Atentamente,
J u a n Y S u H o r i z o n t e .
Este no creo que llegue a esos niveles, pero sí, desde luego hay gente que sí se me rece que la ley le caiga encima.
EliminarQue tengas buen mes tú también y gracias por caer por aquí.
Saludos.