miércoles, 20 de septiembre de 2023

Obsesión a la tinta

Malditos bolígrafos, de Dorotea Hyde
Creo que hasta ahora no he escrito sobre bolígrafos. Los he mencionado de pasada, pero nunca les había dedicado un texto. Y es que los bolis, aunque casi obligados en cualquier oficina, son un objeto un tanto anodino, no suelen llamar la atención y, al menos a mí, hace años que no se me descarga uno, al contrario, tienden a secarse. Pero cojo otro y andando. No es algo que me preocupe. En cambio a María… ay, María y sus pu**s bolígrafos.

Todo empezó hace dos meses, cuando los de mantenimiento aparecieron para desmantelar un par de despachos. Entraron sin decir nada, vaciaron armarios y cajones, dejaron su contenido de cualquier manera en una de las zonas comunes y se llevaron los muebles viejos. Antes de tirar nada, la señora de la limpieza preguntó si queríamos rescatar algo. El asunto es que ese día sólo yo estaba para rescatar. En la sala de control no hay demasiado espacio, así que cogí poco, casi todo tonterías, tanto de valor como de tamaño:

- Dos tazas corporativas;
- dos paquetes de veinticinco CDs, los dos empezados;
- una caja con pendrives, no los conté, una docena quizás;
- una bolsa con seis bolígrafos corporativos;
- una bolsa con cintas e identificadores corporativos;
- un paquete empezado de cien carpetas de presentación, lisas, de cartulina;
- una caja de lata de galletas o bombones con bolígrafos, lápices y rotuladores fluorescentes.

La señora de la limpieza no supo decirme de quién era aquello, así que cogí esas cosas pensando en su utilidad, fueran para mí o para sus dueñas en caso de aparecer. También calculé el espacio que Sandra y yo teníamos disponible para guardarlo. Se quedaron en el montón para tirar una máquina de plastificado, un par de mochilas, una bolsa con grabaciones de eventos, libros… Ni siquiera me acuerdo de todo. Había cosas de dos despachos, imaginad el batiburrillo.

Al cabo de pocos días supimos que algunas de aquellas cosas eran del departamento de formación. Algunas. Así que lo puse todo junto en un rincón de nuestro armario para dárselo a la secretaria, María, al volver de las vacaciones. Todo salvo las dos tazas, que nos habíamos repartido entre Sandra y yo, y el contenido de la caja de galletas o bombones, que le había dado a la Rotten.

Llegó septiembre y fui a saludar a María. Yo había estado trabajando en casa dos semanas por enfermedad y ella se acababa de incorporar después de cinco meses por otra. No es que no me preguntara cómo me encontraba, lo mío era una tontería, es que no pude preguntarle cómo se encontraba y lo suyo sí fue serio. Se me lanzó a la yugular para preguntarme por los materiales, haciendo énfasis en una caja llena de bolígrafos. Tenía pinta de estar refiriéndose a la que yo le había dado a la Rotten, pero al mismo tiempo, las cantidades no cuadraban. La que había pasado por mis manos no estaba ni cerca de estar a medias.

Yo intentaba preguntarle cómo se encontraba y ella no paraba de insistir en si no había cogido esto o aquello, cosas que yo ni siquiera había visto o no recordaba haber visto. Pero después de la lista completa del inventario, volvía una y otra vez a los bolígrafos de la caja de lata. Me había dicho que se habían extraviado unos diplomas (¡unos diplomas!) y se interrumpía a sí misma para recordarme lo de unos bolígrafos que no cuesta nada pedir y que encima valen dos duros. Porque el contenido de aquella caja no llegaba al precio de uno de los pendrives.

Al día siguiente le llevé todo lo que tenía. Lo miró como si tuviera una mierda bajo la nariz (quizás algunas de aquellas cosas ni eran suyas, pero se las quedó todas) y me preguntó de nuevo por una caja de lata “llena” de bolígrafos. Me daba la impresión de estar viviendo un día de la marmota porque empezó el interrogatorio de cero. Era incompresible aquella fijación. Si estuviéramos en una peli, esa caja tendría un doble fondo para esconder algo, y lo sabéis. Pero esto es la vida real y aquella caja no tenía nada.  Volví a explicarle que no estaba llena ni mucho menos, de hecho eran tan pocos que los di.  No pareció interesarle mucho mi explicación porque siguió preguntándome por la misma lista de cosas, una tras otra y, entremedias, volvió varias veces a los bolígrafos de la caja.

No me culpaba de que mantenimiento hubiera hecho aquello, pero sí de no haber rescatado cosas que para ella eran importantes. Así que me harté y la dejé plantada con sus pendrives, sus CDs polvorientos y los bolígrafos corporativos que probablemente están secos y que ya no puede regalar porque tienen el logo antiguo. El remate perfecto a esta entrada sería decir a continuación ¡pues que le aprovechen!, pero es que hay más.

Dio tanto por saco con el tema de los bolígrafos que dos de las señoras de la limpieza vinieron a preguntarme si le había dado los materiales, que María les había preguntado por los bolígrafos. Ninguna de las dos hizo la limpieza el día del desmantelamiento, una de ellas ni siquiera trabajaba aquí, pero ahí estaban haciéndome seguimiento de algo que no les importaba. Sé que a las señoras de la limpieza de aquí les encanta hacer tareas que nos les corresponden, tareas que ellas consideran que están un peldaño por encima en la jerarquía, para sentirse importantes (como si limpiar no fuera lo suficientemente importante y esencial). Y ahí estaban creyéndose jefas por un segundo, obligándome a darles explicaciones y, como no lo consiguieron, insistiendo tanto como la pesada de María. Todo por dos lápices, tres bolígrafos y cuatro rotuladores fluorescentes. Es sólo una opinión, pero creo que alguien necesita ir al psicólogo o cambiar sus prioridades y esta vez no soy yo.

10 comentarios:

  1. Para mí María es un poquito obsesivo compulsiva pero esta vez me indignan más las secundarias de la historia. Esas actrices de reparto que se inmiscuyen. A esas sí que no las dejaría seguir por ese camino. Ni medio minuto. No me gusta la gente que se mete en asuntos que no les competen. Les respondería bien la primera vez y a la segunda... no. A lo mejor pensaban que las culpas recaerían en ellas. Su trabajo es sufrido y siempre las incluyen en las sospechas. ¡Pero ellas ni siquiera habían estado ese día del desmantelamiento!
    En fin. Me encantan estas historias donde lo pequeño genera tensión. Me voy a buscar los bolígrafos y los lápices a ver si los tengo yo por casa. Saludos

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    1. Sergio, por favor, ¡¡claro que los tienes tú!! Le di unos cuantos a Rotten y el resto los metí en un sobre y te lo envié, jajajaja.
      Si por un lado entiendo a esas mujeres porque es precisamente lo que dices. Pero una aún no trabajaba aquí y la otra es del turno de tarde, y la limpieza fue por la mañana. Con decir eso y que no sabían nada, ya estaba. Pero les encanta estar en todos los fregados. No lo pueden evitar. Con esto de los bolis me he reído un rato al tiempo que lo he pasado un poco mal con este casi acoso.
      Un abrazo.

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  2. Que personajes hay en esa oficina. Que obsesión por objetos tan comunes, tan reemplazables.
    Contás bien estas historias. Las convertís en humorísticas.
    Besos.

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    1. Gracias, Demiurgo. Me gusta sacarle la gracia aunque por momentos lo pase mal. No sé si lo consigo. Lo de estos bolis es que tiene delito. Ni siquiera preguntaba por los del logo, que pueden ser más liosos de encargar. En fin, que cada una con nuestras locuras. :D
      Un abrazo.

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  3. Explicas la paranoia de la compañera que regresa muy bien. A veces son naderías lo que uno transforma en algo importante, como esos bolis, claro, los diplomas ya son otra cosa, pero la obsesión es igual de real por las tonterías que por las cosas que de verdad que tiene valor.

    Yo habría ido a comprarle una docena, a ver si paraba de molestar :-). Un abrazo

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    1. Calla, calla, que estuve tentada a comprárselos, jajajaja. Además ahora con todo lo que hay para el inicio del curso, una bolsa de diez a un euro. Habría sido inversión en salud mental. :D
      Un abrazo para ti también.

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  4. Jajaja, cómprales una caja de bolígrafos en una de esas páginas chinas en las que tienen de todos los colores y estampados y un paquete no vale mucho más de 2 euros. Lo van a flipar!

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    1. Tuve la tentación. Habría corrido el peligro de que pensaran que surgen de la nada.

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  5. Jaja, muy divertida narración, día de la marmota que también raya un poco en lo kafkiano...
    Divertida la apreciación del final, donde las señoras del aseo disfrutan dárselas un poco de jefas interrogando, también las he conocido así.
    Y esos lápices azul y negro de tu foto, los famosos Bic, parece que los hay en todo el mundo jeje
    Un abrazo!

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    1. Sí, yo también creo que los bic están por todas partes. Pero no quería mencionarlos para no darles publicidad ( :P ), así que les hice foto yo misma, para mostrar que son bolis básicos los que provocaron los desvelos de esta mujer.
      Un abrazo.

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