Malditos bolígrafos, de Dorotea Hyde |
Todo empezó hace dos meses, cuando los de mantenimiento aparecieron para desmantelar un par de despachos. Entraron sin decir nada, vaciaron armarios y cajones, dejaron su contenido de cualquier manera en una de las zonas comunes y se llevaron los muebles viejos. Antes de tirar nada, la señora de la limpieza preguntó si queríamos rescatar algo. El asunto es que ese día sólo yo estaba para rescatar. En la sala de control no hay demasiado espacio, así que cogí poco, casi todo tonterías, tanto de valor como de tamaño: