miércoles, 14 de mayo de 2025

28 de abril de 2025: Crónica del gran apagón (y 3)

16:30h

Alrededor de las cuatro y media vimos que se acercaban dos autobuses. Con esa línea tendría que recorrerme media ciudad, pero la caminata era factible.

Todo el mundo se apelotonaba para intentar subir. No quería entrar en la misma dinámica, pero me di cuenta de que o achuchaba un poco a los demás o me quedaría en tierra por ser respetuosa. Tampoco me hizo falta dar empujones. Subí y respiré. Es verdad que quedaba el trayecto, pero cuando me vi colocada en el pequeño trocito de bus que me correspondía, respiré con alivio. De verdad sentí que me quitaban un peso de encima.

16:50h

Al pasar por la Plaza Elíptica vimos el alcance real del caos. En la plaza la circulación era muy complicada, los coches pegaditos como piezas de lego. Sentí que los guardias urbanos se estaban jugando la vida para regular el tráfico. Y el gentío acumulado en las aceras y zonas verdes era el mismo que en una gran manifestación.

En la autovía adelantamos a gente que caminaba por el arcén, gente con sillas de bebés. Pensamos que no hay otra ruta para ir a pie a la ciudad y sí, la hay, sólo que es necesario consultar Google Maps. Ante lo imposible y con toneladas de desesperación encima, la gente se metió al camino conocido aunque no fuera el mejor.

La circulación de salida de Madrid era fluida, la de entrada era imposible. Por eso los autobuses estaban tardando en llegar. Llegué a la parada final en diez minutos.

Diez.

 

Entrada de Metro de Madrid el 28 de abril de 2025, el día del apagón, de Dorotea Hyde

17:02h

Comencé a caminar hacia casa. Normalmente esa ruta no me da pereza, pero a esas horas ya estaba muy cansada, sobre todo por el calor y la tensión. Bebí el ultimo sorbo de agua que me quedaba y el resto lo tomé con paciencia, qué remedio, y me encaminé hacia el centro.

Por la calle principal había mucha gente. Sé que sobre las siete está así de cargada, pero me extrañó ver a tanta gente a esa hora. Algo así como el ambiente en Delicias al mediodía. Quizás por eso iba con el paso un poco más lento y tuve humor para pararme en el escaparate de una zapatería. Me pasaré uno de estos días a por unas bailarinas que me gustaron.

Doblé una esquina para dirigirme a una calle más tranquila y llegué a una parada de autobús. Pregunté a las personas que esperaban si sabían si estaban circulando. Me confirmaron que sí y que uno de los que quería coger yo había pasado hacía un rato, así que no podía tardar en llegar. A cambio, les dije que la autovía estaba imposible, por eso el que esperaban se estaba retrasando tanto.

Esperé unos quince o veinte minutos. Por fin me caí en el asiento como un cuerpo muerto. La mochila con el ordenador y la bolsa de la comida como otro. La chica que iba a mi lado tenía red e iba wasapeando. O quizás lo miraba por costumbre, o por disimular. No quise ni saberlo.

En seguida pasamos por delante de una de las paradas de metro y me quedé alucinada porque estaba custodiada por cuatro policías nacionales armados hasta los dientes. Bueno, sólo armados de manera estándar. Pero se les notaba que lo estaban. Esa imagen no era la del típico policía que está en el barrio para ayudarte sino la de ese otro que se esfuerza en mostrar que la autoridad es él. No niego que me alucinó porque es un barrio de lo más tranquilo. Como el bus no se paró en el semáforo no hay foto.

Cinco minutos después llegué a mi destino y otros cinco hasta mi casa. Cuando me vi dentro me entraron ganas de llorar, pero estaba tan deshidratada que mi cuerpo no tenía líquido para producir las lágrimas ni como acto reflejo. Beber fue lo primero que hice. Lo segundo, darme una ducha con agua fresca. Si alguien se lo pregunta, tuve agua siempre, pero sé que hubo zonas de Madrid donde se quedaron sin ella.

Después de comer decidí que era el momento de activar el móvil, pero ay, las cosas no son siempre fáciles y no encontraba el dichoso puk. Como agobiada no iba a hacer nada, me fui a la cama y estrené la radio para enterarme de cómo estaba la situación. En ese momento fue cuando supe que nada de Italia, ni Alemania, ni Francia entera. Los afectados eran la Península Ibérica y una parte del sur de Francia. Que todavía no se sabían las causas, que todas las opciones estaban sobre la mesa y que, en caso de ser un ataque, nadie lo había reclamado.

 

18:45h

Estaba agotada, pero era incapaz de dormir. Estaba un poco más tranquila, así que me puse a buscar el puk para desbloquear el teléfono. Mientras me levantaba de la cama caí en la cuenta. ¿Y si lo tenía en la caja del teléfono? Dentro de la caja, que no sé cómo no se me ocurrió antes en vez de buscar en sitios ilógicos. Y allí estaba. Aunque no sirvió de nada porque no tenía ni una raya de señal.

En ese momento pensé en mis padres. Tenía que avisarlos como fuera de que ya había llegado a casa, así que me vestí rápido y salí. Cerca de mi casa hay una antena de telefonía. Quizás allí hubiera un poco más de señal. Y justo. Conseguí enviarles un par de mensajes y me di una caminata aprovechando la buena tarde y los árboles. La zona estaba llena de gente, gente paseando en familia. No había visto aquello desde la época de la pandemia, cuando cerraban la avenida principal del barrio al tráfico los fines de semana para que camináramos con espacio suficiente. El lado bonito de un suceso feo.

Durante mi ruta pasé por una boca de metro. La persiana bajada, el personal dentro. Una imagen del todo extraña una tarde de lunes, pero al menos no estaba custodiada por la policía.

Cuando volví a casa no hice mucho. Lo primero, bajé el automático para evitar problemas si la electricidad volvía de manera brusca. Me puse a leer, pero era incapaz de concentrarme. Lo intenté incluso con otro libro porque el que tenía empezado era demasiado intenso. No funcionó, así que volví a la radio.

Me gustaron las historias que contaron los periodistas sobre cómo habían llegado a la redacción. Fue un día de aventuras extrañas para todo el mundo. También entrevistaron a algunos expertos que explicaron cómo está organizado nuestro sistema eléctrico, por qué Francia cerró el grifo cuando lo cerró y por qué fue una decisión correcta, o cuáles podrían ser las causas.

 

21:00h

No conseguí dormir nada, pero la radio me ayudó a pasar el tiempo. La radio ha formado parte de mi vida desde que era pequeña y escuchaba La saga de los Porretas o el programa de Teresa Rabal para niños los sábados. Eso me ha llevado a los podcasts, pero no quería gastar la batería del móvil y la radio fue una compañía maravillosa.


No cené porque había comido tardísimo y no tenía hambre. Qué raro que yo no tenga hambre, debía de estar realmente agotada. A esas horas, sobre las nueve, comenzaba a llegar la electricidad en algunos sitios. En la radio escuché testimonios de gente que la estaba ya recibiendo o que por el contrario se encontraba todavía en dificultades por no tenerla.

Yo estaba preocupada por no recibir nada de mis padres. Ellos, en su refugio, estarían bien, pero esperaba que les hubieran llegado mis mensajes para que no estuvieran preocupados por mí. Eso era lo que me rondaba la cabeza y no me dejaba dormir a pesar del agotamiento.

Antes de intentar dormir en serio, como a las once y cuarto, subí las persianas (que siempre bajo para provocar la sensación de noche y poder dormir) y así enterarme cuando las farolas de la calle se encendieran. A las doce menos diez percibí la luz. No sé cuánto tiempo llevaba, no creo que mucho. Me levanté para subir el automático y comprobé que ya tenía cobertura. Pero seguía sin tener noticias de mis padres y eso me impidió tener un sueño profundo y reparador. No fue hasta la mañana siguiente que vi su mensaje. Me lo habían enviado a las 3:50. Y me quedé tranquila porque ya tenían noticias mías.


Crónica del gran apagón 1, aquí.
Crónica del gran apagón 2, aquí.

4 comentarios:

  1. Y al final, volvió la tranquilidad !!.... aunque a dia de hoy, no sepamos aún qué pasó realmente ni porqué. Aunque para nosotros, lo importante fué, que los nuestros estuvieran bien :)
    Una buena aventura , amiga !!. Un abrazo !!.

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    1. Sí, sí que fue una aventura y creo que lo pasé mal por lo que comentas, porque estaba preocupada por mis seres queridos. no es lo mismo decir, voy a estar un día en la montaña sin cobertura, que quedarnos aislados y con la incertidumbre encima. Nos hemos acostumbra mal. Espero que algún día sepamos qué pasó. A mí me parece fundamental para evitar otra.
      Un abrazo para ti también y buena semana

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  2. me ha gustado lo de "el lado bonito de un suceso feo". así es, incluso en los peores días queda algo bueno que recordar.
    tienes que volver a por esas bailarinas que te gustaron, los pies hay que cuidarlos! ;)
    yo también me duché con agua fría al final de la tarde. nunca he llevado bien el chorro de agua fría sobre el cuerpo, pero ese día era el menor de mis problemas...
    abrazos!!

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    1. Y menos mal que hasta de esos momentos queda algún detalle bueno, si no sería durísimo.
      Es verdad, tengo que volver a por las bailarinas. Como ya vamos con sandalias se me pasó la prisa, pero vendrán tiempos en que las necesite. :)
      Un abrazo enorme.

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