Me encanta hablar de miradas. Si alguien se pasa por aquí de
vez en cuando, lo sabrá, aunque hace algo más de año y medio que no incluyo un
post en esa
etiqueta. Esta será la séptima entrada en “Miradas”, unas cuantas más si
busco “mirada” o “miradas” en el contenido, además de las que no incluyen la
palabra pero hablan sobre el tema. No solo me gusta hablar de ellas, también
otorgarlas y recibirlas, aunque a veces la timidez me impida expresarme todo lo
que quisiera y simplemente me quedo en un estado neutral y aburrido que me hace
parecer sosa o desinteresada. En cualquier caso, las buenas miradas son de las
pocas cosas que hacen más llevadera la jornada.
Los ojos hablan por nosotros, incluso dicen cosas sin que
nos demos cuenta, sin permiso. No tienen por qué ser tímidos y pocas veces son
mentirosos aunque nosotros lo seamos. Tampoco hace falta mentir, sino estar en
una situación delicada, querer ocultar algo y zas, movimiento de ojos que ya
nos ha delatado. Y aunque hay miradas que asesinan y sería preferible
evitarlas, es un alivio, en esas situaciones en que no se sabe qué decir, que
los ojos digan te comprendo, no te preocupes, todo se va a solucionar, estaré a
tu lado, lo siento mucho. Es una maravilla, que puede llegar al éxtasis en
ocasiones, encontrarse a alguien que con un brillo especial te diga: eres
guapísim@, quiero seguirte al fin del mundo, me pones un montón, echaría un
polvo contigo ahora mismo, te quiero. Únicamente con las chispitas que salen de
su iris, con una casi imperceptible dilatación en la pupila pueden hacernos
temblar; con un ligerísimo movimiento visual recorren tu cuerpo y te hacen
olvidar lo que está pasando a tu alrededor. ¿Nunca habéis sentido eso?