Me encanta hablar de miradas. Si alguien se pasa por aquí de
vez en cuando, lo sabrá, aunque hace algo más de año y medio que no incluyo un
post en esa
etiqueta. Esta será la séptima entrada en “Miradas”, unas cuantas más si
busco “mirada” o “miradas” en el contenido, además de las que no incluyen la
palabra pero hablan sobre el tema. No solo me gusta hablar de ellas, también
otorgarlas y recibirlas, aunque a veces la timidez me impida expresarme todo lo
que quisiera y simplemente me quedo en un estado neutral y aburrido que me hace
parecer sosa o desinteresada. En cualquier caso, las buenas miradas son de las
pocas cosas que hacen más llevadera la jornada.
Los ojos hablan por nosotros, incluso dicen cosas sin que
nos demos cuenta, sin permiso. No tienen por qué ser tímidos y pocas veces son
mentirosos aunque nosotros lo seamos. Tampoco hace falta mentir, sino estar en
una situación delicada, querer ocultar algo y zas, movimiento de ojos que ya
nos ha delatado. Y aunque hay miradas que asesinan y sería preferible
evitarlas, es un alivio, en esas situaciones en que no se sabe qué decir, que
los ojos digan te comprendo, no te preocupes, todo se va a solucionar, estaré a
tu lado, lo siento mucho. Es una maravilla, que puede llegar al éxtasis en
ocasiones, encontrarse a alguien que con un brillo especial te diga: eres
guapísim@, quiero seguirte al fin del mundo, me pones un montón, echaría un
polvo contigo ahora mismo, te quiero. Únicamente con las chispitas que salen de
su iris, con una casi imperceptible dilatación en la pupila pueden hacernos
temblar; con un ligerísimo movimiento visual recorren tu cuerpo y te hacen
olvidar lo que está pasando a tu alrededor. ¿Nunca habéis sentido eso?
Foto 40/365, de Alberto Carnicero Martín |
Si la respuesta es no, lo siento de verdad. Todo el mundo le
da mucha importancia al sexo (vale, la tiene) y menos a las miradas, que también
la tienen. Así que el otro día en clase sentí mucha pena por mis compañeros y
mi profesora. Decían no haber sentido en sus carnes el encontrarse con alguien
en la calle, en el metro,
o en el supermercado que los mirara y les cortara la respiración. La cosa no
tiene que ir a más, pero sentir esa conexión, ese deseo, la sensación de que
por un segundo solo existís en el mundo tú y él o ella, debería estar en las
listas de cosas que hacer (o experimentar, o sentir) antes de morir.
Yo tengo
mi propia colección y cuando de pronto una de esas miradas entra por la puerta
de los recuerdos activos, mi corazón empieza a latir tan rápido como si lo
estuviera viviendo de nuevo. Lamento que todavía sean vírgenes en eso, sobre
todo porque algunos están casados o tienen pareja estable. ¿De verdad esa
persona con la que comparten vida, casa, hijos, no les ha removido las tripas
ni un poquito con una simple mirada? Menudo chasco y ni siquiera sé por qué. En
realidad estoy cada día más convencida de que por sus venas corre cualquier
cosa menos sangre.
Lo curioso de todo esto es que vivo en mi propio mundo la mayor parte del
tiempo, sin
embargo, no paro de cazar miradas a diestro y siniestro. Algunas me incomodan,
como las de la
Cotorra escaneando mi escote, las de gente en la estación observando cada
uno de mis movimientos mientras me pongo el abrigo o la de esa mujer que te mira como
si apestaras cuando te subes al vagón y ni siquiera estás lo suficientemente
cerca como para olerte. Y aunque claramente la estás importunando hasta límites
que solo ella sabe, no para de mirarte, hasta se recrea en lo que llevas puesto
y en lo que haces y cuando al fin mira al frente otra vez, sientes como si
estuvieras cubierta de babas, mocos o cualquier otra sustancia asquerosa.
Alternate Perspective, de SBP |
Por suerte, para contrarrestar esos efectos están las extraordinariamente
placenteras y halagadoras aunque no lleven a ninguna parte, como las que Diego
y yo nos dedicábamos casi cada día en el tren sin llegar a franquear, ni
siquiera con un hola, la barrera inventada por los dos. Otras ni siquiera llegan
a su destinatario, porque o bien es un despistado o porque el emisor lleva
gafas de sol. Y una de estas últimas, las de las gafas de sol, son las que le
lancé a un policía camino de la oficina de Correos. Tan alto, guapo, imponente
metido en su uniforme, y
ya he contado lo que me ponen los uniformes, que me acerqué a él con mi
mejor sonrisa de Lolita para preguntarle por una dirección. Fue simpático
conmigo pero si alguno de los dos tenemos algún poder en los ojos se quedó tras
los cristales oscuros. Si alguien domina esa habilidad, enhorabuena, queremos una master class por favor. Mientras no se organiza esa clase me conformaré
con mirar y admirar sin ser vista disfrutando
para mis adentros sin molestar. Porque, debo recordarlo, damas y caballeros, la
clave está en deleitarse mutuamente y, si el contacto y el placer es
unidireccional, respetar a la otra persona es fundamental.
Después del exhaustivo catálogo de miradas que repasas casi te puedo responder a la pregunta que formulas al final con un no rotundo. Los hombres no tenemos entre nosotros esa actitud. Se parece pero no llega a ese extremo. Por todo lo que he visto en mis amigos las miradas de los hombres suelen ser casi siempre interesadas en busto y nalgas. Con los años ya vas viendo las caras de las mujeres. Ocasionalmente te puede dar envidia la musculatura de otro hombre pero la mayor parte del tiempo ni te interesas por mirar a tus compañeros de género. Si hay una mujer cerca ya no miras a otros hombres.
ResponderEliminarEn lo de leer miradas no sé. Algunos somos un desastre. A mí me leyeron la mirada de P.. Lo hizo otra mujer cuando me dijo ¿Has visto como te mira P.?. Yo ni me había enterado. Aunque es cierto que desde fuera sí las veo. Cómo ella lo mira a él o cómo él la mira a ella. Cómo se nota cuando hay algo muy fuerte entre dos personas.
En el lado negativo detesto las miradas vacías de las sonrisas de por ejemplo los banqueros o los que quieren algo de ti. Cuando les dices algo que no les gusta congelan la sonrisa pero la mirada les delata. No puedes esconder la contrariedad. No con los ojos.
Pero sí. La seducción está en la mirada. Si los hombres entendieran mejor ese lenguaje se llevarían menos chascos. Sabrían cuando es sí o cuando es no. Y estoy de acuerdo en que no todo es sexo. Pero eso los hombres también lo aprendemos con el paso del tiempo.
Muy buena entrada. Un saludo
Quizás vosotros tenéis otro tipo de comportamiento cruel entre vosotros, no lo sé, pero nosotras somos nuestro peor enemigo. Esa línea la incluí después de que ayer en el tren una señora me mirara justo así. No fue la primera vez que me pasó, ni a mí ni a otras. ¿Qué nos pasa? Es que realmente le molestaba estando a dos metros de ella.
EliminarYo, en general, también soy un desastre y aun así, las pillo, pero también percibo más las que tienen a otros como objetivo (a no ser que sean tan venenosas y claras como la de ayer). Sobre todo si son miradas seductoras o que muestran interés en mí, en ese caso la mirada tiene que ir acompañada de sirenas y aun así me pregunto "qué querrá, por qué me mira así" y , si insiste entonces puedo caer de la burra.
Solo espero que, aunque sea con ayuda de un intérprete, hayas sentido los beneficios. Después de oír a mis compañeros de clase perdí un poquito de esperanza en la humanidad, supongo que irán mirando a una pantalla.
Un abrazo.
Yo, por no reconocer, no reconozco ni mis propias miradas. A veces, observando mi mirada en fotos donde, que yo recuerde, me estaba riendo, aparezco com un semblante lascivo que asusta. En cambio en otras, donde se supone que estaba concentrado, salgo con una cara de lelo que ni hecha a posta. La verdad, no sé si soy malo interpretándolas o llevándolas a cabo. Aunque lo más probable es que se me den fatal las dos cosas.
ResponderEliminarJajaja, es que lo de las fotos no sé si cuenta. Basta que quieras poner una mirada de algo y no sale. Y en las fotos, ni mirada ni pose, hay que ser un profesional :)
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