Hace un
poquito más de dos semanas desde mi última entrada y no he escrito nada. No me
siento inspirada, no tengo ganas en realidad. Supongo que me han pasado cosas
igual que en las semanas anteriores, sólo que no tengo el ojo mágico activado,
ese ojo que hace ver las cosas de una manera diferente, brillantes, el ojo que
te dice “esto hay que contarlo”. Sin embargo, todos los escritores dicen que
hay que escribir siempre, así que aquí estoy, contando simplemente que se me
han ido las ganas de escribir.
Joxxx,
qué poco me ha durado la ilusión por el blog. Pensaba llegar al menos a los
seis meses, en mis mejores sueños diablescos, me imaginaba incluso llegando al
año. Y aquí estoy quejándome tres meses escasos después. Y no puede ser.
Utilizo este blog como terapia y también como práctica de escritura, ¿es que
voy a abandonar a las primeras de cambio algo que me encanta hacer? (escribir,
no la terapia).
El mes
de enero fue horrible en el trabajo. Tanto, que hasta afectó a mi vida privada.
Me encasquetaron un marrón. Tuve que dejar de lado mis tareas oficiales,
incluso mi trabajo con David, el italiano buenorro. Así que además del agobio
por la fecha de entrega, se sumó el cabreo por no poder verlo.
Por otro
lado, Sandra me ha confirmado que no tiene nada que hacer, que no sabe para
qué viene al trabajo. Yo ya lo sabía. Se pasa las mañanas repantingada en la
silla, balanceándose mientras escribe whatsapps, riéndose mientras lee emails y
ve vídeos y buscando modelitos. Así que me cabreé aun más por el tema del marrón.
Si ella se está tocando el hongo todo el día, ¿por qué nuestra jefa me encargó
la tarea a mí? Y eso de que hago las cosas bien, no es un halago. Las hago como
cualquiera, ni mejor ni peor. El halago sería que me tratara con justicia,
igual que a las demás.
Todo
esto mezclado en un potaje con la dieta para bajar los triglicéridos (sin
queso, ¡¡no puedo comer queso!!), mi cumpleaños, las hormonas, el fallecimiento
de mi perro y tonterías varias, me produjo indigestión mental y me hundí. Estoy
saliendo del hoyo, pero todavía tengo los pies metidos. Eso sí, como tengo
pensado sacarlos de ese fango, me he comprado unos zapatos, esta vez son burdeos, pero sigo
en la escala de los rojos, ¿no? Las compras nunca me han aliviado la tristeza,
pero comprar esos zapatos es un símbolo. Los tendré preparados para cuando en
unos días aleje este bajón del todo.
También
han pasado cosas positivas, de esas que funcionan como una cuerda a la que te
agarras para trepar. He empezado un curso de algo que me encanta y que me
motiva muchíiiisimo. La primera clase fue el viernes. Es agotador, tres horas
después del trabajo, pero estoy en mi salsa, haciendo lo que me gustaría hacer
siempre y no estar encerrada en un zulo ocho horas. La mayoría son yogurines,
alumnos de la escuela donde se imparte, pero son artistas, nada que ver con las
personas grises de aquí. Y casi todos chicos. En el edificio donde trabajo
somos casi todas mujeres. Esa diferencia en la balanza no es buena, así que el
cambio es beneficioso para mi salud mental-hormonal.
Hay dos
tíos de mi edad y uno ya me ha fichado. Paseando de un lado al otro de la clase
con la excusa de probar el aire acondicionado, me lanzó un par de miraditas de
esas que le suben la moral a cualquiera. Lástima que yo el viernes no estuviera
para miradas ni para nada. Probablemente es una oportunidad perdida, pero si no
apetece, no apetece. ¡A ver si se me va el bajón de una vez! Y que este post, sirva
como terapia.
P.D. Al
final no ha estado tan mal para no tener ganas de escribir.
El bloqueo del escritor, a todos nos pasa. A mí me ocurre que cuando estoy bien me salen menos cosas que contar, fíjate qué cosas. Pero cuando estoy regodeándome en mi mierda, que de vez en cuando también lo hago, lo último que me apetece es darle a la tecla. Eso es así también.
ResponderEliminarNo lo dejes, Dorotea, pero tampoco te lo impongas como una obligación. Escúchate, sólo eso.
Y haces bien en buscar las pequeñas cosas, aunque sea un curso o unos zapatos. Quién sabe a dónde te llevarán esos zapatos o lo que saldrá de ese curso con tanto maromo.
Claro que lo del queso es terrible; yo que en otra vida debí de ser ratona, te entiendo perfectamente. ¡Ánimo mujer, que tú puedes!
Gracias por los ánimos, Rita. Prefiero pensar en positivo, a veces me cuesta muchísimo, creo que soy negativa y no quiero. Y las cosas pequeñas son las que ayudan a tirar hacia delante.
ResponderEliminarY esto no quiero dejarlo, es como una prueba llegar a los seis meses escribiendo con cierta regularidad. Pero me sentía tan mal que pensé que si no escribía algo, podría perder la costumbre y no retomarlo.
Bueno, pues aquí sigues, no? lo ves? :-)
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