martes, 13 de octubre de 2015

Semana de rehabilitación

El lunes empecé la rehabilitación para tratarme la pequeña lesión que me produjo el atropello. Al llegar pregunté por el fisioterapeuta que me habían asignado y que finalmente me cambiaron. Así que se me presentó un rubio altísimo que se convirtió al instante por un morenazo también altísimo, Álex. No sé si era esa altura pero me sentía muy muy intimidada y eso que tenía unas manos dulces y delicadas como no he conocido otras. Ahora que lo pienso, igual era esa manera de tratarme lo que realmente me intimidaba, porque él no me gustaba, yo tampoco le gustaba a él y entre nosotros no había nada parecido a tensión sexual.

365 : 18th February, 036, de Eden Wanderlust
En realidad, todo el entorno era intimidante. Sé que debería buscar un sinónimo, pero no era amenazante ni degradante, quizás atemorizador. La sala era abierta, veías a todo el mundo y todo el mundo te veía a ti. Los hombres iban tan campantes medio en bolas, casi todas las mujeres tenían problemas en las piernas. ¿Casi todas? Creo que a la única en esa hora a la que le daban el tratamiento en la parte superior del cuerpo era yo. Después del primer masaje el lunes miré por el rabillo del ojo al setentón de mi izquierda ¡y no tenía ojos! Estaban pegados a mi espalda. Menos mal que sólo se me veía la parte superior, como mucho hasta la tira del sujetador. Si hubiera tenido destapado algo como el culo del que estaban tratando de lumbalgia se le habría desprendido la cabeza del cuello. Y yo me quejaba de las miradas cuando llevo el vestido.

Fujer sentada fumando. A su lado silla vacía
Weaving the cloth, de LaVladina
Una vez terminado el masaje, me pusieron calor y corrientes. Fue en ese momento cuando pasó algo que me llamó la atención, algo de lo que tomo notas cada día. Entró una mujer, sobre cincuenta y pico largos o sesenta cortos. Saludó como si los conociera de toda la vida. Los fisioterapeutas se miraron entre sí, nadie la tenía en su planilla de horarios. No, ella se presentó allí como si tal cosa. Por los comentarios, discretos pero perfectamente audibles, supe que era una habitual del centro que, o bien era hipocondríaca o bien adicta a las sesiones. O las dos cosas. Dos días después la pusieron frente a mí y estaba tan feliz hablando con su fisioterapeuta, parecía estar en una nube. La fisio acabó enseñándole fotos de sus últimas vacaciones. No digo que no tenga un problema, pero quizás empieza en la soledad que siente y no en su pierna, puede que vaya para sentir el contacto humano, una caricia que le transmita calor, para tener una charla, para contar sus problemas. Mientras yo me sentía terriblemente incómoda en esa enorme sala, ella se subía la toalla que le cubría las piernas, se subía el pantalón casi hasta la ingle, no sé si para que le tocara un poco más que la zona dañada o para exhibirse. Hay gente para todo.

El jueves, cuando Álex terminó de ponerme las corrientes, preparó a otra señora para un masaje. Su edad, parecida a la de la adicta. Su problema también en una pierna. Su nombre igual al mío. No paró de cotorrear en todo el rato. Cuando me fui le estaba contando que, cuando te  pillas un dedo en una puerta, tienes que meterlo en un huevo crudo para aliviar el dolor. A mí no solo me cuesta entablar conversaciones con personas tímidas (porque yo también lo soy mientras no tengo confianza), sino que me callo si no tengo nada que decir. Tampoco tengo esa necesidad acuciante de contarles mi vida a extraños y necesito concentrarme para relajarme y que no me duela tanto. Pensaba que el pobre Álex iba de un extremo a otro con nosotras: yo en silencio continuo, ella sin parar apenas para respirar.

Por supuesto, llevé estas dos anécdotas a mi terreno, a ese tema que trato tanto últimamente en casi todo lo que escribo: la Soledad. Justo hace unos días se presentó el estudio La soledad en España. El estudio señala que las mujeres solteras y desempleadas son las que más sufren la soledad e inmediatamente lo asocié con estas dos mujeres buscando compañía y quién sabe si consuelo.

Manos de hombre con las palmas hacia arriba.
Offering, de TenthMusePhotography
El viernes por la tarde tuve consulta con mi médico después de la sesión. No estaba al cien por cien, pero un poco de calor, estiramientos y quizás un par de sesiones con mis fisioterapeutas habituales serán suficientes para quedarme como antes, que no era la perfección. Me ahorraré el estrés de estar de un lado para otro, tan perjudicial como el golpe. Álex me pidió que lo avisara para mantenerme en el horario de la semana siguiente o quitarme. Cuando entré en la sala estaba sentado a la mesa organizando sus horarios y pasó algo raro. Al despedirnos no sabía qué hacer, si darme la mano, si levantarse y acercarse. Por un segundo me sentí incómoda, creo que más por su no saber qué hacer que por mí. Al final, la situación se resolvió con un simple cuídate y un adiós. Una despedida breve y aséptica que me hizo pensar si no me habré montado de nuevo una película, esta vez para mí, si no iré camino de convertirme en una de esas dos mujeres con las que compartí sala durante una semana. Al fin y al cabo esas manos eran lo más.

2 comentarios:

  1. Todos nos montamos películas. Lo que ocurre es que cuando menos te lo esperas una incluso se llega a filmar y tiene estreno por todo lo alto. En este caso no sé, puede que sí o puede que no a la vez, en plan mecánica cuántica. Pero lo que temes, lo de convertirte en esas dos mujeres... no sé, mucha gente que está sola a esas edades quiere estarlo. Hoy en día hay miles de métodos para que un solitario-a encuentre a otro-a. De momento sólo preocúpate del presente. Y de tu rehabilitación. Vaya con el ciclista.

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    1. Sí, en realidad tienes razón, no debería pensar demasiado en si voy a acabar como ellas o no, sólo que por momentos no puedo evitarlo (el pensarlo! :D), pero sólo por momentos!. Un abrazo.

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