Desde hace unas semanas mi imán
del desahogo está activado a la máxima potencia. Esto produce un
efecto muy curioso porque en las épocas en las que atraigo a más personas y
personajes con deseos desesperados de contarme su vida, a mí, a una
desconocida, más les cuesta a las personas como Diego o Nino decirme un simple
hola.
En los últimos meses se han mudado al edificio dos nuevas
compañeras que se me han pegado como lapas: una de ellas, Bricomanitas, en recepción y la
otra, doña Musletes, en el equipo de limpieza.
La recepcionista es bastante maja, pero casi desde el primer
día me ha ido contando los encontronazos que tiene con su
jefa. Se puede tener una conversación con ella casi siempre, pero es
inevitable que tarde o temprano regrese a sus problemas laborales. Entiendo que
es lo que le preocupa y le atormenta en este momento, pero no soy su amiga y no
sé por qué ha empezado a hablarme tan mal de su jefa y de sus compañeras de departamento
cuando aún no tenemos suficiente confianza.
A doña Musletes la llevé peor. Va con una maleta llena de
problemas a todas partes y, desde que nos conocimos justo antes de Semana
Santa, me ha ido contando toda su vida. Por sus monólogos pasaron sus problemas
de salud, los laborales, sus hijos, sus perros o su ex. A su nuevo churri lo mencionó
solo de pasada, pero se me enganchó durante toda una comida para hablarme de un
tío de mantenimiento que la pone a mil. También están los temas entre líneas,
porque ni sus hijos son tan maravillosos como los pinta, ni ella tan buena
compañera.
Su mote, doña Musletes, viene de su obsesión por mostrarme
sus muslos. Este imán no solo atrae gente que necesita desahogarse
verbalmente sino gente que necesita despelotarse frente a mí. La Lolas
intentaba una y otra vez enseñarme las tetas, la Rotten se levantaba frenéticamente
la falda, hasta la ingle alguna vez, y adoptaba poses imposibles con piernas y brazos para enseñar hasta el último grano. Doña Musletes, por suerte, se dejaba el
pantalón puesto, ajustándolo bien con las manos para remarcar las formas. Sin embargo, estuvo a punto de alcanzar los niveles de la Rotten cuando, dos
días antes de su traslado, decidió dar un paso más y me pidió que le tocara las
costillas, igual que la Lolas intentó una vez que le contara los lunares, o la
Rotten que le palpara las supuestas mordeduras de pulga. Me negué como me había
negado con las otras, e insistió, como habían hecho las otras. No es que sea
mala mujer, pero con ese exceso de verborrea y unas necesidades que son
totalmente opuestas a mi forma de ser, el choque estaba asegurado… en mi cabeza
al menos.
Es un asco ser tan diplomática y tímida, pero la intromisión
llegó a unos niveles que me obligaron a darle un par de cortes. No le importó.
La primera vez se interpuso en mi camino para poder seguir soltándome el rollo.
La segunda me siguió por todo el edificio mientras yo hacía unas tareas y,
cuando educadamente le repetí que aquello se terminaba allí, se quedó
hablándome sin mi presencia. Me sentí bastante mal. Soy tonta de
remate. Ella me perseguía, me cerraba el paso, se metía en mi oficina sin pedir
permiso aprovechando que no estaban mis compañeras, preferiblemente cuando ya
no me quedaba nada para salir, aun mejor si me veía coger la mochila, y
empezaba a hablar al estilo cotorra haciéndome perder el tren. Y voy yo y me
siento mal por pararle los pies. ¡Hay que joxxxxx!
Kitchen Gymnastics, de Nina Childish |
La parte buena de esta historia es que la han trasladado. Es
una mujer de acción y en el último mes se ha aburrido por falta de trabajo.
Tanto dio la brasa con ese tema que, aprovechando unos ajustes, la han enviado
a otro edificio. Se marchó rasgándose las vestiduras porque aquí estaba a
gusto. Esto es lo que pasa cuando se habla demasiado y sin pensar. Por
supuesto, su despedida fue a su estilo, llena de quejas y más quejas, alargando
el momento más de lo necesario, diciéndome que la esperaban en el otro edificio,
pero resistiéndose a dejarme porque en su nuevo destino por el momento no va a
tener una Dorotea a la que martirizar.
Todo esto me hace reflexionar sobre la imagen que reciben de mí los
demás. Cómo algunas personas se ven atraídas por mí y enseguida me usan de paño
de lágrimas y otras, en cambio, se acercan manteniendo las distancias y no
dicen ni mu. Ni siquiera soy consciente de abrir los brazos para las
primeras y tampoco de cerrarme para las otros, que siempre son tíos que me
atraen y a los que atraigo (muchos de ellos con entrada propia en este blog).
Es algo que por más que le doy vueltas, no consigo averiguar. Imagino que el
exceso de cercanía de las personas indeseadas, que probablemente llegan a mí
por casualidad, hace que me cierre en banda en general. Tampoco quiero echarles
toda la culpa a estas pesadas porque, al final, actuar de otra manera siempre
está en nuestras manos, aunque es imposible hacer un cambio cuando no
identificas lo que haces mal.
Cuando le explicaba este problema que tengo con mucha gente así a mi madre(Fernando, la señora Teresa del barrio y otros pesados-as fugaces que no he mencionado porque afortunadamente no trabajo ni vivo cerca de ellos y sólo son pelmazos de una tarde o noche como los rollos pasajeros pero en deprimente) ella me dijo que esta gente está acostumbrada a que les den de lado. Cuando ven a alguien que parece buena persona o tiene más paciencia que los otros, van a por él. Es como eso que dices de que te sabe mal a pesar de todo darles de lado.
ResponderEliminarSobre el caso contrario puede ser que le damos más importancia a personas que queremos que nos hagan caso. Sus silencios nos parecen enormes cuando a lo mejor tampoco esconden un rechazo especial. O quién sabe, se nota y se ve que nos perturban pero como no saben a qué se debe esa perturbación se quedan ahí callados, a la expectativa, a ver si explicamos qué nos pasa. No sé. Pensamos mucho en lo que hay en la cabeza de los demás pero seguro que más de una vez no tendrá nada que ver con lo que imaginamos. A lo mejor deberíamos aprender algo de estos pesados (con moderación)y en menor medida expresarnos más y mejor.
Lo que está claro es que tú ya hablabas del imán del desahogo hace cinco años y tu imán sigue activo. Muy interesante esta historia para los imantados afines como yo. Buen fin de semana.
Lo que te dijo tu madre a ti, me lo dijo una amiga cuando la Rotten estaba en su apogeo y un amigo con un acosador que tuve hace tiempo, en la universidad (porque este imán lleva activo muchíiiisimos años). Estas personas están tan tan carentes de atención que no hace falta ni que seas especial, con que seas normal, te atrapan. Y yo soy normal... normal según mis estandares, claro. En fin, S., un culebrón. Sé que también tienes tus lapas por ahí, imaginaba que más de las que salen en el blog. Siempre son más.
EliminarEn cuanto a las personas que queremos que nos hagan caso, tienes toda la razón, aunque cuando llega el momento me como el coco y salen entradas como la anterior. Y no creo que esa sea la manera más adecuada de expresarme porque no se van a enterar. :D
Un abrazo enorme y buena semana!
Coincido totalmente con las palabras de Sergio.
ResponderEliminarSaludos.
Yo también, Devoradora de libros, yo también. Ahora me falta ponerle solución, quizás como dice S., siendo un poco (solo un poquito) como esos lapas. :)
EliminarUn abrazo.
Nooooo bueno... es que ya te agarraron el lado, el modo... como se dice acá en México, ponle un alto si no esto se va a descontrolado jajaja... a eso yo les llamo personas tóxicas que definitivamente no se necesitan en la vida... abrazos Dorotea :)
ResponderEliminarMe lo han agarrado pero bien, jajajaja. ¡¡Ya está descontrolado!! Y no he hablado de las dos chicas de la limpieza de la tarde (la que ya estaba y la sustituta), que van a la zaga. Con lo solitaria que soy yo, tanta imposición de socialización puede conmigo. :S
EliminarUn beso enorme.
suelen pasarme también este tipo de cosas pero creo que habla mas de nosotros que de ellos... sería muy fácil cambiar la situación en ambos casos (los pesados y los indiferentes) pero creo que es mucho esfuerzo para nosotros jaja... o quizá falta de carácter, creo que eso es... en fin, a seguir sintiéndonos bichos raros en la oficina! jaja... saludos...
ResponderEliminarCambiar sería un mundo, jajaja. En mi caso, en estas dos situaciones, falta de carácter absoluta. Lo que tengo para otras situaciones, me falta en estas. :(
EliminarUn abrazo.
También me pasa con compañeras de trabajo. Yo trato de interrumpir las quejas eso sí, me cuelgo de algún detalle y llevo la conversación a lugares más agradables, de ahí desaparezco para hacerme un café y seguir pretendiendo que estoy muy concentrado en el móvil. :)
ResponderEliminarYo no soy capaz de interrumpirlas, lo intento, pero ellas siempre vuelve a lo mismo. Doña musletes ni siquiera deja meter baza, no para aunque se le haga algún comentario. Y el móvil, ni con auriculares, la detiene. Tienes que escucharla sí o sí, es peligrosa de verdad, jajaja.
EliminarSaludos.
Me encanta leerte y leerlos a los que te siguen
ResponderEliminarHe pasado un momento hermoso con vos y tus amigos
Me voy a dormir es de madrugada te dejo rosas rojas querida poneles agua
Yo creo, Recomenzar, que una de las cosas interesantes de los blogs es leer al resto de lectores. Yo también disfruto mucho leyendo a los tuyos, a los de Sergio... Os menciono a vosotros porque nos seguimos desde hace mucho, pero es muy interesante leer a los demás aunque no se opine lo mismo.
EliminarUn beso enorme. Aquí aún no es de madrugada, pero voy a seguir con mis mojitos, jajaja. MUAC.