Desierto / Deserted, de Hernán Piñera |
Acudí sin ganas después de caminar un par de manzanas bajo
el sol achicharrante, el aire caliente revolviéndome el pelo. No tenía ganas de
socializar, ese era el principal punto en contra, aunque el tema me fascinaba:
la obra de Velázquez, mi pintor favorito desde que me enamoré de Las meninas en un posavasos de mi
abuela. Primera parada: saludar a mis compañeras de control y registrar mi asistencia.
Entré en la sala de conferencias, segunda parada: Ángela, mi anterior jefa.
Luego la directora de Recursos Humanos. A continuación, el Defensor. Con él
intercambié una pequeña conversación sobre nuestra pasión común por Velázquez
recién conocida en el otro. Y me fui al fin a buscar un sitio.
La sala estaba medio vacía. Me dirigí directamente a la
última fila. Primero me senté en una butaca de pasillo, pero una columna me
quitaba visión y me cambié al centro. Como pasaban un par de minutos de la hora y
aquello no tenía visos de empezar, saqué mi cuaderno y comencé a escribir. De
pronto noté una presencia a mi lado, alguien del que no había percibido su
llegada. Miré de reojo y allí estaba Diego. Casi toda la sala para él y había
decidido sentarse a solo dos butacas de mí, en
silencio, como siempre, aunque lo único que tenía que salir de su
boca era un hola.
Pensé que quizás no quería molestarme porque me vio
escribiendo, aunque creo que, si entras en una sala medio vacía, con decenas de
butacas libres y te sientas justo al lado de la persona que te gusta es porque
buscas algo y eso que quieres, que necesitas, que deseas, empieza con un simple
hola. Si esa persona te mira mal, te sientas en silencio a lo tuyo y punto, en
cambio, si te saluda con una sonrisa, con los ojos brillando por la emoción,
sabrás que puedes conseguir algo más. A no ser que estés en la encrucijada de
desear con desesperación y temer al mismo tiempo. En ese caso haces lo que hizo
este pánfilo: sentarte en silencio y mirar
a tu objeto de deseo de reojo, en la oscuridad, para que se dé cuenta,
pero no pueda decirte nada porque la conferencia ha empezado.
Intenté concentrarme en las palabras de la charla, en las
pinturas de Velázquez, en los detalles. No era difícil, aunque de vez en cuando
las miradas de Diego, el que estaba a mi lado, intentaran desestabilizarme. Me
lo imaginé como Vulcano en la fragua, lleno de ira porque yo me había liado con
Marte. Luego le puse su cara a Baco. Tampoco es lo ideal, pero igual unas
copichuelas podrían soltarlo un poquito, unas copas que no necesita para hablar
con nadie más, siempre sociable con todo el mundo, buen conversador con los
invitados y querido por sus compañeras. Justo tiene que cortarse conmigo que
soy la más tímida del mundo, sobre todo cuando la persona frente a mí (o a mi
lado) no dice ni mu.
Alanya 2018, de Livia Belkova
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La conferencia llegó a su fin con unos apuntes
sobre Las meninas. Este cuadro no
deja de alucinarme. Me fijé de nuevo en las perspectivas, en las luces y
sombras, en el autorretrato del pintor, en el reflejo en el espejo, en los
techos. No me resultó difícil meterme en el estudio de Velázquez. Aplaudimos y
la gente empezó a levantarse. Guardé mi cuaderno lleno de notas y, cuando
levanté la cabeza dispuesta a dejar de lado mi orgullo y mi timidez, Diego ya
no estaba allí. Bajaba el pasillo hacia la puerta sin haber dicho adiós. Me
levanté, no niego que decepcionada, incluso dolida, aun así, creo que lo habría
saludado en la cola para salir si no hubiera estado de espaldas, pero como he
dicho, no soy un derroche de desparpajo y este pánfilo no me ayuda nada.
Sé que el problema lo tenemos los dos, asumo mi parte de
culpa en nuestra incomunicación pasada, pero si hubiéramos intercambiado
posiciones, yo lo habría saludado al llegar y me habría despedido al irme.
Seguro. La educación es lo primero y siempre cumplo aunque sea unos mínimos. Que
no me venga con timideces selectivas, ya es mayorcito aunque se comporte como
un adolescente hormonado y, si eligió ese sitio, fue por algo. Después de nueve
meses sin vernos no hay excusa que valga para no decir un maldito hola. Maldito
él, que me desagrada tanto como me atrae. Me atrae, pero no me interesa. Si
hubiera llegado después que él, me habría sentado al otro extremo de la sala,
total, el resultado sería el mismo: cada uno por su lado al terminar.
Magnífica historia. Aunque esté tratada desde tu punto de vista, el de Diego queda muy bien retratado. Y no sólo porque le llames pánfilo. Es que lo demuestra con esa actitud que desde mi punto de vista le achaco cien por cien a la timidez. Nada que ver con la falta de educación. El retraimiento genera personajes así. Parecen hoscos y hasta tontos pero es sólo un problema de falta de iniciativa. Y me gusta también el mea culpa con un "pero" de ella. Todo en una sala y en una conferencia, sin necesidad de más. Como me gusta a mí. Menos es más. Y encima Velázquez. Siempre que pienso en un pintor clásico que me guste me sale ese. Maravilloso lo que pueden hacer los posavasos por el mundo del arte y su promoción. Besos
ResponderEliminarGracias por tus palabras, S. Empecé a escribir esta historia muy muy cabreada con él (una vez más). Me pasé casi dos años intentando entenderlo y entender su actitud, escribí varios textos sobre él, casi siempre en forma de cuento porque creo que distanciarme me ayudaba a ser objetiva, uno de ellos, de hecho, está escrito desde su punto de vista, probablemente lo recuerdes (https://diablillodoroty.blogspot.com/2018/08/cambio-de-perspectiva.html). Pero, a pesar de mi enfado, no quería un texto cutre para expresarme. Y claro que tengo parte de culpa. Igual que dos no pelean si uno no quiere, no puede haber comunicación si una de las partes falla y, en este caso, muchas veces hemos fallado los dos. Solo que lo del otro día para mí fue totalmente incomprensible. Daría este asunto por terminado si no supiera que podemos encontrarnos de nuevo y volveremos a las mismas.
EliminarAquellos posavasos era absolutamente cutres y geniales, jajaja, pero fui la única de sus nietas y nietos obsesionada con ellos. Fue un drama cuando mi madre hizo una limpieza y los tiró.
Un beso enorme y cuídate del calor. ^^
Un precioso texto. Con un silencio que costaba poco romper, y más ante las Meninas, qué mejor momento para saludar y cambiar impresiones, aunque fuera sobre el conferenciante. Un buen post.
ResponderEliminarUn abrazo y feliz tarde
Pues sí, Albada. De hecho, estas conferencias están organizadas no solo como formación coplementaria sino también como un lugar de encuentro alternativo a la oficina. Pero entre mi lado antisocial y su lado... no sé cómo llamarle a su lado silencioso, pues no pasa nada. :)
EliminarUn abrazo enorme.
Entiendo que no es un mal educado, pero qué menos que un "hola", por muy torpe que hubiera sonado.
ResponderEliminarPara hacer lo que hizo, o para no hacer nada, mejor dicho, que se hubiera sentado en otro sitio.
Saludos.
Tienes razón, Devoradora de libros, no es maleducado. De hecho es encantador. No sé cómo será en su vida privada, en el trabajo solo es así conmigo, y ese bloqueo que tiene lo hace parecer maleducado.
EliminarUn saludo.
¿no es tan tímido como vos como para empezar aunque sea una charla? quizá un saludo no dado es un extremo de timidez pero quizá también me equivoque y sea algo intencionado -y tonto- como vos decís...
ResponderEliminarprimera vez por acá y me quedo... saludos!
Bienvenido, JLO! Gracias por pasarte.
ResponderEliminarNo le pedía ni una charlita, solo un hola. Pienso en timidez, pienso en que se hace el interesante... todo suposiciones. A ver si algún día conseguimos algo más que saludarnos y me lo cuenta. :)
Saludos.
Hace tiempo me vi en una situación, tal vez, como la de Diego. Vi llegar a alguien, no le saludé en el momento porque estaba pensando en otra cosa, y luego me dio corte porque, vaya, a buenas horas voy yo a saludar (mucho corte).
ResponderEliminarEsa persona se acercó a mí y me dijo, perdona, no te había visto al llegar, buenas tardes.
Me alegró la tarde y supongo que algo más, porque hará más de 20 años y, menos su nombre, aún acuerdo la escena.
Ale, toma nota para la siguiente oportunidad :-)
Jajaja, todo apuntado. Aunque este chico tiene un problema a la hora de comunicarse conmigo y eso hace que yo también tenga un problema con él. Casi prefiero que no haya próxima vez.
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