Desde hace unas semanas mi imán
del desahogo está activado a la máxima potencia. Esto produce un
efecto muy curioso porque en las épocas en las que atraigo a más personas y
personajes con deseos desesperados de contarme su vida, a mí, a una
desconocida, más les cuesta a las personas como Diego o Nino decirme un simple
hola.
En los últimos meses se han mudado al edificio dos nuevas
compañeras que se me han pegado como lapas: una de ellas, Bricomanitas, en recepción y la
otra, doña Musletes, en el equipo de limpieza.
La recepcionista es bastante maja, pero casi desde el primer
día me ha ido contando los encontronazos que tiene con su
jefa. Se puede tener una conversación con ella casi siempre, pero es
inevitable que tarde o temprano regrese a sus problemas laborales. Entiendo que
es lo que le preocupa y le atormenta en este momento, pero no soy su amiga y no
sé por qué ha empezado a hablarme tan mal de su jefa y de sus compañeras de departamento
cuando aún no tenemos suficiente confianza.