Sábado 13 de junio de
2020
Llamada de un teléfono desconocido, pero no sé por qué
decidí contestar, aunque estaba a punto de conectarme a la sesión de
conversación en inglés. Era de mi banco para notificarme que habían detectado
una conexión en mi cuenta de cliente que podría ser fraudulenta. Y se me
encendió una luz. En vez de dejar que la persona hiciera las preguntas, tomé
las riendas de la conversación y empecé el interrogatorio.
Desde hace ya un tiempo utilizo una VPN para conectarme a
internet porque me preocupa un pelín mi privacidad, pero a muchas páginas y
servicios no les gustan las VPNs precisamente porque no pueden controlar al
usuario. Por ejemplo, Origin me obliga a apagarla para instalar las
actualizaciones; la búsqueda en Google presenta captchas y verificaciones
interminables; Netflix web da error con casi todos los servidores y, por no comenzar
una investigación, a veces sucumbo y me conecto sin ella; y HBO no funciona en
el móvil, aunque da un poco igual porque tampoco puedo utilizarla si quiero
enviar la reproducción, de la app que sea, a Chromecast.
Cuando el jueves pasado me conecté a mi cuenta web del
banco, sus sistemas les indicaron que lo estaba haciendo desde Barcelona, pero
mi domicilio está en Madrid, así que se preguntaron qué porras hacía yo a la
orilla del Mediterráneo si supuestamente no puedo viajar porque estamos en estado
de alarma. Y ni cortos ni perezosos me bloquearon la cuenta. Dieron la hostia y
luego preguntaron. Lo que no me controló la policía, lo hizo mi banco. Y
esto es por lo que uso una VPN. Si alguna vez dudé o pensé que era un peñazo, hoy
me convencí aun más de que debo usarla siempre que pueda. Sé que hay gente a la
que no le importa, a mí sí. A mi banco, a Google o al pirata de turno no les
importa dónde estoy ni qué hago, aunque lo único que haga sea jugar a Plantas y zombies, consultar mis gastos
o ver Insecure.
Domingo 14 de junio
de 2020
El viaje de regreso a Madrid ha sido de espanto. Era ideal
cuando el transporte no iba al cien por cien. Hasta los estados de alarma
tienen aspectos positivos. Pero se acabó la
distancia entre viajeros y justo detrás de mí viajaban tres cotorras que no
pararon de rajar, tres cotorras que regresaron a nuestro poblacho de vacaciones
durante el estado de alarma, tres cotorras que piensan volver en una semana
para celebrar un cumpleaños, pero todo bien porque se hicieron la prueba de
covid-19 hace quince días (luego yo con remordimientos por tener que viajar para cuidar de dos viejos enfermos, si es que soy idiota). Una de las chicas,
además, tenía una voz de pito infernal, de esas que se clavan en el tímpano
aunque hablen bajito… y no hablaba bajito. Me entraron ganas de clavarles los
tacones de aguja en los dedos gordos de los pies, solo que llevaba deportivas.
A medio camino nos tocó hacer trasbordo a un autobús. Hay un
tramo cerrado por obras. Cuatro horazas (aunque no es mucho más que en el tren)
por carreteras secundarias porque el bus en el que iba yo paraba en una
estación intermedia, aunque esa parada no afectó a la duración del viaje. Una vez en la estación de
destino no nos dejaron bajar hasta que todos los autocares hubieron llegado y
los revisores hubieron chequeado los billetes de los viajeros de las estaciones
intermedias. Una vez en la estación, media hora de espera hasta que el nuevo
tren iniciara el viaje.
Me organicé fatal por no saber los horarios de las salidas y
llegadas. Debí comer antes de coger el autobús. Una vez en él, ni tenía el gel
para limpiarme las manos, ni me atreví a quitarme la mascarilla teniendo a
alguien tan tan tan pegado a mí. Me he vuelto demasiado neurótica en los
últimos meses. Siempre he sido bastante pulcra, pero nunca maniática y mucho
menos obsesiva. Ahora estoy cerca de eso. Así que aguanté un hambre canina
hasta que llegué de nuevo al tren y pude merendar, más que comer.
Tras llegar a Madrid todavía quedaba el trayecto hasta mi
casa. Un rato en cercanías y otro en metro. Esta vez al menos fui capaz de sacar
un libro y leer, no como en el viaje de ida. Aunque cuando una pareja estuvo a
punto de sentarse a mi lado en los asientos de tres, habiendo medio vagón vacío,
no pude evitar echarles una mirada asesina. En otras circunstancias me habría
molestado, pero no habría mostrado mi asco porque están en su derecho a
sentarse donde les plazca. Al volver a la calle, a la vida en el exterior, es
cuando me doy cuenta de todo lo que he cambiado, soy consciente de mis nuevos
miedos, también de que poco a poco los voy superando, aunque todavía me queda
un trecho hasta superar el asco que me da la gente que se pega a mí sin motivo
(y no creo que lo haga porque me ha dado rabia siempre).
Cuando llegué a mi casa olía a cerrado. A medida que la fui
recorriendo vi que había arañitas por todas partes igual que el jardín de mis
padres está invadido por los caracoles. Pensaba darme una ducha nada más llegar
para quitarme los virus de encima (¿veis mi nivel de locura?), pero me di
cuenta de que todos los juegos de toallas estaban en el cesto de la ropa sucia.
Entre que organicé una colada, le cambié las sábanas a la cama, revisé las trampas
de las hormigas, cené (de más), llamé a mis padres y busqué la toalla de la
piscina, de pronto me vi en la cama con el libro cayéndoseme de las manos y sin
duchar. Así que quizás, todavía quedan esperanzas para mi estado mental.
Lo de la distancia social en los medios de transporte me suena a cuento chino. Ese banco, que es verdad que bloqueó tu cuenta, tal vez te ha hecho pensar en los riesgos del ciberespacio.
ResponderEliminarVamos a por un día amable, sin sobresaltos ni cotorras charlatanas. Un abrazo
Estos días le digo mucho a la gente que me da miedo salir, que evito hacer cosas, pero en cuanto vuelva al transporte en mi día a día, adiós reparos. Si te tienes que meter en el transporte, para qué vas a dejar de hacer cosas?
EliminarQue venga un día amable ya, lo necesitamos. :)
Un abrazo.
Vaya. Apilándose las cosas tensionantes.
ResponderEliminarLas cosas tensionantes nunca paran de acumularse. :S :)
EliminarYo veo tus ideas muy bien estructuradas sobre el texto como para dar por perdida tu salud mental. Lo de que te cuides de más después de una pandemia que realmente no es después porque no ha acabado... Tampoco está mal. Y sí, las ventajas del estado de alarma eran notorìas para los que trabajábamos y teníamos que recurrir al transporte urbano. Yo ni me siento pero aún así mi espacio personal está siendo más saqueado que invadido. Creo que Madrid y Barcelona se parecen en que hay demasiada gente. A ver cómo evoluciona esto. Un abrazo
ResponderEliminarGracias por decirme eso. Es bueno saber que los demás me ven cuerda todavía porque la locura propia nunca se ve. :D Para los solitarios, el espacio del estado de alarma era una maravilla, lo malo era el motivo por el que lo teníamos. Y sí, veremos cómo evoluciona esto, de momento esos rebrotes a mí me vuelven a tener acojonadita.
EliminarBesos.
Así que curras en los madriles, pues no veas lo bien que se está por aquí con 20 graditos. Ayer daban sol pero entró una bruma por la costa y nos envolvió refrescándonos y yo estuve más feliz que una perdiz (vale, sólo en ese sentido).
ResponderEliminarEstos días publicaban en La Voz de Galicia que ya habían terminado el tramo de Ourense y que se ganaba no sé cuánto, pero se ve que no llegaste a tiempo. Mira que vamos atrasados mientras en otros lugares no paran de invertir diciéndonos que todos somos iguales.
Oye, Dorotea… ¡dúchate! :-P
Yo te mando un abrazo igual, ¿eh? A ver si te piensas que te puedes librar.
Me muero de la envidia. Estos días se está poniendo intenso.
ResponderEliminarAl fin terminaron el tramo, la verdad, no creo que al final se ahorre tanto. Supongo que será significativo, pero no será tan corto como otros viajes de AVE.
Ya, ya me he duchado, incluso de más, pero eso toca en una de las siguientes entradas, jajaja. Yo no sé qué vais a pensar de mí, entre no usar desodorante durante el confinamiento (que ya imposible con este calor, ojo, jajajaja), no lavarme la cabeza en Semana Santa y ahora esto... Ya dicen que todos los puercos tienen algo de limpios y todos los limpios algo de puercos.
Como estoy requeteduchada, te mando un abrazo.
A mí me vale un abrazo sucio de una chica guapa, otra cosa es que seas guapa, jajaja
EliminarJAjaja, ese es el punto clave. No te fíes de los tacones del avatar que luego podrías llevarte un disgusto. ^^
Eliminardelgada si eso, jajaja
Eliminarte sigo leyendo el mundo actual no lo entiendo he dejado de analizar aunque pienso bonita entrada un beso
ResponderEliminarNo me extraña que lo hayas dejado. Yo también lo dejo de vez en cuando, cansa.
EliminarUn abrazo enorme y cuídate.
Me fui imaginando cada aspecto y detalle, hasta pude escuchar la desagrdable voz de las cotorras y la de la voz de pito jaja.
ResponderEliminarYo al igual que tú hubiera mirado feo a esa pareja que teniendo otros asientos quería estar cerca, me pasa cuando veo a alguien en la calle sin mascarilla...
Un abrazo,
Uf, la gente sin mascarilla en la calle... eso sí es lo peor. Sé que hay gente que no puede llevarla, pero igual que antes se adoptaron perros para poder salir a caminar, ahora de pronto todo el mundo tiene problemas. Lo malo es que a esa gente le da igual las malas miradas. :S
EliminarUn abrazo.