La hija de una amiga lectora de este blog tiene una
capacidad extraordinaria para tratar con niños pequeños. Siempre la he admirado
por eso. Ahora es una adolescente, pero ya con siete u ocho años, cuando la
conocí, tenía una sensibilidad especial con los bebés. Nunca olvidaré cómo
trataba al hijo de otra amiga, cómo le cogía las manitas y le hablaba con tanto
cariño y tanta dulzura. Verlos era una preciosidad. Sé una pequeña parte de la educación
que le da su madre, es parecida a la que me daba la mía y yo no tengo para nada
esas capacidades. Así que supongo que una parte de cómo nos comportamos con los
bebés lo llevamos dentro. Pero una cosa es no tener afinidad con las personas
en sus primeros años de vida y otra lo que pasa en casa de mi vecina de al
lado.
El fin de semana de difuntos fue movido en el edificio. Mi
vecina tuvo visita. Vino su hija, la que está fuera, pero como viene a ver a su
madre se largó todo el fin de semana de juerga y la dejó con su niño, un bebé
de apenas dos años. Por supuesto, la Niña Amargada se apuntó al grupo. Su madre
la deja en casa de la abuela siempre que puede, pero la Amargada tampoco puede
permitir que su primito se lleve en exclusiva todas las atenciones de la abu,
aunque sea dos veces al año y ellas estén juntas siempre.