Hace
unos días me encontré con Inés en el cuarto de la fotocopiadora. Compartimos despacho
cuatro años, pero por suerte se mudó a una mesa en el tercer piso para tener
ventana, eso sí, está en el pasillo. Era un poco difícil trabajar con ella. Se
pasaba el día hablando, si no era conmigo, era por teléfono. Cuando no le hacía
caso se ponía a mi lado, casi me arrancaba los auriculares y empezaba a soltar
su rollo. Es una de esas personas que tienen que ser el centro de atención y
les cuentes lo que les cuentes siempre acaban siendo las protagonistas de la
historia. Y por supuesto, sus problemas son más grandes que los de los demás.
Gracias
a Inés conocí a una de mis pocas amigas del trabajo. Yo era la nueva, la última en entrar en el grupo, sin embargo
fui la que propuso ir a tomar café juntas un día a la semana. Era un grupo muy
divertido, pero la mayoría de las chicas eran becarias y fueron dejando la
empresa con el tiempo. Nos quedamos sólo las tres y en ese momento empecé a
darme cuenta.